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El universo Maupassant
Este artículo, que debiera ser escuetamente informativo, será muy subjetivo, porque antes de dedicarme a la crítica literaria yo he sido un sujeto como los demás, y me parecen reseñables las condiciones tan propicias que se dieron en mi vida para sentirme fascinado por el universo Maupassant. Recién migrado a Francia, me casé con una alta funcionaria de Estado, cuya reputada familia poseía una bonita propiedad en la villa de Auxerre, departamento de Ionne, donde había sido prefecto el padre de mi mujer. Mi suegra, una gran dama, había sido muy amiga de las hermanas del pintor Corot, las cuales, al morir, le legaron el mobiliario completo de su dormitorio, que la señora destinaba a los huéspedes. En él me alojaba yo cuando sólo era el novio de su hija. Y así fue como conocí a Maupassant, con una luz de cabecera y la misma «bouillotte» de agua caliente con que el maestro templaba sus pies. En la biblioteca de mi suegra topé con «Mademoiselle Fifi», un oficial alemán que muere a manos de una putilla francesa, ni siquiera por patriotismo, sino como reacción al obsceno manoseo del macho que la pagaba. Nunca me he sentido más francés que leyendo a Maupassant en ese ambiente tan proclive a la evocación, paseando por jardines con árboles como pintados por Corot, mientras se escuchaban a lo lejos las trompetas de la guarnición. En su tiempo era de lo más común en la prensa diaria el folletín literario, en el cual se basó la narrativa de Dickens, así como la de Balzac. Los famosos cuentos de Maupassant despertaron una verdadera sensación de sorpresa y de novedad. Son un prodigio de fidelidad ambiental, con un lenguaje descriptivo e impresionista que hasta plagió nuestro my refinado Valle-Inclán, como demostrara taxativamente Julio Casares en su libro «Crítica profana». En el universo Maupassant encontramos plasmadas las vidas de los traperos, los pobres de pedir, la alta y media burguesía y hasta las más selectas esferas del poder, la moda y el arte. Los hermanos Goncourt propalaron la noticia de que Maupassant era hijo natural de Flaubert, de quien recibió fundamentales enseñanzas sobre la técnica literaria, impregnándose del gusto por la palabra exacta, nutrida de color y significación ambiental. Con un padre y maestro así se comprende la destreza narrativa de Maupassant, su amplia variedad de temas y argumentos y el universal renombre adquirido por este singular escritor, «el alma visceral de Francia». Así opinaba de él León Tolstói, y lo mismo opino yo, aunque no posea tan gran autoridad, pero fíese el curioso lector de mí, pues mis consejos nunca son en vano.
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