Nueva York
Cecilia Attias: «Me he sentido herida»
Desde que salió del Elíseo dando un portazo, Cecilia Attias, «ex Sarkozy», ha evitado todo ruido mediático. Seguramente para no interferir en el mandato de aquel al que aupó hasta la cima presidencial para, sólo cinco meses después, poner fin a una relación de más de veinte años. En este tiempo de silencio la primera dama más breve de la historia reciente de Francia se ha construido una nueva vida en Nueva York, ha dejado que las heridas cicatricen y ha tenido tiempo de recopilar «su verdad» en un libro autobiográfico, «Une envie de vérité» (editorial Flammarion), del que ayer el semario «Le Point» avanzaba algunos fragmentos. En él traza la trayectoria de «alguien simple pero con una vida complicada». Seis años después, el tono es sereno, pero con una dosis de mordiente. No vuelve para servir fría la venganza ni tampoco ajusta cuentas a las malas, pero sí lanza algún dardo envenenado. Aunque el destinatario no es, como pudiera pensarse, Nicolas Sarkozy, padre de su hijo Louis, y de quien asegura que «no tiene nada malo que decir». O al menos no ahora que las aguas han vuelto a su cauce tras una tempestuosa separación que en su momento fue relatada pormenorizadamente, incluso en la Prensa más seria. «Con Nicolas, tenemos lazos de afección. Hemos quedado como amigos», confesaba al diario «Le Monde» en junio de 2012.
Cualquier cosa por dinero o poder
El blanco de sus andanadas es otro. Su mira apunta sobre todo al entorno de su ex esposo, al que reprocha haber difundido de ella una imagen errónea. «Al contrario de lo que se ha contado, nunca quise tener influencia sobre mi ex marido. Nunca le dije lo que tenía que hacer ni que tomara una decisión en lugar de otra», escribe. No se reconoce en el pérfido perfil que de ella se ha propagado. «Me encasillaron, proyectaron una imagen de mí que no se corresponde y me he sentido herida». Es más, con la distancia, «lamenta» no haber estado junto a Sarkozy en los momentos más críticos de la campaña electoral de 2007. Como cuando no acudió a votar durante la segunda vuelta. Pero las dudas sobre su matrimonio, la presión mediática y el amor por otro hombre la bloquearon. «Claro que me sentí culpable», reconoce en una entrevista que hoy publica la revista gala «Elle», «pero la culpabilidad no aporta nada, es estéril, es peor que el arrepentimiento».
Cansada de «encajar las críticas sin decir nada», este libro es la ocasión de salir al paso de «falsas verdades». Rechaza que fuera suya la idea de celebrar la victoria de Sarkozy en el ostentoso Fouquet's. «En realidad, lo elegimos juntos porque los Campos Elíseos son el corazón de París, y París, el corazón de Francia», se defiende. También niega que estableciera listas negras o decidiera los invitados. «Fue el gabinete de Nicolas quien se ocupó», asegura. En cualquier caso, el mandato arrancaba mal y el episodio aún persigue a su ex marido.
En verdad pocas son las revelaciones. Salvo que su infancia, en una familia burguesa, estuvo marcada por una educación estricta y un padre distante –un judío ruso nacido en Moldavia–, pero al que admiraba; que el español era la lengua oficial de su casa –su madre era nieta del compositor Isaac Albéniz –, o el surrealista encuentro con Muamar Gadafi para conseguir la liberación de cinco enfermeras búlgaras condenadas a muerte por equivocación. Respecto a su mediatizado divorcio, lo asume como una «iniciativa personal», reduciéndolo a una «historia banal». «Le sucede a uno de cada dos», asegura. Pero lo más sorprendente es cómo cuenta que algunas de sus entonces amigas también se divorciaron al saber que la plaza de primera dama quedaba vacante. «La gente haría cualquier cosa por dinero o poder», concluye.