La noche en la que Lola se comió la pantalla
La Faraona daba la bienvenida al año 1975 pletórica, imperial y vivísima, con un vestido blanco, instando al público a brindar con ella desde sus casas
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“¿En qué cadena vemos las campanadas, María?”, preguntó Manolo con rechifla. “En la UHF, no te digo -contestó la susodicha-. Venga, que nos van a dar las uvas”. Tras el ‘chistaco’, la pareja se sentó frente a la tele. Era 31 de diciembre de 1974. Estaban solos. Sus tres hijos habían ido a Madrid a trabajar. El pueblo se les había quedado pequeño. Por lo menos no habían ido a Alemania, como los de Pepe y Conchi. Sobre el aparador de la entrada tenían la colección de tarjetas de Navidad, o “crismas” como decían los modernos. Al fondo, junto a la chimenea, un pino cortado antes de Nochebuena adornado con cintas brillantes y bolas de cristal. No faltaba el portal de Belén, construido con corcho. El Niño, en el centro, levantaba dos dedos de la mano derecha.
De repente se oyeron las primeras palabras de Matías Prats Cañete, el locutor de las campanadas en TVE. Manolo y María tenían suerte. Sus hijos les habían regalado un televisor Philips a todo color. Primero les compraron un frigorífico, y luego la caja tonta. Era en agradecimiento a sus esfuerzos. Habían trabajado muy duro para pagar sus estudios en la Universidad. Eso es lo que habían aprendido en casa desde varias generaciones atrás. “La familia es lo primero”, decía muchas veces la abuela, fallecida el año anterior. Con esa tele ya no tenían que ir al bar del pueblo a ver “Estudio 1” o “La casa de la pradera”.
Cómo hablaba Matías Prats. No dudaba a la hora de señalar los cuartos y cantar despacio las campanadas con la imagen fija en el reloj de la Puerta del Sol. Manolo y María iban tragando como podían. Se acordaban de su niñez, del calor familiar, de los juegos y los villancicos, del raca-raca de la botella de anís, la pandereta, los peces en el río, la virgen está lavando, el tamborilero, los pastorcitos que iban a Belén, y luego de cuando fueron padres y los chicos reían y saltaban en una noche como esta. Con cuatro cosas eran felices. Ahora era distinto. Vivían bien, con modestia, sin pesares, pero echaban de menos a los hijos. Tragaron la última uva. Cruzaron la mirada y se besaron. “Gracias por este año. Qué digo. ¡Por esta vida!”, dijo Manolo. Estuvieron unos segundos abrazados mientras la tele seguía sonando. Les sacó del momento la trompetilla que tocó Fernando Pajares en la tele: “¡Hala, a divertirse!”.
La pareja se giró hacia el televisor Philips. Qué elegante quedaba en el salón la caja marrón imitando a la madera, con sus botones verdes, rojos y azules. María había puesto encima un paño blanco que colgaba por los laterales. No pusieron un toro en todo lo alto porque para Manolo y María el arte de Cúchares había muerto desde que se retiró Antonio Bienvenida en octubre de 1974. Tomaron asiento delante de la tele. Los especiales de TVE eran divertidos. Solo humor y música.
En ese momento apareció Lola Flores en la pantalla. La pareja no sabía que iba a presenciar un momento mítico de la cultura popular española, que pasaría al siglo XXI. ‘La faraona’ salió con un vestido blanco ceñido lo justo y escotado con gusto. Un enorme collar tenía la honra de engalanar su cuello. En su hombro izquierdo descansaba una estola rosa de fiesta. La gitana se comía la pantalla. Levantó una copa con su mano derecha e improvisó.
“En este primer día de 1975 les deseo a todos ustedes, a los españoles, a los que están fuera de sus casas, que tengan mucha felicidad, mucha alegría y mucho amor. Coger su copa y brindar conmigo, que quiero que pasen Vds. una noche extraordinaria y un año que no se pueda aguantar”, dijo la artista, para concluir con un “Va por Vds. Venga esa copa pa’arriba”. Lola Flores no sabía cuánta verdad tenían sus palabras. O quizá sí. Iba a ser un año trepidante, estremecedor, ilusionante, de esos que a nadie deja indiferente, y que casi no se pudo aguantar, efectivamente.
“1975 va a ser de aúpa -dijo María-. He leído en la prensa que Franco está muy bien. Totalmente recuperado. Que va a salir de caza estos días”. Hacía un par de horas habían visto los dos en su flamante tele nueva el último discurso de Franco. El dictador se alargó en su mensaje hasta veinte minutos. El Generalísimo no se había dejado maquillar. Solo un retoquito por aquí y otro por allá para disimular las canas y evitar los brillos. Manolo recordó que Franco había dicho que estaba “completamente recuperado” tras su enfermedad del verano, y que España progresaba adecuadamente. “Bah, Manolo -soltó María-. Yo me quedo con lo de Lola Flores… venga esa copa pa’arriba”. Brindaron y pasaron una noche más juntos.