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Magüi Mira: “Las mujeres seguimos siendo un objeto sexual en la cama”

La actriz y directora valenciana vuelve 40 años después a Molly Bloom, un personaje que le ha marcado el camino en su carrera teatral y en su vida en general
La Razón

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Magüi Mira asegura que ya no empieza el año con nuevos propósitos. “Hay veces que el tiempo es relativo. Y a mí, desde luego, ya no me lo marca el calendario. En enero no empieza el año, sino que sigo viviendo un día más detrás de otro”. Utiliza la agenda, dice, “porque de otra forma no recordaría nada, pero si no... El reloj es el sol, él me marca la vida”.
−¿Eso es algo de la pandemia o de la edad?
−No, siempre he tenido un punto contemplativo. Me viene en los genes. Me pones una silla en la orilla del mar y me puedo pasar días enteros ahí.
−No sé si tanto como el tiempo que ha pasado desde que hizo por primera vez de Molly Bloom...
−Dice bien, porque fue la primera vez en España que una actriz encarnó a este personaje mítico de la ficción dibujado por la pluma de Joyce y rescatado entonces por Sanchis Sinisterra.
De aquello han pasado más de cuatro décadas y, cada minuto que pasa, Mira engorda un gramo su orgullo. Es un personaje que le atraviesa al completo, un personaje que disfruta, un personaje que la tiene enamorada en el año en el que se cumple el centenario de su nacimiento. Cien años de la publicación del Ulises, de Joyce, cuarenta de su estreno sobre las tablas y la figura sigue siendo respirando actualidad. Por ello, la actriz y directora ha decidido retomar el proyecto. Se mantienen ella, el original y la cama-cárcel que ocupa el centro del escenario: “Ahí es donde parimos, dormimos, practicamos un sexo maravilloso... De todo”. Aunque con una nueva perspectiva y “sin filtros”, añade.
−¿Qué ha cambiado?
−La vida pasa y yo ya no soy esa treintañera inmadura. Eso sí, sigo teniendo esa gran dosis de atrevimiento. Salíamos de una dictadura muy cruel y estábamos estrenando una democracia imberbe y, en ese momento, tremendamente ilusionante.
−¿Le decepcionó esa democracia?
−Sí. La política como ciencia se está perdiendo. Tenemos un techo de frivolidad que es la verdadera pandemia. Todo pasa muy rápido y nos lleva directos al exceso de frivolidad. Salimos a surfear y no nos damos cuenta que debajo tenemos a muchos tiburones dispuestos a comernos las piernas. Somos una sociedad que cada vez está más empobrecida. Las emociones son más pobres que nunca.
−¿Eso es culpa de la Era Digital?
−No necesariamente. El mundo avanza y debemos situarnos. Una cosa no está reñida con la otra. Es como el cuento de los Tres Cerditos: solo hay que saber hacer la casa para que el viento no se la lleve. Ahora soplan vientos muy distintos a los de antes, por eso debemos rehacer nuestras casas para poder vivir de forma confortable a pesar de las amenazas. Es un momento fascinante y existe la oportunidad de cambiar el mundo cada día, pero si no nos estructuramos difícilmente vamos a poder hacer nada. Hace falta más compromiso y menos pelea. Pelea, pelea, pelea... Te peleas para que un señor se ponga mascarilla en el tren, se pelean en el Congreso, te entran ganas de llorar... Tenemos que ver cómo sumar para protegernos.
Magüi Mira, a sus 77 años, es una mujer-torbellino, como si fuera su propio carácter el encargado de rizar cada uno de los infinitos bucles de su cabeza. “Piensa bien las preguntas, que yo me arranco y ya ves...”, avisa entre risas. Si a finales de los 70 la valenciana presentó La noche de Molly Bloom, en esta ocasión se ha olvidado de esa “noche” para darle todo el protagonismo a ella, a Molly Bloom (en el Teatro Quique San Francisco, antiguo Galileo, hasta el 6 de febrero): “Una mujer que escandalizó con Joyce hace cien años y con nosotros hace cuarenta. La novela es un antes y un después, la mejor del siglo XX. Aterrizó con el hipernaturalismo recogiendo el lenguaje de la calle, una conexión brutal”. Pero, para Mira, hizo lo propio con el pensamiento de la mujer, “intentó saber qué significaba ser mujer”.
−¿Y logró entenderos?
−Se empeñó. Y en ese empeño nos hizo un enorme regalo a las mujeres. Visibilizó la condición femenina. Escribió un personaje muy positivo.
−¿Con qué valor de Molly se queda?
−La generosidad. El “sí” puebla su pensamiento.
−¿Qué escandalizó de esta señora?
−El pensamiento insomne de Molly es un viaje al centro neurológico esencial de lo que son las relaciones sexuales. Intenta saber de ella misma, tanto físicamente como de su propia condición femenina. Sus deseos no se satisfacen: quiere obtener placer en el sexo, encontrar su lugar al igual que los hombres, se da cuenta de que es un objeto sexual, quiere aprender, quiere una vida profesional que no pudo porque se casó, desea ser reconocida y no puede porque era “la mujer de”, quiso ser amada de verdad... Todo eso escandalizaba. Ahora las mujeres hablamos con otra voz, pero seguimos amordazadas. En la vieja Europa cualquier día se nos van a caer los monumentos encima de la cabeza sin ver que hay otras culturas emergentes. Hay que abrir el paisaje y mirar mucho más allá de nosotros.
−¿Qué diferencias hay con La noche... de antaño?
−Las dramaturgias son diferentes. De las 24.000 palabras del último capítulo [Penélope] se han reducido a 7.000, pero otras diferentes a las de hace años. Ahora tenemos el tema lésbico, el deseo permanente del estudio sobre ella y palabras sin filtro. Es una propuesta conceptualmente sencilla en la que reina la palabra y la emoción. Antes había cosas que me parecían muy serias y que ahora me dan risa.
−¿Qué le despierta la carcajada?
−Algunas cosas de la relación de ella con los hombres. Eso y otras cosas las llevo al humor. Otras están llenas de compromiso y en vez de escandalizar se nos cae la cara de vergüenza: ver que todos los deseos siguen igual, como una herida que sigue sangrando porque no hemos logrado curarla. Las mujeres seguimos siendo un objeto sexual en la cama. Nos falta mucha cultura sexual, es muy primaria. Molly Bloom ya se quejaba hace un siglo... No hemos sabido resolver que una mujer pueda volver tranquila a su casa, que no tenga que poner cerraduras en todas las puertas por si la asesinan, que son palabras del personaje. Que las mujeres no tengamos que estar encadenadas: “No tengo miedo. A las mujeres no nos encadena nadie”… Ahí estamos. Hay mujeres que siguen con la mordaza. En el 2022 eso no es un escándalo, sino una vergüenza. Para qué hablar de política si no hacen nada, “por mí se pueden meter la política por el culo”. Eso lo dijo Molly, lo ha dicho Greta Thunberg y lo digo yo.
  • Dónde: Teatro Quique San Francisco, Madrid. Cuándo: del 12 de enero al 6 de febrero. Cuánto: desde 14 euros.