Editorial

Llega el momento de la verdad en Ucrania

Pedro Sánchez, carece a día de hoy de los apoyos políticos expresos para meter a España en una intervención militar que, al final, supone el riesgo cierto de un enfrentamiento con la segunda potencia nuclear del mundo.

El presidente del Gobierno, Pedro Sanchez y Margarita Robles en el Congreso
El presidente del Gobierno, Pedro Sanchez y Margarita Robles en el CongresoAlberto R roldán

La gran decisión que se abre ante el conjunto de la Unión Europea es el envío de un contingente militar a Ucrania, ya sea como fuerza de paz o como un destacamento de interposición que obligue a Rusia a mantener sus posiciones en una tregua impuesta. Porque la idea de un ejército europeo enfrentado abiertamente a las tropas del Kremlin no deja de ser una entelequia, pese a la oferta francesa de extender su paraguas nuclear a todo el territorio de la Unión, aunque, eso sí, sin ceder un ápice el mando y control de sus medios atómicos. Ni siquiera ha sido capaz Bruselas de bloquear las importaciones de gas y de otros productos petrolíferos rusos como para confiar en una intervención militar que vaya más allá del refuerzo material de las tropas ucranianas y la aportación de datos de inteligencia estratégica y táctica sobre los movimientos del enemigo.

Ahora bien, el hecho de que el Gobierno español haya decidido enviar al jefe de Estado Mayor de la Defensa, almirante general Teodoro López Castellón, para que participe en la reunión de países dispuestos a comprometerse en una futura fuerza europea de paz en Ucrania es un paso que hubiera merecido una consulta previa con los grupos parlamentarios, sin exclusión, por más que la ministra del ramo, Margarita Torres, asegurara ayer que nuestra participación el próximo día 11 en el grupo de tareas de París no significa necesariamente que España vaya a integrarse en la operación militar, tome esta la forma que sea.

Necesaria cautela porque, entre otras razones, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, carece a día de hoy de los apoyos políticos expresos para meter a España en una intervención militar que, al final, supone el riesgo cierto de un enfrentamiento con la segunda potencia nuclear del mundo, y no parece que plantear una reunión con una parte de la oposición días después de la conferencia parisina, y no antes, sea la mejor manera de conseguir el respaldo de quienes representan a casi la mitad de la población, más aún, cuando se excluye al tercer partido del arco parlamentario.

Es cierto que el Ejecutivo español ha venido cumpliendo con el despliegue disuasorio de la OTAN en las fronteras del este, con unidades en Letonia, Rumanía y Eslovaquia, además de aportar una ayuda militar limitada a las fuerzas ucranianas, pero la integración en una fuerza de paz son palabras mayores que, sin duda, pondrán a prueba la ya de por sí precaria estabilidad gubernamental. Bastante conseguirá el inquilino de La Moncloa si convence a sus socios de gobierno y a unos apoyos parlamentarios poco proclives, por razones que no es preciso explicar, a reforzar las capacidades de los ejércitos españoles de la necesidad de incrementar el gasto en Defensa muy por encima del 2 por ciento del PIB. Parece que ha llegado la hora de la verdad y no sólo para los esforzados soldados de Ucrania.