El naufragio del Wager: motín, asesinatos y canibalismo
David Grann recrea en su ensayo lo que ocurrió en esa fragata. Una parábola de la condición humana, del mal y el racionalismo del siglo XVIII
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«El único testigo imparcial fue el sol». Con esta sencilla pero contundente frase empieza la última obra narrativa de David Grann (1967) que nos introduce magníficamente en una situación extrema: «Durante días estuvo observando aquel extraño objeto que se bamboleaba en mitad del océano, sacudido sin piedad por el viento y las olas. En un par de ocasiones la embarcación estuvo a punto de estrellarse contra un arrecife, y aquí se habría acabado esta historia. Sin embargo –tanto si fue cosa del destino, tal como algunos proclamarían después, como si fue simple chiripa–, acabó recalando en una ensenada de la costa sudoriental del Brasil, donde fue visto por algunos habitantes». He aquí lo que el lector conocerá a continuación: cómo, en el mes de enero de 1742, aconteció una historia de supervivencia y sufrimiento, protagonizada por treinta que tras, padecer un naufragio, pudieron volver a la civilización.
De este modo, «Los náufragos del Wager» (traducción de Luis Murillo Fort), cuenta la peripecia de los supervivientes del HMS Wager, cuyos detalles son bien conocidos. Se trataba de una escuadra naval concebida para atacar los intereses españoles en el Océano Pacífico, en la línea del Imperio británico de apoderarse de lo que había conseguido España desde su llegada al Nuevo Mundo, y que al llegar al Cabo de Hornos tuvo la mala fortuna de encallar por culpa de una tormenta. Los marineros tuvieron que permanecer en una isla desierta cerca de la Patagonia, «todos ellos prácticamente en los huesos. Sus prendas estaban casi desintegradas y sus rostros cubiertos de pelo, enmarañado y salobre como las algas». El Wager, con unos doscientos cincuenta hombres, había zarpado de Portsmouth como parte de una «escuadra con una misión secreta: capturar un galeón español lleno de tesoros y conocido como “el mejor botín de todos los mares”», dice Grann. Entonces, sucedió el milagro tras el naufragio: 283 días después de que se le perdiera la pista a la embarcación, esos hombres reaparecieron en Brasil. Se supo entonces que la mayoría de los oficiales y tripulantes había muerto, pero ochenta y un supervivientes tuvieron el coraje de construir una embarcación con restos del Wager y lanzarse a la mar.
Por supuesto, dadas las condiciones en que lo hicieron, afrontando hambre, temporales y fuertes oleajes, el resultado de tal atrevimiento fue trágico: durante aquella travesía desesperada murieron más de cincuenta hombres y, después de recorrer casi tres mil millas marinas y padecer el océano durante tres meses y medio, los que quedaban arribaron a la costa brasileña. «Los náufragos fueron aclamados por su ingenio y su valor. Como señaló el jefe del grupo, costaba creer que “la naturaleza humana pudiera soportar las desgracias por las que hemos pasado”». Pero toda esta historia dio una vuelta de tuerca inesperada.
Un segundo naufragio
Se ha divulgado en la Prensa estadounidense que «Los náufragos del Wager» es un «true crime», y algo tiene, más si cabe cuando Grann se ha ido especializando en libros de este cariz, que contaba los asesinatos en serie de los miembros de la nación indígena Osage, muy rica en petróleo, en la Oklahoma de la década de 1920. Pues bien, en el libro que nos ocupa encontramos suspense y criminalidad; dice Grann que seis meses después otro bote, en medio de una ventisca, quedó varado en la costa sudoccidental de Chile: una canoa de madera propulsada por una vela en la que iban tres supervivientes en un estado que «era todavía más aterrador. Estaban medio desnudos, macilentos, y los insectos se cebaban en lo poco que les quedaba de carne». Los tres deliraban y ni se acordaban de sus nombres.
Para desgracia de los náufragos del Wager, esos otros supervivientes, al volver a Inglaterra, recuperaron la memoria y manifestaron que los que habían vuelto a la vida en Brasil de héroes tenían muy poco. En la isla, «enfrentados a la inanición y a temperaturas bajísimas, decidieron construir un puesto de avanzada y reinstaurar el orden naval. Pero, conforme la situación empeoraba, oficiales y tripulantes del Wager (esos apóstoles de la Ilustración) cayeron en un estado de depravación digno de Hobbes. Hubo facciones encontradas, saqueos, deserciones, asesinatos. Algunos de los hombres sucumbieron al canibalismo», cuenta Grann. Todo se vio a las claras en el consejo de guerra que preparó el Almirantazgo.
Un imperio depredador y esclavista, codicioso y despiadado como el inglés, por todos los confines del mundo, quedaba retratado de manera infame, dado que «el tribunal amenazaba con hacer pública la naturaleza secreta no solo de los acusados, sino también de un imperio cuya autoproclamada misión era propagar la civilización occidental». Entonces, algunos de los encausados publicaron sus versiones de lo ocurrido en tierras americanas, y, al final, como en tantas ocasiones en el ámbito judicial o político, lo que iba a contar más era la capacidad de cada uno de vender mejor su propia narrativa, su versión de los hechos. No les salió mal, pues de la investigación no salieron castigos: el capitán, David Cheap –que al embarcarse «estaba huyendo: de peleas con su hermano sobre la herencia familiar, de acreedores que le perseguían, de deudas»–, fue ascendido, y su segundo al mando, Robert Baynes, fue sólo reprendido por omisión de cumplimiento del deber pero obtuvo un puesto en logística; y por lo que hace referencia al navegante John Byron, abuelo del famoso poeta, se le ascendió y recibió el mando de una nave.
El mundo de los barcos
El libro es una oportunidad de conocer los intríngulis de la historia en América en torno a los enfrentamientos de las naciones llamadas a dominar el planeta. En ese sentido, el lector comprobará cómo de obsesiva era la idea de las autoridades británicas a la hora de pergeñar planes para lanzarse «contra uno de los núcleos de la riqueza colonial española: Cartagena de Indias. De esta ciudad a orillas del Caribe partía en convoyes armados gran parte de la plata extraída de las minas del Perú» por medio de una tremenda flota compuesta por 186 barcos. Es más, la obra resulta formidable para adentrarse en el mundillo naval, en los barcos de guerra que «se contaban entre las máquinas más sofisticadas creadas hasta la fecha: castillos de madera flotantes que surcaban los mares a fuerza de viento y velamen. En consonancia con la naturaleza dual de quienes los habían concebido, estaban pensados para ser instrumentos de muerte y, a la vez, hogar para cientos de marineros que vivían juntos como una familia».
De llevarse al cine esta historia, no sería la primera vez en el caso de Grann, pues tal cosa ocurrió con su primera novela, «Z, la ciudad perdida»; además, «El viejo y la pistola» inspiró una película protagonizada por Robert Redford; Martin Scorsese llevó al cine en 2023 «Los asesinos de la Luna», y, sin duda, no faltará mucho para que veamos también en las pantallas esta del Wager, conocida sobradamente y a la vez renovada gracias al talento de este autor de bien merecido éxito internacional que tan bien aúna interés histórico y fuerza novelesca.