Barcelona
El licuado del PSC
Nació bicéfalo entre nacionalistas y autonomistas. Hoy no es más que un asteroide errático de un PSOE que ha caído en el ridículo lingüístico de la plurinacionalidad.
Nació bicéfalo entre nacionalistas y autonomistas. Hoy no es más que un asteroide errático de un PSOE que ha caído en el ridículo lingüístico de la plurinacionalidad.
A la muerte de Franco comenzaron a organizarse partidos políticos, nuevos e históricos, hasta entonces virtuales, a excepción del Partido Comunista, y, por supuesto, las maquinarias terroristas identitarias o revolucionaras. El PSOE de Felipe González egresado del congreso de Suresnes que destituyó a la dirección exterior de Rodolfo Llópis, tenía bastante con la recluta de una militancia inexistente, la formación de sus propios cuadros, la financiación, el amarre a la Internacional Socialista y batallar por su hegemonía entre otros partidos reclamados de socialistas desde el regionalista Partido Socialista Andaluz de Alejandro Rojas Marcos al Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván con pretensiones de implantación nacional. Hasta al menos 1978, un año después de las primeras elecciones generales, no se funda por fusión de tres formaciones el Partit del Socialistes de Catalunya (PSC) que, aunque lo parezca, no es exactamente lo mismo que un Partido de los Socialistas Catalanes, lo denominemos en catalán o en español. En Cataluña, durante los balbuceos de la Transición, se daban socialistas de toda condición enredados en divisiones y refundaciones, como si fueran trostkistas, emergiendo finalmente el Partit Socialista de Catalunya-Congres, el Partit Socialista de Catalunya-Reagrupament y la Federación Catalana del PSOE, que no tuvo fuerzas o ganas de imponerse como central de una ideología meramente implantada en un determinado territorio. Son los propios socialistas los que reflexionan sobre sus dos almas desde Largo Caballero y Julián Besteiro, pero es que el PSC nació bicéfalo entre nacionalistas y autonomistas. El territorio que más votó la Constitución fue Cataluña, pero cuadros sentimentalmente independentistas integraron el PSC, ajenos a la derecha sedicentemente secesionista de Jordi Pujol pero dispuestos a recorrer por separado la misma larga marcha. Se reprocha al Gobierno, con algunas razones, de no haber hecho pedagogía en Cataluña, pero el PSOE tiró la toalla desde el principio fiado en la emigración socialista a tierras catalanas, los charnegos, muchos de cuyos hijos han acabado creyendo en la panacea independentista de una gavilla de embaucadores malvivientes. Ya en anteriores crisis internas dirigentes del PSOE han propuesto desanudar los compromisos con el PSC y abrir casas del pueblo en Cataluña, oficinas con la marca de origen, pero esa era una maniobra a largo plazo y se impuso el cortoplacismo de no perder de inmediato el grupo de diputados y senadores venidos de Cataluña. De otra parte el PSC mantiene muy controladas las alcaldías que gobierna, las que, a su vez, están abducidas por una especie de espeso secesionismo agrario y municipal. La cruda realidad es que en Cataluña no se presenta electoralmente el PSOE en forma clara y definida, y el voto socialista catalán hay que pasarlo por varios tamices que dan con un sufragio con doble lenguaje, melancolía mórbida por un reino que nunca existió, promesas demagógicas de imposible incumplimiento y la licuación del socialismo en el nacionalismo más pedestre. Con las décadas de intoxicación política sufridas por los catalanes esa alquimia afirma haber dado con la piedra filosofal. Es el PSOE quien debía haber propiciado una cultura socialista en Cataluña, y no lo hizo jamás, cayendo ahora en el ridículo lingüístico de la plurinacionalidad que ya no satisface a los radicales de la estelada. El PSC no es ni una sucursal del PSC, ni estrictamente una federación autonómica, sino un asteroide errático desde el que se pide no aplicar un artículo constitucional o se compara a España con el Magreb y a Cataluña con Dinamarca. Igual que al PSOE le sobran la «O» y la «E», al PSC no le hace falta la «S» para nada.
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