El universo irrealista de Luis Mateo Díez, Premio Cervantes
El novelista, el único escritor español que ha obtenido en dos ocasiones el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa, ha destacado por la creación del territorio legendario de Celama
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La narrativa de Luis Mateo Díez, muy merecidamente galardonado con el actual Premio Cervantes, supone la superación de un realismo meramente costumbrista o descriptivo, para adentrarse en una estética de elaborado lenguaje literario, donde priman la inserción de lo mágico en la habitual cotidianidad, entrañables personajes de atrabiliario perfil, ocurrentes diálogos de disparatada configuración, y la presencia de lo mítico como referente social que explica patrones culturales y conductas colectivas. Integrante de la generación formada por, entre otros escritores, José María Merino, Juan Pedro Aparicio y Julio Llamazares, su literatura se nutre de la observación vital, que no exactamente "real", donde desarrolla un componente irónico que incluye pintorescas situaciones argumentales y un cierto suspense de la trama narrativa.
La influencia de Delibes, Cunqueiro o Valle-Inclán se combina con la creación de un universo ficticio de simbólica configuración geográfica, las imaginarias poblaciones de Celama o Babia, que remiten a las topografías míticas de Macondo, Santa María, Comala, Yoknapatawpha o Región. Su narrativa está formada por una pura fabulación donde mucho tienen que ver los "filandones", relatos orales a cargo de la vecindad rural del medio castellano-leonés, que el propio autor oyó embelesado en su infancia.
En un breve repaso a algunas de sus más señeras obras, ya en su primera novela, "Las estaciones provinciales" (1982), aparecen las características constantes de un extravagante protagonista, su entorno de intrigantes sucesos jocosos y el sorprendente desenlace de las diversas subtramas. En "La fuente de la edad" (1986) asistimos al peregrinar de unos devotos cofrades, con la fuente de la eterna juventud como pretexto, y con la intervención de legendarios referentes como la Culebra Gamona, mítico animal de la cultura popular. "Camino de perdición" (1995) es protagonizada por el viajante Emilio Curto, cuya desaparición dará lugar a jocosas pesquisas y extravagantes situaciones; y en "Las horas completas" (1990), unos canónigos viajan en automóvil a una cercana parroquia rural, recogiendo en el camino a un estrafalario peregrino que originará más de un desastrado contratiempo.
Ha frecuentado también el microrrelato, como forma de una narratividad de lo elíptico, donde la estructura ausente predomina sobre la peripecia explícita; "Los males menores" (1993) es un libro emblemático en esta modalidad narrativa. Y no se obvia el testimonio civil, como en la conmovedora "Fantasmas del invierno" (2004), novela ambientada en nuestra postguerra, y constituida en crónica lírica de unos terribles acontecimientos, con intervención del mismísimo diablo, lo que abona su carácter de "realismo metafórico", como el propio autor ha reconocido. Y, en su más reciente libro, "El limbo de los cines" (2023), de entrañable sensibilidad, establece un sentido homenaje a aquellas salas cinematográficas de infancia y juventud. En definitiva, una trayectoria narrativa que ahora se ve reconocida una vez más como una excelente fiesta de la vida y la literatura