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Choque
Sánchez se queda como único valedor de Díaz en Moncloa
Su exhibición de las diferencias ha creado una ola de rechazo en el PSOE y el Gobierno: «Todo tiene un límite»
![La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante una sesión de control, Congreso de los Diputados, a 12 de febrero de 2025, en Madrid (España). Durante la sesión de control, la primera de 2025, el Ejecutivo se enfrenta a las preguntas e interpelaciones de la oposición que se han centrado en la imputación del Fiscal General, la administración Trump y la subida de los impuestos. Tras la sesión de control se votará la convalidación o derogación de la ley ‘ómnibus’ por el qu...](https://fotografias.larazon.es/clipping/cmsimages01/2025/02/12/BE0810B7-4022-4645-A3DD-44F755DD9B3E/98.jpg?crop=5442,3062,x0,y362&width=1900&height=1069&optimize=low&format=webply)
La crisis por la tributación del salario mínimo ha dejado en evidencia las costuras de la coalición y los difíciles equilibrios en la convivencia interna entre PSOE y Sumar. La teatralización de las discrepancias por parte de Yolanda Díaz escala de manera proporcional a su debilidad interna y sus movimientos, cada vez más indisimulados, comienzan a romper puentes con los socialistas. La exhibición pública del martes en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros no es un hecho aislado y se suma a una sucesión de desplantes que están creando un profundo malestar en el seno del Gabinete.
El único que sigue sosteniendo a la vicepresidenta segunda es el presidente del Gobierno, que le permite cobrarse alguna victoria en las pugnas internas para seguir subsistiendo. La última de ellas, a cuenta de la reducción de la jornada laboral frente al titular de Economía, Carlos Cuerpo. «Pero todo tiene un límite», advierten fuentes socialistas consultadas, y es el «ruido interno». Si hay algo que Pedro Sánchez no tolera es la invisibilización de la gestión del Gobierno por errores propios no forzados.
En Moncloa asumen que Díaz necesita marcar perfil propio para pertrecharse de capital político en su guerra electoral con Podemos y de cara a la reorganización del espacio a la izquierda del PSOE. Para poder negociar desde una posición de fuerza. Sin embargo, esta estrategia –apadrinada por el presidente– tiene riesgos también para la coalición. «El ruido interno nos perjudica a todos. Desmoviliza al electorado», resumen las citadas fuentes, que advierten de que Díaz se está excediendo en la exacerbación de las diferencias. «Se ha pasado de frenada», critican. Además, en el episodio relativo al salario mínimo, desde el PSOE asumen que han «perdido la batalla del relato» frente a Sumar y miran con suspicacia la utilización partidista que se está haciendo por parte de sus socios. Una instrumentalización que les perjudica electoralmente y que ha creado una ola de rechazo a Díaz en el partido y en el Gobierno.
La manera de relacionarse entre PSOE y Sumar es un debate constante en Moncloa desde que arrancara la legislatura. Partiendo de la base de que el equilibrio virtuoso es imposible, ambos partidos tienen electorados frontera y cualquier estrategia de promoción o asfixia del contrario conlleva riesgos propios. Aliados, pero también rivales. Lo que puede generar un beneficio electoral a corto plazo, puede suponer una rémora a medio y largo. En la parte socialista tuvieron claro que debían aupar, en sus inicios, a Yolanda Díaz para que ganara la pugna interna con Unidas Podemos. Mientras se invisibilizaba a los morados, se promocionaba a la vicepresidenta segunda, que comparecía en rueda de prensa tras los Consejos de Ministros y rentabilizaba las políticas derivadas de su cartera o del diálogo social. Los grandes pactos en el seno del Gobierno se desbloqueaban, tras arduas negociaciones, con una reunión entre Sánchez y Díaz.
Afianzar la posición de la vicepresidenta y de su artefacto Sumar fue condición indispensable para poder revalidar el gobierno tras el 23J, por lo que los socialistas mordían lo justo y daban vuelo a la formación. Tanto es así que en esa campaña electoral se vendió un tándem de coalición, en el que implícitamente Sumar adoptaba una condición subalterna que no ha abandonado y que ha contribuido a sentenciar sus expectativas electorales en sucesivas convocatorias. En el PSOE son conscientes de que vaciar políticamente a sus socios es peligroso porque puede acabar comprometiendo la viabilidad de la mayoría progresista. Sin embargo, Sánchez ha instrumentalizado este espacio a conveniencia, modulando el flujo de oxígeno que insuflaba a Sumar en función de sus intereses electorales. En las europeas, cuando se jugaba el tipo en un mano a mano con Alberto Núñez Feijóo, hizo una apelación al voto útil que hundió a Díaz y provocó que dejara todos sus cargos orgánicos.
En el PSOE saben que la marca de su socio «no tira» y llevan tiempo asistiendo con preocupación al trasvase de votantes de Sumar hacia Podemos, un socio más volátil. Esto, además, atomiza todavía más el espacio de la izquierda a su izquierda y genera un importante quebranto cuando no se alcanza el umbral mínimo para conseguir representación en los parlamentos autonómicos.
Aunque se dé por amortizado a Sumar, los estrategas socialistas saben que una opa hostil tampoco sería operativa, dado que existe un reducto de votantes que no pivotará nunca hacia el PSOE: no es recuperable y no va a ser receptivo a sus llamamientos. Por ello, desde hace tiempo los socialistas llaman a sus socios a lograr una «reorganización» del espacio para volver a ser pujantes de cara a una nueva convocatoria electoral, que –con este clima– Sánchez pretende alejar al máximo. El vaciamiento electoral de Sumar permitiría al PSOE mantener el tipo en un contexto político muy adverso, cercado por casos judiciales y con una dependencia parlamentaria de Carles Puigdemont que obliga a traicionar las convicciones socialistas más básicas, lo que genera también un quebranto electoral a nivel territorial. Cada vez son más los cargos autonómicos que reniegan de la defensa de la gestión del Gobierno que se les demanda desde Moncloa. Pero evitar el desplome en las urnas no garantiza retener el poder y Sánchez sabe que para eso necesita a sus socios.
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