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60 años de la alternativa de El Cordobés

El 25 de mayo de 1963 Antonio Bienvenida convirtió en matador a un torero ya entonces legendario y que ha sido el último que de verdad ha mandado en el toreo: Manuel Benítez
60 años de la alternativa de El Cordobés
60 años de la alternativa de El CordobésAvancetaurino
La Razón
  • Paco Delgado

    Paco Delgado

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203 novilladas había toreado desde que debutara con picadores -el 27 de agosto de 1960, en su Palma del Río natal, formando un lío y saliendo a hombros tras cortar cuatro orejas y un rabo de novillos de Juan Pedro Domecq- cuando su entorno -ya había roto con El Pipo, quien con una formidable campaña publicitaria lo diese a conocer e hiciese famoso en todo el mundo, y era él mismo, por medio de su cuñado y su peón Paco Ruiz, quien gestionaba su carrera- decidió que ya era hora de subir de categoría.
La alternativa de El Cordobés estaba prevista para el día 12 de octubre de 1962, pero fue suspendida a causa de la lluvia, siendo elegida como fecha para su ascensión de categoría el 25 de mayo de la campaña siguiente, teniendo como escenario el coso de Los Tejares cordobés. Córdoba se convirtió, por este motivo, en cita obligada de todo el planeta taurino, pues nadie quería perderse el doctorado de un novillero que había arrasado allá por donde actuaba. Ese día tan especial se lidiaron toros de la ganadería de Samuel Flores, que contribuyeron al éxito del nuevo matador.
Antonio Bienvenida fue el padrino de la ceremonia y José María Montilla el testigo. El aforo de la plaza resultó insuficiente ante la demanda de localidades para este acontecimiento. Cientos de personas se quedaron fuera al no conseguir boleto y los afortunados nunca olvidarán lo acontecido en el ruedo. Al término del paseíllo una ovación atronadora obligó a El Cordobés a salir a los medios a saludar, honor que compartió con sus dos compañeros. El toro de la alternativa se llamaba “Palancar”, pesó 464 kilos y estaba marcado con el número 88. Desde que Benítez le recibió con el capote, para enjaretarle una serie de ajustadas verónicas rematadas con dos medias de ensueño, la plaza se convirtió en un manicomio.
Brindó este primer toro de su vida al respetable y comenzó la faena. Pases de todas las marcas, como decían entonces los revisteros, pisando un terreno inverosímil y con los tendidos completamente entregados. El Cordobés no se cansaba de instrumentar muletazos y, como el toro repetía una y otra vez, la faena se prolongó entre el delirio de la gente. Terminó su labor con unas manoletinas de cartel y una estocada entera que acabó por desbordar el entusiasmo general. El público, que ya agitaba los pañuelos en plena faena, pidió con fuerza los máximos trofeos pero el palco solo concede las dos orejas. El diestro fue obligado a dar dos vueltas al ruedo y la presidencia se llevó una bronca monumental. Pero si Manuel Benítez formó un lío en el toro de la alternativa, en su segundo enemigo, sexto de la tarde, organizó un alboroto que hizo temblar los cimientos de la plaza. Este animal atendía por “Lamparilla”, estaba marcado con el número 149, pesaba 543 kilos y lucía unos astifinos pitones que en absoluto amedrentaron al matador. Muy al contrario, salió como un rayo del burladero en su busca y lo recibió con un ramillete de verónicas, con el sello de la casa, que pusieron el horno hirviendo. El toro, en su pelea en varas, hirió a un caballo y derribó estrepitosamente a otro. El Cordobés comenzó la faena con su clásico pase del desprecio para irse de inmediato a los medios. Series en redondo, molinetes, naturales de ensueño y desplantes, todo con la plaza entregada y la música tocando sin descanso. Montó la espada pero dio en hueso. Ejecutó unas manoletinas a cámara lenta antes de volver a volcarse en el morrillo del toro, volviendo a pinchar y sólo a la tercera consiguió enterrar todo el estoque en el hoyo de las agujas.
El tendido se pobló de pañuelos y esta vez sí, el presidente acató el fervor popular y concedió, pese a la tardanza estoqueadora, las dos orejas y el rabo, dando Benítez una clamorosa vuelta al ruedo saliendo de la plaza a hombros acompañado de Montilla que había logrado un balance de oreja y vuelta al ruedo. Por su parte, Antonio Bienvenida, cosechó silencio y palmas.
La cuadrilla de Benítez estuvo formada por los subalternos Pepín Garrido, Agustín Quintana y Antonio Iglesias y los picadores Joseíto y Ratón. Las cabezas de los toros de El Cordobés fueron adquiridas y mandadas disecar por el aficionado cordobés José Ángel Ramírez y lucen en un salón de su finca.
Un año más tarde, el 20 de mayo, en plena feria de San Isidro, confirmó su doctorado. La corrida levantó una expectación extraordinaria, tanto es así que muchas empresas dieron fiesta a sus empleados para que pudiesen presenciar el festejo que fue televisado en directo por Televisión Española, quedando las calles vacías a excepción de los escaparates de las tienda de electrodomésticos frente a los que hubo verdaderos tumultos, al igual que sucedió en bares y cafeterías.
En El Ruedo se contaba así el ambiente que había en torno a aquel festejo:
“Descargó la tormenta. El ambiente atmosférico, tan cargado como el ambiente social, reventó a las seis de la tarde del día 20 de mayo de 1964. La hora que anunciaba el ‘suceso’ taurino más sonado de nuestra época. ¡La hora de El Cordobés!
Cesión de los trastos en el doctarado
