Opinión
De la revancha lingüística al fracaso escolar
Cuando la ideología se come a la pedagogía y un miserable activismo revanchista barre toda lógica, cuando la mediocridad deviene hipnótica, faltona, matona e insultante, estamos todos perdidos.
De las cosas que han pasado y están pasando últimamente, no es la menor ni la menos importante la visita de una misión de observadores de la UE para ver qué pasa en las escuelas catalanas. Tristes eran las denuncias que acabaron forzando la existencia de esta misión. Más tristes aún son sus conclusiones. La miseria académica, política e intelectual del «model d’èxit de l’escola catalana» (sic) ha quedado trágicamente al desnudo.
Va ya para cuarenta años que las aulas en Cataluña (y en toda España) saludaron el fin del franquismo como una oportunidad de abrir puertas, ventanas y, por qué no, lenguas enteras, que hasta entonces no había podido abrir nadie. Quien firma esto recuerda perfectamente lo que es tener una abuela materna que se murió siendo analfabeta o no hablando una palabra de español. Una cosa llevaba a la otra porque si, como mi señora abuela, te habías criado en el campo, en lo más umbrío y recóndito del Montseny, el español solo lo podías aprender yendo a la escuela. Justo ese lugar que la madre de mi madre no llegó a pisar nunca.
La recuerdo ya de mayor, viendo a los payasos de la tele en TVE, haciendo como que se enteraba, pero no. Hasta el fin de sus días estuvo convencida de que, en español, tortilla se decía «truitada», y corbata, «curbatuela». Palabros sacados de la manga en alguna ocasión en que, por lo que sea, le interesó inventarse la lengua que no hablaba. Como aquel día que fue a revisarse la vista y, tras media hora de frenético examen, con el oftalmólogo al borde de la apoplejía al ver que mi abuela no era capaz de reconocer, ni teniéndola a un palmo de la cara, una sola letra del alfabeto, convencido de habérselas con un topo de inminente ceguera absoluta, va ella y se pica: «Oiga, que para no saber leer, no lo he hecho tan mal». ¡Acabáramos!
¿Acabarán los escolares catalanes actuales como mi abuela? No, porque viven en un mundo mucho más poroso y abierto donde todo el mundo sabe leer y escribir (si no hacemos mucho caso de las pruebas PISA). Pero ojo que, más espesos aún que los muros de la ignorancia o el analfabetismo, son los del odio. Cuando la ideología se come a la pedagogía y un miserable activismo revanchista barre toda lógica, cuando la mediocridad deviene hipnótica, faltona, matona e insultante, estamos todos perdidos. Nos consideremos de derechas o de izquierdas.
Lo peor, lo más grave que han detectado los observadores europeos, empezando por la cabeza de la misión, Yana Toom, es la mala fe fundamental de la Generalitat independentista y su cada vez más agresiva imposición del catalán como lengua única de la escuela. Que no es que se equivoquen y no lo sepan hacer mejor, no: es que han decidido hacerlo así porque creen que ahora les toca a «ellos». Que si Franco se salió con la suya cuarenta años seguidos, ellos no van a ser menos. Les da igual si los platos rotos los paga un niño con Asperger, una familia recién llegada a Cataluña o simplemente un padre o una madre que no se resignan a que su hijo crezca pensando que su lengua materna, la castellana, es de segunda división.
Hasta aquí, las responsabilidades del separatismo. Hablemos de los presuntos progres que les han dado alas. En los años ochenta, la izquierda catalana clásica pega un giro copernicano de esos que ahora con Pedro Sánchez son el pan de cada día, pero entonces aún llamaban la atención. De decir, como decía Jordi Solé Tura, que la lengua había sido un arma política en manos de la burguesía, a venderles a los inmigrantes y a los obreros que solo hablando catalán saldrían de extranjeros y de pobres.
Con la inmersión se buscó/pretendió/escenificó una alianza entre catalanistas atormentados y castellanohablantes recién llegados que, de hacerse de buena fe, habría sido un milagro. Ciertamente sin la buena voluntad de infinitos andaluces, murcianos, extremeños, etc. que abrazaron la lengua catalana como propia, esta habría sido mucho más difícil de normalizar, de llevar a la centralidad legal, cultural, mediática y administrativa que ahora ocupa en Cataluña.
¿No va siendo hora de renovar y actualizar aquellos votos, aquella alianza? Pretender a día de hoy que la lengua catalana se va a extinguir si dejamos de machacar la otra lengua propia y oficial, tiene todavía menos credibilidad que en tiempos de mi abuela. ¿No va siendo hora de reconocer que por las mismas razones que había que cuadrarse en defensa del catalán en los años 60 ó 70, hay que hacerlo ahora en defensa del español? ¿No va siendo hora de reconocer y recompensar el esfuerzo de todos aquellos que, pudiendo ser arrogantes y catetos, eligieron ser generosos y bilingües? ¿Hasta cuándo se va a pretender impunemente que alguien es extranjero en esta tierra por hablar español, idioma que por cierto no fue ningún invento ni experimento franquista en Cataluña, sino que ha sido lengua legítima y propia de muchos, muchísimos catalanes desde hace siglos y sigue siendo la lengua madre de la mayoría? A los nietos de los nietos de mi abuela, ¿les van a negar el orgullo de aprender y disfrutar todo lo que ella no pudo? ¿Y con malos modos, encima? Ay la «iaia» si levantara la cabeza y esa escopeta de cartuchos de sal que solía disparar contra los listos que intentaban robarle la fruta... No digamos el alma...
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