Editorial
Donald Trump no es el amo del mundo
Europa no está desvalida ante las amenazas exteriores, por más que adolezca de una dirección unívoca y firme, imposible en una construcción social basada en la libertad de los individuos, y por más que desde algunas formaciones políticas de carácter populista se abone el discurso del fracaso.
La Unión Europea no es sólo una de las escasas islas de democracia plena en el mundo, es, también, una potencia económica, ciertamente lastrada por añejos resabios nacionalistas, y la depositaria de los principios del racionalismo occidental. O, dicho de otra forma, Europa no está desvalida ante las amenazas exteriores, por más que adolezca de una dirección unívoca y firme, imposible en una construcción social basada en la libertad de los individuos, y por más que desde algunas formaciones políticas de carácter populista se abone el discurso del fracaso, de la ruptura y del retorno a las fronteras interiores.
Valga este preámbulo, que pretendemos que sirva como recordatorio de la realidad, para señalar que los gobiernos nacionales, Bruselas y la Comisión Europea disponen de medios más que suficientes para enfrentar el desafío nacionalista del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a poco que, como ocurrió con el Brexit, sean capaces de mantener la unidad de criterio y no caer en las trampas divisionistas de quien defiende intereses perfectamente legítimos pero que no tienen porqué coincidir con los nuestros.
Por supuesto, no se trata de alimentar una guerra comercial, la «más estúpida de la historia» en palabras de «The Wall Street Journal», sino de disuadir al actual inquilino de la Casa Blanca de llevar a cabo una batalla arancelaria en la que nadie en occidente tiene nada que ganar. De ahí, que debamos celebrar todas las iniciativas tendentes a preparar a la economía europea ante una potencial ofensiva aduanera estadounidense, por ejemplo, la de reforzar las interconexiones eléctricas entre los socios, especialmente las redes de España con el resto de Europa, nunca vistas con buena cara por nuestros vecinos franceses, para aprovechar el potencial de las energías renovables y, también, la capacidad española de almacenamiento, transformación y producción eléctrica procedente del gas natural. No en vano, Estados Unidos es un gran exportador de productos petrolíferos, una fuente energética sobre la que quiere apostar Trump, y la mayor independencia europea del crudo y del gas norteamericano redundaría en posiciones ventajosas a la hora de negociar con Washington.
Pero Estados Unidos no sólo exporta petróleo a la Unión Europea, sino que se ha convertido, en cierto modo, en el granero internacional de maíz, trigo y sorgo –este último para alimentación animal– con sus principales producciones en el medio oeste y sur –Texas, Kansas, Dakota del Sur y Nebraska– que son estados donde el presidente norteamericano reúne buena parte de sus apoyos electorales. En definitiva, Donald Trump no es el amo de un mundo globalizado en el que las complejas características e interacciones del comercio internacional lo hacen altamente volátil y de consecuencias impredecibles cuando se trastocan sus reglas. Pero la UE debe estar a la altura.
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