Relevo en el PP
«El aplausómetro está 60-40 a favor de Pablo»
El ambiente era tenso ayer en el Hotel Auditorium. «Todo está abierto y todo es posible» reconocían desde las dos candidaturas. Los compromisarios confesaban que ha habido de todo. «Presiones, llamadas... al final es elegir entre papá o mamá».
El ambiente era tenso ayer en el Hotel Auditorium. «Todo está abierto y todo es posible» reconocían desde las dos candidaturas. Los compromisarios confesaban que ha habido de todo. «Presiones, llamadas... al final es elegir entre papá o mamá».
¡Hagan juego! Como en la ruleta, ya no es tiempo de más apuestas. Ha arrancado el Congreso y los compromisarios decidirán hoy: par o impar, no hay otras opciones en un cónclave popular absolutamente distinto a los demás. Antes, los discursos se centraban en presentarse como la alternativa el Partido Socialista. Ahora, los candidatos Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado buscan convencer a su público de que, siendo del mismo partido, son distintos.
«Vamos por delante y de forma clara», repetían algunos delegados, ya decantados por uno u otro aspirante, dentro del clásico juego de crear estado de ánimo entre los corrillos. «Todo está abierto y todo es posible», resumía un desconcertado miembro del comité organizador del congreso. Ni él ni ninguna de las dos candidaturas puede garantizar qué hará cada uno de los delegados cuando deba elegir entre Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado. Prima la libertad de los compromisarios a la hora de ejercer su voto. Eso se palpa en el ambiente. «Voté a Soraya, pero ahora prefiero a Pablo», confesaba un representante, aunque lo de «el voto es secreto» fue casi un latiguillo en la tarde del viernes. Todos ellos han recibido llamadas de los dos equipos, y algunos hasta se han comprometido con ambos. «Yo», advertían sin embargo varios de los escasos indecisos, «quiero oír a Soraya y a Pablo ante el plenario».
La presentación de las candidaturas puede ser clave para decantar la victoria. De hecho, los discursos de hoy sábado se han convertido en una obsesión en ambos equipos, una vez que, tras la emotiva despedida de Mariano Rajoy, con lágrimas incluidas de Elvira («Viri») Fernández, arrancó el verdadero congreso. Encuentros por todas las esquinas, conversaciones cruzadas... Todos a la caza del penúltimo apoyo, por si queda cualquier despistado o ante hipotéticos cambios de bando... y ello entre filtraciones y desmentidos constantes. Está todavía por ver si los procesos de primarias dan una legitimidad enorme que lleva en volandas a quienes los ganan o, por el contrario, son el caballo de Troya introducido por la «nueva política» para acabar a medio plazo con las formaciones políticas de corte organizativo tradicional. Ese temor revolotea en el ambiente.
Lo que, desde luego, trasluce esta carrera por la sucesión de Rajoy, al menos desde fuera, es que ha habido dos «compañeros» que, tras una primera vuelta muy selectiva, con seis precandidatos, han peleado a cara de perro y hasta el último suspiro por el cetro de Génova 13. Muchos se han posicionado apoyando lo que consideran mejor para el futuro de sus siglas. Otras voces, también, han aprovechado el momento para esgrimir fobias personales guardadas durante años. Y ahora llega la gran pregunta: «¿a quién prefieres, a mamá o a papá?», apuntaba un compromisario de Castellón.
Compañeros de partido, amigos personales e incluso familiares han dado muestras en el proceso de un notorio distanciamiento. «Hemos preferido suspender las comidas de los domingos», me reconocía un cargo andaluz, antes partidario de María Dolores de Cospedal, ahora reconvertido al pablismo, enfrentado a su prima, dirigente también del partido y sorayista de las de voluntad férrea. Todos deberían tomar ejemplo de Juanma Moreno e Ignacio Coisidó, dos importantes representantes de los candidatos, fundidos en un efusivo abrazo ante la mirada de propios y extraños.
El hotel Madrid Marriot Auditorium se ha llenado de un ambiente tenso y agridulce. Se palpa la división. El miedo a lo que ocurra puede cortarse, de lo denso que es. Los diferentes territorios populares, a pesar de lo que se ha dicho, vienen divididos. Eso de que el voto iba a ser unánime por Soraya o Pablo según a qué región o provincia representase cada cual... ¡nada de nada!
Sin duda, va a haber un antes y un después de este cónclave, y para casi todos el después es una incógnita. A partir de este sábado veremos cómo evoluciona la fiebre de un proceso que ha explorado terrenos tan puramente sentimentales.
Uno, Pablo Casado, ha hecho su campaña a lomos de la renovación y, por lo visto, ha ilusionado a una buena parte de sus compañeros partiendo casi desde cero. Sale como ganador. «El aplausómetro está 60-40 a favor de Pablo», me decía un experimentado dirigente vasco tras la irrupción en el plenario de los candidatos. La otra, Sáenz de Santamaría, ha gozado del aparato, que ni siquiera ha disimulado sus preferencias. Cambio frente a posibilismo. Un joven político de 35 años con ideas firmes, las de siempre del centro derecha, aunque expresadas de modo fresco, frente a muchas caras expertas y reconocibles como las de Javier Arenas, Fernando Martínez Maillo y Celia Villalobos, agarradas al imperecedero concepto político de sobrevivir.
Ambos candidatos se han esforzado en convencer a los delegados de que de su mano gana el Partido Popular. Unos y otros, sorayos y pablistas, se han centrado en amarrar sus votos. Porque nunca conviene confundir deseos y realidades. Las apariencias pueden llevar a calculados engaños. Y, claro, han hablado, y mucho, de integración. Sáenz de Santamaría la ha pedido desde el minuto uno. Casado, sin embargo, ha preferido que primero voten los compromisarios y luego se integre quien quiera. «Ha sabido aguantar presiones internas y externas. Y eso tiene un enorme valor», presumían sus convencidos. «Ya no podrán decir que a Soraya no la quiere el partido», rebatía una entusiasta de la ex vicepresidenta del Gobierno.
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