Javier Arenas
De Aznar a Rajoy: la caída de los dioses del PP
Aznar y Rajoy son dos líderes iguales y muy distintos. «Aznar era bronco y distante. Mariano habla poco, observa mucho y decide a su tiempo», aseguran dirigentes del PP que han vivido las dos etapas y que destacan que el partido hoy por hoy es cien por cien «marianista»
Aznar y Rajoy son dos líderes iguales y muy distintos. «Aznar era bronco y distante. Mariano habla poco, observa mucho y decide a su tiempo», aseguran dirigentes del PP que han vivido las dos etapas y que destacan que el partido hoy por hoy es cien por cien «marianista»
Hay un antes y un después de la boda de El Escorial. La frase recorría los pasillos de la Caja Mágica madrileña y revela claramente el cierre definitivo de toda una etapa en el Partido Popular. Lejos de ser una losa, la sombra de Francisco Correa o Álvaro Pérez , «El Bigotes», esos desalmados que pasearon su palmito en la boda de la hija de José María Aznar, son ahora el último lastre que le quedaba a Mariano Rajoy para afianzar su liderazgo indiscutido e indiscutible. La historia del primer partido nacional de España se cimenta bajo tres líderes que lo gobernaron con mano de hierro: Manuel Fraga, José María Aznar y Mariano Rajoy. Pero solo uno, Rajoy, ha logrado vencer las luchas cainitas de la derecha española por encima de intrigas, presiones y la corrupción. «Mariano ha visto caer, uno a uno, a los dioses del PP». En este análisis coinciden veteranos dirigentes y los ya instalados en la actual cúpula ante el nuevo cónclave popular. Fraga creó el PP, Aznar lo refundó y Rajoy lo ha moldeado a su medida, con más apoyos que nunca y liberado tras el desplante de su predecesor como presidente de honor.
El 18 Congreso Nacional del PP revela las claves del poder «marianista» en España y cierra la puerta a esos antiguos dioses políticos que lo fueron todo. Ni uno solo de ellos, con excepción de Javier Arenas, un superviviente de libro, aparece hoy en la dirección del partido. Rodrigo Rato, Paco Álvarez Cascos, Jaime Mayor Oreja, Ángel Acebes, Alberto Ruiz Gallardón, Federico Trillo, Isabel Tocino o Eduardo Zaplana, son figuras hoy taladradas por su propio destino. Desaparecidos el patrón, Manuel Fraga, y la malograda Rita Barberá, el «marianismo» reina sin oposición alguna. Nunca desde la creación del partido, un líder ha tenido tantos apoyos y menos contestación interna. Es lo que otros antiguos dirigentes, como Miguel Herrero de Miñón o Antonio Hernández Mancha, definen como «La silla incuestionable”. Ellos sí vivieron dentelladas y luchas dignas de una novela.
El uno de abril de 1990 José María Aznar clausuraba el IX Congreso Nacional del PP investido como nuevo jefe de la derecha española. Veintisiete años después, en la Caja Mágica, no hubo una sola mención a su persona. Los «pesos pesados» del partido comparan ambas etapas y personajes. Aznar y Rajoy son dos líderes iguales y muy distintos. Les asemeja su control del aparato y capacidad de aguante. Les diferencia por completo su carácter y maneras de ejercer el poder. «Aznar era bronco y distante, Mariano, cercano y socarrón», dice un dirigente que trabajó con ambos. Aznar fulminó a la «vieja guardia» fraguista en medio de convulsas conspiraciones, mientras que Rajoy ha enterrado «la mosca cojonera del aznarismo» sin pestañear. La palabra unidad invadió este 18 Congreso y la conclusión fue unánime entre sus cuadros: «Mariano es imbatible frente a un PSOE dividido, un Podemos a puñetazos y un Ciudadanos que nadie sabe si es carne o pescado».
Compañeros de viaje durante muchos años, el talante de ambos es abismal. «Aznar se subió a la chepa tras el paseíllo de El Escorial», opinan muchos populares. Rajoy, jamás tendrá aires de grandeza. A ninguno le tiembla el pulso para «cortar cabezas» a quien molesta, pero con estilos diferentes. El ex presidente era brusco y cortante. El actual líder más sibilino. «Mariano habla poco, observa mucho y decide a su tiempo».
En el año noventa y dos, recién llegado de Galicia, Rajoy se presentó así a un grupo de periodistas: «Hola, soy un gallego en la corte castellana». Tenía cuarenta años y aludía con sorna a la pléyade de políticos que habían acompañado a Aznar como presidente de Castilla y León. El famoso «Clan de Valladolid», encabezado por Miguel Ángel Cortés, Carlos Aragonés o Miguel Ángel Rodríguez, que tuvieron un enorme poder en Madrid. «José María tenía una corte y Mariano no quiere ni cortejos», asegura un veterano dirigente. Rajoy entró en el «sanedrín» de Génova y dirigió la campaña electoral que llevaría al PP a su primera victoria.
