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Los yihadistas alquilaron la casa de Alcanar a unos okupas

Una mafia que realquila casas les cobró 5.000 euros por el chalé donde preparaban las bombas

El chalé de los terroristas estaba en la parcela F9 de la urbanización Montecarlo de Alcanar. Hoy es un solar/ Foto: Alberto R. Roldán larazon

Una mafia que realquila casas les cobró 5.000 euros por el chalé donde preparaban las bombas

El sol aprieta sin piedad y un silencio absoluto, interrumpido sólo por el ruido de la chicharra, sobrecoge al pararse frente a la parcela F9 de la urbanización Montecarlo de Alcanar Platja (Tarragona). Lo que ahora es un solar en el que apenas quedan unas escaleras de cemento, algún escombro y pequeños matorrales que han crecido rápido por las fuertes lluvias, era hace un año un chalé que había sido okupado sólo un par de meses antes de que saltara por los aires. Los vecinos pensaron que eran unos okupas cualquiera pero se trataba de yihadistas que habían montado en el interior de la vivienda un laboratorio de bombas con las que pretendían hacer correr ríos de sangre en nombre de Alá, «desde Ripoll hasta París», como ellos mismos decían. «Fuimos muchas casas las afectadas, date cuenta que la onda expansiva se notó a varios kilómetros, pero lo peor fue saber lo que estaban acumulando ahí, a cuatro pasos de la puerta de mi casa. ¡Eso era un polvorín! ¡Demasiado poco pasó!», explica Lolita, la vecina de enfrente. A ella le reventaron todos los cristales, el techo se vino abajo y la puerta del garaje quedó en un amasijo de hierros. Entre los restos del chalé se encontraron cerca de 500 kilos de explosivos: 19 granadas de mano, 104 bombonas de butano, tornillos y clavos para utilizar de metralla y cámaras de foto y video cuyo contenido ha salido estos días a la luz al levantarse parte de secreto de sumario de la causa.

Fue a las 23:17 horas del 16 de agosto cuando la vivienda, con tres terroristas en su interior (entre ellos el cerebro de la célula), saltó por los aires: fue el punto de partida de los atentados, el accidente que «obligó» a los terroristas supervivientes a improvisar un plan B. «Parece justicia divina: preparaban bombas para matarnos y les estalló a ellos. Qué bien les estuvo», apunta esta mujer, que atribuye al factor suerte que no hubiera ningún fallecido de la urbanización. Aunque los yihadistas tomaban medidas de precaución –usaban batas, guantes, gafas protectoras de soldar y termómetro para preparar las mezclas– eran autodidactas y algo falló. En aquel momento, se encontraban manipulando algún explosivo el cerebro de los atentados, Abdelbaky Es Satty (imán de Ripoll), Youssef Aallá (quien, dicen, fue el primer muyahidín formado por Es Satty) y Mohamed Houli. Los dos primeros murieron; el tercero resultó herido y ahora está en prisión provisional. Nació en Melilla hace 20 años y es el único testigo de los hechos. Houli era el español al que se refería la prensa local cuando se hizo eco de la explosión que se había producido en Alcanar aquella noche. Fue trasladado al Hospital Verge de la Cinta de Tortosa. Poco después ya contaba con custodia policial y, en cuando recibió el alta médica, fue trasladado a dependencias policiales. Es el único, por tanto, que puede explicar cómo cocinaban el explosivo conocido como «Madre de Satán», o TATP (sus siglas en inglés) que es triperóxido de acetona. Según se desprende del sumario, gastaron 1.200 euros en comprar grandes cantidades de peróxido de hidrógeno, acetona y otros precursores en tiendas de Cataluña y Valencia. Para ello vendieron joyas y pidieron microcréditos a entidades como Cofidís pero los expertos están convencidos de que la financiación viene «de arriba», del Estado Islámico. Sin embargo, el rastro de ese dinero es complicado de detectar y, más aún, acreditar su procedencia.

