
Méritos e infamias
La llave del catalán
Junts utiliza el idioma en la negociación con el Gobierno bajo el mismo prisma que los grandes nacionalismos europeos como si la lengua fuera la única partera de una nación.

En el manual de instrucciones del autoritarismo racista viene escrito con letras mayúsculas y multicolores que la lengua es la madre de la nación. De sus pechos se nutre el resto del ideario que construye el armamento débil con el que se edifican los sueños nacionalistas. Los franceses sabían que si no se hablaba bajo el signo de París no habría unidad, igual que los italianos utilizaron el florentino para solidificar el sueño de Garibaldi y los alemanes extendieron su “lebensraum” hasta la desembocadura del Danubio zurciendo pueblos que hablaban “alemán” pero sin nada más en común. Los españoles somos más laxos y dejamos que existan los idiomas oficiales y las variedades dialectales siempre que en las reuniones confesemos que como el español de Valladolid ninguno, luego el resto nos importa un pimiento. Así nos va. El Señor del Jipijapa aprieta la legislatura de mentirijilla a Sánchez y le impone que el catalán engrase el desarrollo de la ley sobre migración que se pacta entre el Gobierno de España y el fugado de la Justicia más famoso de Waterloo. Confieso que Mariano Rajoy superó mis expectativas en la comisión, es muy complicado ganarle y en su peripecia verbal, impregnada de “marianismo”, soltó la perla que define nuestra tragedia: Sánchez sobrevive gracia a la humillación que le infringe Puigdemont. “Lo cual no es cosa menor”, pensamos al recordar una de sus grandes sentencias que sin decir nada lo explican todo. Paradoja se le llama a este cambalache donde supuestamente el Gobierno más progresista de la democracia arma una iniciativa legislativa próxima a la xenofobia nacionalista donde las fronteras, la autoridad y el idioma forman un coágulo que desde el ala más a la izquierda del Ejecutivo no traga. La vuelta de La Caixa a Cataluña, de donde salieron por el “procés” cerca de 4.500 empresas, demuestra una vez más que la realidad catalana superó hace mucho el fanatismo ilusorio de un proceso independentista que sólo habita en las mentes de que quienes viven holgadamente de un “nazionalismo” imaginario, rentable e intimidatorio.
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