Justicia divina para Emilio de Justo en tarde de excesos
El diestro cortó dos orejas del quinto, que fue premiado a su vez con la vuelta al ruedo y Tomás Rufo se hizo con un trofeo en la segunda de San Isidro
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Morante venía con el rabo de Sevilla que dicho así suena mal y pasando por Madrid y los egos de esta plaza, que no son pocos, podía ser una condena. Soplaba el viento, como si supiera que el día no iba a ser fácil y que ya puestos, qué más daba otra cosa. Para colmo de males, salió un toro que no era presentable. ¡Oiga que estamos en San Isidro! Y entonces ocurrió que la fiesta la teníamos montada a la medida nada más empezar. Ni arte ni musas. La ronda pintaba en bastos. Ni tan siquiera dejarnos rememorar el recuerdo de lo que habíamos vivido en Sevilla. En honor a... ¡Qué asco! Gritaron del Siete. La verdad es que sí, pero todo. La previsibilidad del ambiente, el mal juego del toro, la presentación y el viento. Morante, en esas, que parece que se nos olvida que a todo esto por ahí abajo estaba el de La Puebla y había comenzado la faena con la espada de matar. La usó pronto, pero no resuelto. Dos pinchazos sin soltar fue el comienzo de un petardo de altura.
Se frenó el cuarto de salida, cantaba lo que llevaba dentro, y fue El Lili el que lo paró, le apretó a Morante. Soltaba la cara por arriba, sin entrega, era premonitorio de todo de lo que venía después. Vamos que estaba rodado. Cuando Morante tomó la espada sabíamos que era cuestión de un número de muletazos que quizá no llegaría a diez. Por ahí anduvo. Para aquí y para allá antes de perfilarse a matar. Tampoco anduvo fino con la espada, la falta de fe hizo lo suyo. Entre pitos se le fue la tarde. Del delirio sevillano a la realidad madrileña. Podría cumplirse a la perfección eso lo que le decían al gran Curro Romero de "te odio, pero mañana vengo a verte". Pues eso...
El segundo enseñaba las astifinas puntas por delante. Era más ofensivo el toro y el viento tuvo de todo menos piedad. En ese vendaval no supimos si el animal se revolvía raudo o era el aire, cuando tomó la muleta Emilio de Justo había muchas incógnitas que despejar en ese Garcigrande con carbón, encastado y listo al que el viento no beneficiaba. Anduvo con entrega De Justo y eso fue lo que trasmitió. A pesar de las dificultades no volvió la cara. Quiso hacer las cosas bien, aunque a veces salieran con brusquedad y rápidas, como también lo hizo el Garcigrande. El esfuerzo no se consolidó con la espada.
Toro bueno fue el quinto y Emilio lo gozó. Repetición, casta y emoción en la inagotable arrancada del toro y firmeza y entrega en la muleta de De Justo. Fue una faena ligada, explosiva, rápida de fogonazos, que culminó con una estocada a la primera y caída. Había justicia divina en el lote que se había llevado. Emilio después de todo lo que dejaba atrás se merecía un regreso así. Hundió la espada, abajo, y le dieron las dos y la vuelta al ruedo al toro. La tarde iba de excesos.
Tomás Rufo brindó el tercero ante la sorpresa y se fue a torearlo de rodillas. Ahí no pensó ni en el viento ni en nada. Arriesgó. El animal estaba con lo justo y también la faena en la que sacó muletazos buenos, pulseados en un conjunto indefinido. Puso de su parte pero el conjunto no rozó lo excelso. Mató de una estocada entera trasera muy jaleada de rápida efecto y paseó una oreja sin peso. El sexto se vino abajo y cerró las puertas del cielo que se habían abierto de par en par a Emilio de Justo. Tarde de mucho, recuerdo de poco. El torero se merecía todo.
Las Ventas (Madrid). Segunda de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Garcigrande, desiguales de presentación. El 1º, parado y deslucido, imposible; 2º, encastado, con carbón y punto de incertidumbre; 3º, paradote, 4º, deslucido; 5º, buen toro premiado con la vuelta al ruedo; 6º, deslucido. Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de catafalco y plata, dos pinchazos, pinchazo hondo, trece descabellos (pitos); cinco pinchazos, media (pitos).
Emilio de Justo, de verde botella y oro, tres pinchazos, aviso, estocada (saludos); estocada caída (dos orejas).
Tomás Rufo, de tabaco y oro, estocada trasera (oreja); dos pinchazos, estocada (silencio).