
Análisis
Lo que necesita España para una buena defensa
Sistemas de armas avanzados, drones «kamikaze», refuerzo de la artillería de largo alcance y plena autonomía operativa

Europa se rearma, ¿seguirá España mirando hacia otro lado? Basta un vistazo rápido a las páginas de cualquier periódico: la guerra, en su expresión más cruda, ha irrumpido con fuerza en debate público. El regreso de un conflicto abierto en suelo europeo, la inquietante sombra de una escalada nuclear y un panorama internacional cada vez más hostil convierten en ineludible una reflexión profunda sobre la defensa nacional. En un entorno que algunos analistas catalogan como «VUCA» (volátil, incierto, complejo y ambiguo, por sus siglas en inglés), España no puede quedarse al margen.
En esta línea, la Comisión Europea ha instado recientemente a los Estados miembros a desarrollar, antes del fin de esta década, una capacidad disuasoria que permita a la Unión convertirse en un actor más autónomo en el ámbito de la seguridad y defensa. En el Libro Blanco de la Defensa, presentado hace apenas unas semanas, se identifican las deficiencias más críticas: defensa aérea y antimisiles, artillería, misiles de largo alcance, reservas de munición, drones, tecnologías emergentes y ciberdefensa.
Según el medio británico «The Local», España ocupa el puesto 17 en el ranking «Global Firepower 2025». Con un gasto total en defensa estimado en 23.000 millones de dólares anuales, se sitúa en el puesto 22 a nivel mundial, lejos de las grandes potencias como Estados Unidos, Rusia y China. Con una estructura militar compuesta por 226.000 efectivos, de los cuales 133.000 son soldados activos, y una flota que incluye 461 aeronaves, 176 naves de guerra y 317 carros de combate, el informe concluye que España mantiene una fuerza armada eficiente y optimizada. Aunque estas clasificaciones deben tomarse con cautela, sirven para hacerse una rápida composición de lugar.
Sin embargo, el contexto internacional exige un esfuerzo adicional para garantizar la «seguridad integral», concepto con el que conviene familiarizarse. Las alianzas estratégicas, como la pertenencia a la OTAN o a una UE cada vez más dispuesta a superar la era de los «dividendos de la paz», juegan un papel clave en la seguridad nacional. En este sentido, la coordinación con aliados será un elemento fundamental: la estandarización de sistemas y protocolos en operaciones multinacionales es uno de los grandes retos de la UE si quiere avanzar hacia una verdadera autonomía estratégica.
Pero debemos ser realistas: la seguridad y la defensa son la piedra angular de la soberanía y, por tanto, un trabajo que deben acometer los Estados miembros, sin dar nada por sentado. Anticiparse a las amenazas, cada vez más complejas y específicas, fortalecer la capacidad de disuasión y respuesta, y garantizar una autonomía operativa suficiente dentro del marco de alianzas internacionales son esenciales si queremos asegurar nuestros estándares de vida y, de paso, tener algo que decir en el mundo. Que no es cosa menor.
En el horizonte está el fortalecimiento de la industria de Defensa, un sector clave dentro de la base industrial y tecnológica del país. La dependencia de tecnología extranjera y la necesidad de aumentar la inversión en investigación y desarrollo son áreas con gran potencial de mejora.
La adquisición de equipamiento militar de vanguardia es otro punto nuclear. Es necesario potenciar el desarrollo de sistemas de armas avanzados: el recambio de nuestra ala fija embarcada (el innombrable F-35), el refuerzo de la artillería de largo alcance o la incorporación de drones «kamikaze», tan relevantes en la guerra de Ucrania, son algunos ejemplos.
Hoy, la innovación tecnológica lo es (casi) todo. La guerra del futuro ya no es tal cosa: lo es del presente. Si bien no hemos superado la guerra de trincheras, hoy esta se libra también en escenarios híbridos, donde las llamadas «tecnologías emergentes y disruptivas» están redefiniendo la estrategia militar. España debe apostar por la expansión de estas capacidades, que la Estrategia de Tecnología e Innovación de la Defensa ya identificó en 2020 como prioritarias, pero su implementación requiere inversión y un verdadero compromiso político.
Otro aspecto clave es la reserva de guerra. La experiencia en Ucrania ha demostrado que la disponibilidad de recursos materiales y personal entrenado para reforzar las unidades en caso de crisis es fundamental. Contar con una fuerza de reserva bien organizada y con capacidad de movilización rápida, preparada para afrontar conflictos prolongados y de alta intensidad, ha llevado a varios países de nuestro entorno a reinstaurar modelos de servicio militar obligatorio, un debate que aquí aún nos parece lejano.
Pero más allá del «hardware» militar, promover una cultura de Defensa que trascienda el ámbito militar y se refleje en la ciudadanía y en las élites políticas y económicas es un reto de primer orden. Sin una base social que respalde las políticas de seguridad, cualquier esfuerzo en esta materia tendrá un alcance limitado.
A todo esto, podemos llamarlo «rearme» o, en un alarde de originalidad, «diplomacia persuasiva con plataformas de gestión de conflictos». Pero conviene recordar a Carl Schmitt: «Porque un pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de sostenerse en la esfera de lo político no va a desaparecer lo político en el mundo. Lo único que desaparecerá en ese caso es un pueblo débil».
Diego Martínez es investigador en el Real Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo
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