Cesión de los trastos en el doctaradoAvanceTaurino
Rayos, truenos y relámpagos acompañaron al torero en su primer viaje a la Monumental de Madrid, la olla donde se cocía la expectación apasionada de 23.000 personas de distintas razas y lenguas. Todo Madrid, España entera, pendiente de Manolo Benítez, un tipo, un caso, un mito.
En los alrededores de la plaza se habían tomado las oportunas precauciones para evitar que la sicosis del pueblo despeinase al ídolo antes de que se presentase en el ruedo.
El cielo está negro y brama como un toro enloquecido. El sol se ha escondido de miedo y le arman la guerra las nubes. Se ha desatado la tempestad en las alturas, pero El Cordobés pisa el patio de cuadrillas sonriendo a todo el mundo, desafiando a los elementos, avasallando con su arrolladora personalidad. Esto no es un hombre, esto es un huracán, una fuerza de la Naturaleza.
El coche que lo llevó desde el hotel Wellington atravesó la muralla humana que lo esperaba en la calle, penetró hasta el patio de caballos y aparcó junto a la puerta de la capilla de la plaza. El torero entró a rezar y, para evitar aglomeraciones, pasó a la enfermería por la puerta interior”.
Era la sexta función del abono isidril de aquel año y el paseíllo lo hicieron Pedrés, Palmeño y El Cordobés, que se enfrentarían a reses de Benítez Cubero.
El confirmando sólo pudo enfrentarse a un toro, con el que refrendó su doctorado. Fue ese animal, el que abrió plaza, y así describió El Ruedo su lidia: “Impulsivo, 525 kilos. Negro bragado. Con trapío. Sale distraído y toma el capote igual. Un marronazo y se agarra el de tanda con una vara, tapándole la salida. Sale sin fuerza. Toma un picotazo y cambio. Tres pares. Escarba. Llega a la muleta suave y noblote. Muchos pases. Puntea y escarba. Pasará a la historia por haber herido a El Cordobés en esta tarde de su presentación en Madrid”.
Santiago Córdoba, en ese mismo rotativo, en su número 1.040, del 26 de mayo de 1964, analizaba así lo sucedido en aquella primera, y única faena, de Manuel Benítez en la tarde de su confirmación: “Otras veces hemos dicho que El Cordobés está marcado por el sello de lo "distinto". Es en Sevilla y en su turno cuando un toro se estrella contra un burladero y permite a Manolo la esplendidez de torear—sin obligación reglamentaria—un sobrero. Es en su corrida de alternativa madrileña cuando, exclusivamente, el cielo se pone cárdeno, la lluvia abre sus compuertas, la incertidumbre por la corrida pone más al vivo el deseo de los espectadores, que —en gran cuantía— pagaron bien el gusto y la gana de verle. Es él quien determina, con gesto decidido, que la corrida se celebre. El quien recibe la gran cornada, que —si no deja huella futura en su ánimo— proporcionará indelebles datos para su historia torera. Al compás que marcaba el cielo, El Cordobés relampagueó en Madrid. Pasó por el ruedo con la celeridad de un meteoro. Y dejó bien probado que su fuerza taurina, hoy por hoy, es tan grande como la del rayo”.
Y con un amplísimo despliegue gráfico, se narraba aquella faena: “La faena se inicia sobre la derecha y a pies juntos. Es una actitud muy típica de El Cordobés en su personal modo de torear. "Impulsivo", toro con casta, obliga a abrir algo el compás. Pero al afianzarse más Manolo, afianza también el mando de la faena. Nueva serie con la derecha. Erguido, confiado, El Cordobés se está quieto, sin perder terreno, ante un toro que amaga y prueba. Animado por el clamoreo de la multitud quiere exprimir las últimas del zumo de la casta del toro, y sigue.
La primera ovación grande suena cuando la serie inicial de la derecha se remata por alto sin mover los pies, con quiebro de cintura.
La faena prosigue ahora sobre la mano izquierda. El toro enhebra a veces, pero más veces salen tersos los naturales. Remate con el pase de pecho sobre el compás abierto. La mano de la espada, casi pegada a la cadera, como exigen los puristas del toreo. Siempre en terreno que no se pisa sin tener grandes alientos, El Cordobés siente cómo “Impulsivo" cierra los círculos alrededor. Ya el último pase de esta serie es tan prieto, tan unificador de toro y torero, que éste se ve forzado a buscar mejor terreno. "¡Es bastante!", le gritan los peones. Pero El Cordobés aún ve más pases en el toro de alternativa, y vuelve a tomarlo con la izquierda.
Dos pases de tremenda exposición, y en el tercero "Impulsivo" prende a Manuel Benítez. El grito de temor conmueve toda la plaza. Sin embargo, este momento dramático no es el más grave de todo este lance. Y nada hubiera sido sin el sentido de "Impulsivo". Este sentido —el que define al toro y le distingue del novillo al uso— es el que hace volver a "Impulsivo" sobre el torero caído. No hay palabras con las que describir la emoción del momento. El toro, certero, de grandes defensas, se lanza con gran ímpetu. No renuncia a su presa. Y aunque se desvía inicialmente hacia los capotes, retorna pronto.
Pedrés, que cedió́ el toro, la desgracia se lo cedió́ nuevamente a Pedro Martínez que entra a "Impulsivo" muy de veras. El toro es apuntillado. Entonces, lo insólito: el tendido se nieva de pañuelos que conceden a Manuel la oreja del toro que no mató”.
El percance supuso una gran conmoción entre la sociedad de la época, no en vano Benítez era no sólo un torero, sino todo un símbolo de la situación social de aquellos años y a partir de aquel momento se convirtió en el gran ídolo de la afición y en el diestro que llevaría el control del toreo mientras estuvo en activo.