Fútbol

Montevideo

«No grité... aquí eran las tantas»

Ainhoa Marín, una de las promesas del Espanyol, fue la «última» campeona del mundo en Uruguay. Una lesión la obligó a volver a España y recibió la medalla 48 horas después.

«No grité... aquí eran las tantas»
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Ainhoa Marín, una de las promesas del Espanyol, fue la «última» campeona del mundo en Uruguay. Una lesión la obligó a volver a España y recibió la medalla 48 horas después.

No grité mucho porque en España eran las tantas de la noche». Ainhoa Marín es jugadora del Espanyol y con 17 años se proclamó campeona del mundo en Uruguay: «Es algo único. Cuando regresamos a Madrid aún no nos lo creíamos», confiesa la delantera. Partícipe de esta gesta única en la historia del fútbol femenino español, Ainhoa vivió el partido decisivo a 10.253 kilómetros del estadio de Montevideo. Concretamente en el sofá de su casa. Un esguince en el tobillo le arrebató el sueño mundialista días después de comenzar la competición. «Nunca había vivido algo así. Fue muy duro», relata Ainhoa, quien desgraciadamente ya vivió una situación similar en el Europeo Sub-17 celebrado hace unos meses en Lituania.

Tocó decir adiós mucho antes de lo previsto y, entre lágrimas, la delantera regresó a Barcelona. «Mi familia fue fundamental para seguir adelante. Me decían que si me había pasado esto era por algo. Que vendrían cosas mejores», asegura. Quienes también la arroparon, sólo que en la otra punta del mapa, fueron sus compañeras de la selección. «Me hacían sentir como una más de la concentración. Con algunas hacía videollamadas para ver cómo estaban, para que me contasen algo interesante, reírnos un rato y poder vivir el Mundial mucho más cerca». Así es como la sentían sus compañeras que tras su marcha instauraron un nuevo grito de guerra que retumbó durante las semanas de competición por los pasillos del hotel y los vestuarios: «Ainhoa, este Mundial lo vamos a ganar por ti».

La final le tocó vivirla con familiares y amigos. Sus padres sabían lo importante que era ese encuentro para ella y, como la ocasión lo merecía, se desató la euforia. «Mi casa fue una fiesta. Habíamos ganado el Mundial y mis padres sabían que yo también era campeona. Lo celebraron como si yo hubiese estado en el campo». Tras el pitido final rápidamente hizo una videollamada con Ana Tejada, amiga e intregrante del combinado nacional. En su habitación empezó a dar saltos, pero con cautela para no molestar a los vecinos. «Se pusieron todas y empezamos a cantar. Parecía que estaba ahí en el césped. Estuve con ellas, aunque fuese por una pantalla móvil», comenta.

Sobre si se siente campeona, la catalana no duda en reconocer que sí: « Se siente de otra forma. Me hubiese gustado ayudar en el campo, pero aún así todos me han hecho sentime campeona y es así como me siento».

Sus padres no se equivocaron. Vivió el peor momento de su corta carrera, pero al final el destino quiso devolverle aquello que le arrebató y por lo que siempre había estado luchando: « Lo pasé mal, pero fuimos campeonas del mundo y eso lo compensó todo. Esto sólo ha sido una piedra en el camino. Sólo hay que saltarla y seguir adelante».