Miami
Ana Boyer: «Miguel está animado y muy enamorado»
Celebró ayer su 75º cumpleaños rodeado de su familia y bajo una rehabilitación diaria
En un conocido restaurante de La Moraleja, elitista zona residencial a las afueras de Madrid, Ana Boyer Preysler almuerza con un grupo de amigas. La joven está radiante, pues es ya una exitosa licenciada en Derecho y Administración de Empresas fichada por una prestigiosa firma de abogados. Además, parece que su relación con el tenista Fernando Verdasco va viento en popa. El día de su graduación, una soleada mañana de junio, fue algo agridiculce, flanqueada por su madre Isabel y su hermana Tamara. Su padre, Miguel Boyer Salvador, no pudo acompañarla, aún convaleciente del ictus cerebral que sufrió hace ahora dos años. Una recuperación lenta que exige enormes dosis de disciplina y voluntad. Cuando sus amigos y compañeros de trabajo le preguntan por su padre, Ana lo tiene claro: «Está animado y muy enamorado». Es la mejor definición para un hombre que levantó ampollas en la política y en la vida social madrileña.
Sin Miguel y Laura
En efecto, en febrero de 2012, la vida le dio un terrible golpe. Quien había sido el superministro de Economía con Felipe González sufrió un ictus cerebral que le puso al borde del peor desenlace. Una trágica experiencia que le llevó a la Clínica Ruber Internacional de Madrid, donde permaneció dos meses en la UCI y tras la cual afloraron fantasmas familiares. A su lado, siempre Isabel Preysler y la hija de ambos, Ana. Distanciados, los hijos de su primer matrimonio, Miguel y Laura, que nunca le perdonaron su abandono y casamiento con la «reina del couché». Ambos fueron rebeldes y siempre hicieron causa común con su madre, Elena. Miguel es un heterodoxo economista que vive en Miami. Laura, divorciada dos veces y madre de dos niños, mantiene escasa relación con su padre, quien tampoco lo hace con sus únicos nietos. La vida de Boyer, como en un «culebrón», quedó ligada para siempre a Isabel Preysler.
Desde entonces, la enfermedad forzó un cambio radical. Una patología muy dura que, según los doctores de la Unidad de Ciencias Neurológicas del Ruber, donde le practicaron la craneotomía y la evacuación del hematoma cerebral, plantea un grave dilema al paciente: «Pasada la cirugía, viene el dolor de verse diferente». En efecto, desde el 23 de abril de 2012, cuando fue dado de alta, la vida de Boyer nunca ha sido la misma. Consciente y orientado, su pronóstico fue el de muchos enfermos convalecientes de un ictus cerebral. Sin muletas o bastón, pero con debilidad y falta de sensibilidad en el brazo contrario al lado cerebral dañado. «Es muy duro mirarse al espejo y ver que la expresión ha cambiado por la paresia facial», afirman expertos neurocirujanos.
Con gran fuerza de voluntad, inició un riguroso proceso de rehabilitación en su domicilio en Puerta de Hierro. Un grupo de terapeutas especializados se encargaron de ello. En los primeros días, tras la intervención quirúrgica, comer y beber supone un esfuerzo. En una estancia acondicionada al efecto, a Boyer se le practicaron ejercicios de masoterapia y estimulación motora para impulsar su fuerza al caminar. De igual modo, escribir, leer y escuchar la radio fueron fundamentales para no perder el nivel cognitivo. En el caso de Miguel, un hombre de siempre estudioso, le fue fácil. El ex ministro no ha dejado de leer periódicos y libros. Según quienes le han visitado, está al día de la actualidad, sobre todo de las noticias económicas, mercados, Bolsa y prima de riesgo. Además, habla mucho en inglés y francés, idiomas que domina a la perfección. Tras los primeros meses de tratamiento en su casa, Boyer ha acudido al Centro Lescer, especializado en daños cerebrales, ubicado en una zona residencial cercana. La disciplina del ex ministro ha sido enorme, al tiempo que se sometía a resonancias magnéticas cerebrales sucesivas con objeto de controlar posibles focos epilépticos en el área isquémica lesionada. «El post-ictus es algo muy duro, porque el nivel de conciencia se mantiene intacto y el enfermo ve sus secuelas», explica un destacado neurólogo. Tras los primeros ejercicios motores, comenzó otros en piscina y aeróbicos con objeto de aumentar siempre la movilidad y paliar el riesgo de las paresias. Durante estos dos años, muchas han sido las llamadas telefónicas para interesarse por su salud. Menos que las visitas personales, dado que él mismo no ha querido que le vieran hasta estar totalmente recuperado. Su mujer, Isabel Preysler, y su hija Ana han estado permanentemente a su lado. No así sus otros dos hijos, Miguel y Elena, que sólo le visitaron durante su estancia en el Hospital Ruber Internacional. Educados en la discreción, jamás admitieron su relación con la filipina y no ocultaron su enojo por la exclusiva que ella concedió a la revista «¡Hola!» a los cinco meses de la operación. «Gracias a mi mujer me he salvado», decía Boyer en aquella entrevista. Algo que sigue pensando, según el entorno de la familia.