De todos aquellos hombres del Presidente, quien más ha convulsionado las filas del PP ha sido, sin duda, Rodrigo Rato Figaredo, el «milagro económico», el todopoderoso vicepresidente, dueño y señor de la política económica. Ubicado en la terna para suceder a Aznar, Rato es hoy un personaje caído en desgracia, acosado por la Justicia. La última acusación de la Agencia Tributaria sobre ocultación de su patrimonio en Estados Unidos, mientras afloraba bienes en otros países como Suiza, Panamá o Luxemburgo, se coló en el primer día del Congreso y escoció mucho más que la sentencia de Gürtel. «Rodrigo se creía dios, le perdió su soberbia», opinan sus antiguos compañeros. Los Correa, Crespo o «el Bigotes» eran unos «choricillos, pero Rato era el faraón de la economía, un estandarte de los gobiernos aznaristas, el único que llegó a la cima del Fondo Monetario Internacional. Hoy nadie confiesa ser su amigo y aparece como un proscrito desfilando por el banquillo de los acusados.
El tercero de la terna sucesoria, Jaime Mayor Oreja, vive retirado en el campo con esmero en su afición por la jardinería y solo aflora en algún acto de FAES relacionado con las víctimas del terrorismo. Es uno de los pocos amigos personales del matrimonio Aznar-Botella desde que un día, a finales de enero de 1995, el ex presidente le dijo: «Jaime, quiero pedirte un favor». Acababan de asesinar vilmente a Gregorio Ordóñez y Aznar decidió entregar la batuta del PP en el País Vasco al antiguo militante de UCD, sobrino de Marcelino Oreja Aguirre. Entró en el estado mayor del partido, fue el ministro del Interior por excelencia y de sus equipos políticos en Euskadi como María San Gil o Carlos Iturgaiz no quedan ni las raspas. En cuanto a Miguel Ángel Rodríguez, el poderoso portavoz del Gobierno, aquel joven e intrépido periodista de Valladolid que acompañó a los Aznar en toda su travesía, vive refugiado en sus cuarteles profesionales y anima de vez en cuando alguna tertulia periodística.
Los dos hombres que ejercieron la secretaria general del PP tampoco sonaron ni por asomo en este cónclave. Francisco Álvarez Cascos, el temido FAC por su carácter autoritario e implacable, dominó el partido con mano de hierro, consolidó su implantación nacional y fue un pilar esencial del Gobierno. Su sucesor, Ángel Acebes, de perfil mucho más afable, vive entre su despacho de abogados con José María Michavila y algunos consejos de administración empresariales. Ambos tuvieron que declarar ante el juez por la «trama Gürtel» y no tienen ya ninguna vinculación con el partido. El eterno «verso suelto», Alberto Ruiz Gallardón, delfín en todas las quinielas de liderazgo, está retirado en algunas asesorías empresariales, al igual que Eduardo Zaplana. De aquella época, del largo camino de la oposición al poder, sólo quedan en activo Javier Arenas y Juan José Lucas. El sevillano sigue en el entorno de Rajoy, un superviviente nato, «su estado natural es el abrazo», dicen en el partido; mientras el recio soriano, el hombre que arrancó en Castilla y León los mayores votos del PP en toda su historia, ocupa un discreto lugar en el Senado. Caso aparte es el de Federico Trillo, un jurista brillante como pocos, letrado mayor del Consejo de Estado y del Cuerpo Jurídico de la Armada. Con fama de conspirador, durante años la desconfianza con Aznar fue una constante y el «Clan de Valladolid» le acusaba de filtraciones interesadas. Pero en el Congreso de la refundación en Sevilla el ex presidente le rescató. Pocos saben que Trillo fue redactar del dictamen sobre el ingreso de España en la OTAN en época de Leopoldo Calvo-Sotelo, ha vivido todos los vaivenes del PP, liquidó el «manchismo» y fue uno de los «cuatro jinetes del Apocalipisis» que viajó a Perbes para convencer a Fraga de que escogiera sucesor a José María Aznar frente a Isabel Tocino. Presidente del Congreso y ministro de Defensa, la crisis del Yak-42 ha enterrado su vida pública. Es el último dios caído, aunque muchos piensan que su última palabra no está aún dicha. «Federico es peligroso,», apunta un veterano dirigente.
De aquel ramillete de mujeres que tuvieron mucho poder con Aznar, sólo quedan cercanas a Mariano Rajoy y en activo político Luisa Fernanda Rudi y Celia Villalobos. Retirada la que Manuel Fraga llamaba «la bellísima sorpresa», Isabel Tocino, y las tristemente desaparecidas Mercedes de la Merced y Rita Barberá, la única a quien María Dolores de Cospedal recordó en su discurso, los rostros femeninos de Rajoy pasan indefectiblemente por Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Sus dos fieles escuderas, con enorme poder en el Gobierno y el partido, en eterna rivalidad y juego de equilibrios. De Mariano Rajoy Brey se han escrito miles de tópicos: tranquilo, apacible, impasible. Pero si hay algo claro en su personalidad es el eterno servicio al Estado como político y su paz interior como hombre. «Soy un tipo serio, normal y fiable».
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