Una de las incógnitas del caso es por qué la célula eligió esta vivienda, a 300 kilómetros de Ripoll, donde vivían todos y desde donde hacían viajes a diario cargados de butano.

Y es que, al ver tantas bombonas, los investigadores creyeron que podía tratarse de un almacén donde recargaban gas de forma ilegal pero también barajaron un laboratorio de cocaína (por la acetona) o simplemente algún trastornado que acumulaba gas a granel para consumo propio.

Un joven que ha colaborado con la investigación habla de «un español que llevaba un Clío blanco que a menudo entraba al chalé con los terroristas». «A los dos días de la explosión le vi en el pueblo de al lado, en Sant Carles de la Rápita, y avisé a la Policía. Iba mirando a todos lados y hablando por un móvil de los viejos». El joven cree que el imán podría conocerle «de cuando estuvo preso en la cárcel de Castellón porque Alcanar es el primer pueblo de Tarragona, estamos pegados, y aquí hay gente que ha cumplido condena en esa cárcel». Quizás ese joven, vecino de la zona, «asesorara» a la célula, probablemente desconociendo sus intenciones. Lo que parece seguro es que fue quien puso en contacto a los terroristas con la mafia okupa que controla las casas abandonadas de la localidad para «reokupar» bajo una especie de impuesto revolucionario. «Son una familia de búlgaros y estaban aquí de okupas hasta hace poco. Ellos les cobraron 5.000 euros por la casa. Lo sabe todo el pueblo porque lo iban pregonando y se hacían fotos con la mesa llena de billetes», asegura. Al parecer, no es una práctica aislada en esta vieja urbanización de los años 70, donde no hay alcantarillado y donde la mayoría de los inquilinos la utilizan de segunda residencia.

Todos los vecinos coinciden en que les conocían sólo de saludar a excepción de un joven de origen checo, que sí sospechó de ellos pero nunca por algo así. «Hacían cosas raras. Un día me fijé que la furgo llegaba muy baja del peso que llevaban. Aparcaron de culo, como siempre, y descargaban. Pero al ver que les miraba uno le comentó algo al otro y cerró la furgo. Supongo que dejaría la descarga para más tarde». Como otros vecinos, también se había dado cuenta de que «siempre había uno de noche vigilando arriba, en la azotea. Pero como eran okupas, pensé que quizás temían que llegase la Policía».

Desde hace sólo unos días, en la entrada del solar, un cartel que reza «propiedad privada» con la señal de prohibido pasar, recibe a los periodistas que comienzan a llegar al lugar. «Dicen que lo ha comprado el vecino de al lado», comenta una vecina. Se trata del francés Eric Groby, que vio cómo su casa quedó gravemente afectada pero milagrosamente ni a él, ni a su mujer, ni a ninguno de sus tres perros, les pasó nada. «Los perros eran muy tranquilos y, desde que pasó eso, ladran como locos a nada que pase alguien por la calle», comenta esta vecina. Otra vecina duda que el francés haya sido el comprador de la finca porque «él está intentando vender su casa. Quieren irse de aquí y olvidarlo todo». También quieren olvidar lo ocurrido en el Hostal Montecarlo, al otro lado de la carretera. «Aquí estallaron los cristales dos veces», recuerda Cristina, responsable del local. «Hacía 10 minutos que se había ido el chaval que me los puso nuevos y de nuevo ¡boooom!, estallaron todos otra vez». Se trataba de la segunda explosión, producida el día 17 a eso de las 16:50 horas de la tarde. Los trabajos de desescombro provocaron una segunda deflagración en la que resultaron heridos otras nueve personas: seis agentes de los Mossos d’Esquadra y dos bomberos. Ampliaron el perímetro de seguridad y siguieron trabajando durante varios días más.

La botella de vodka que delata a Driss Oukabir

Aunque hay un testigo protegido que sitúa a Driss Oukabir (en prisión) en la casa de Alcanar, las pruebas contra él son menos sólidas. Una familiar de este joven asegura que en las fotos de los escombros se veía una botella de vodka: «Sólo él bebía esa marca», dice.