De los antiguos compañeros y amigos, siempre hubo bastantes llamadas para interesarse por su salud: Felipe González, Javier y Luis Solana, Carlos Solchaga, el ex presidente José María Aznar, con quien mantuvo contactos en FAES, y la gran mecenas Esther Koplowitz, pues Miguel fue vicepresidente de su empresa, FCC. Visitas, pocas, a excepción de las amigas íntimas de Isabel. Elena Benarroch, Amalia Amusátegui, esposa de quien fue presidente del Banco Central Hispano, y la estilista Maribel Yébenes. En este grupo también están los hermanos Emiliano y Benito Suárez, dueños de la joyería que lleva su nombre, y Héctor Colonques, máximo ejecutivo de Porcelanosa, firma para la que Preysler trabaja. Su hija María es una de las más próximas a Isabel y sus niñas, como pudo verse en su boda de abolengo en Castellón, sede central de la compañía azulejera. Las salidas, en contadas ocasiones y restringidas. Hasta el punto de que Miguel no asistió a la graduación ni al posterior doctorado de su hija Ana, en ICADE. Entre sus allegados aseguran que sigue con su estricto plan de rehabilitación y que el proceso de recuperación va bien. «Es lento, pero por esfuerzo que no quede», comenta a sus terapeutas. Amante de los viajes, la propia Isabel y su hija reconocen que no son convenientes vuelos de larga duración. La intensa vida social de Preysler se ha visto disminuida y, desde luego, sus apariciones, siempre meticulosas, son sin la compañía de Miguel. Aunque la recuperación sigue su curso y marcha bien, neurólogos y rehabilitadores coinciden en que su vida ya nunca será la misma.
Lectura y música
Una vida apasionante, mediática y polémica. En los años de la Transición, las cenas se celebraban en el chalet de su suegro, Juan José Arnedo, un veterano militante socialista, empresario de éxito, casado con la escritora Elena Soriano y muy bien relacionado en los círculos influyentes de Madrid. Allí estaba Miguel Boyer Salvador, un brillante economista, nacido en San Juan de Luz, hijo de una familia de republicanos exiliados en Francia, enamorado entonces de su hija Elena, prestigiosa feminista y ginecóloga. Por allí pasaban periodistas, intelectuales, políticos, y allí conoció a Felipe González. Una noche, el catedrático Ramón Tamames lo pronosticó: «Miguel llegará lejos, es ambicioso, altivo, poco sonriente y hasta desdeñoso». El profesor Tamames no se equivocó. El tres de diciembre de1982, aquel joven de rostro seco, a quien sus compañeros en el Liceo Francés tildaban de antipático y distante, se ganó el título de superministro. Felipe le había escogido para una cartera difícil, Economía y Hacienda, con la feroz oposición de Alfonso Guerra, Joaquín Almunia, Enrique Barón y Nicolás Redondo. Tenía, sin embargo, el apoyo de los llamados «niños bien» del PSOE. O sea, los hermanos Javier y Luis Solana Madariaga, y Carlos Solchaga. Comenzó entonces su poder en el primer Gobierno socialista, expropió Rumasa y desató múltiples conflictos bajo una batuta implacable de mando. Pero nada comparado con su estallido de amor por Isabel Preysler, la reina de corazones, que le llevó a separarse de Elena Arnedo, romper con sus dos hijos, y cercenar una carrera política que le apartó por completo de su partido.
Una historia que hizo correr ríos de tinta y por la que nadie daba un duro. Pero sus amigos insisten en que el amor perdura y son una pareja muy compenetrada. En su jornada diaria, Miguel Boyer lleva una dieta y rehabilitación estrictas, entregado a la lectura y la música. Contra todo pronóstico, Isabel permanece a su lado. «Es compañera y enfermera», según estas fuentes. Y dicen que Miguel vive su recuperación con esperanza y buen ánimo, bajo la máxima de Confucio: «Vale más encender una vela que recrearse en la oscuridad».
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