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Del infierno al cielo, según Bob Dylan

La fastuosa caja "Fragments" celebra el 25º aniversario de "Time out of mind", la obra maestra con la que el músico americano resucitó tras largos años de ocaso
Bob Dylan celebra el 25 aniversario de "Time Out Of Mind", una obra maestra que nadie esperabaWILLIAM CLAXTONEFE
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

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Bob Dylan era espesa niebla a mediados de los años 90. Una vieja gloria a la que solo sostenía un nombre, un inconsistente recuerdo de lo que fue y ya no era. Se había entregado a la vida nómada del músico de carretera enterrando su capacidad para hacer más canciones. Ni quería ni las necesitaba, según declaró él mismo a comienzos de aquella década. Por eso, sorprendió mucho cuando se anunció un nuevo álbum, pero nada comparado a lo que ocurrió con su escucha, tan impactante. Aquel milagro se llamó «Time out of mind» y hoy la fastuosa caja «Fragments» se encarga de poner en contexto aquella obra de arte con la que un hombre rehabilitó su crédito y un músico recuperó la corona para no cederlas ya jamás.
El volumen 17 de sus famosas «Bootleg Series» celebra el 25º aniversario de un disco cuya grandeza comienza a explicarse desde un pasado inmediato irrelevante. «Oh Mercy», de 1989, había sido un oasis, un álbum sensacional que sin embargo no obtuvo la notoriedad que merecía. Un año después llegaría el infantil, descuidado y escasamente trabajado «Under the red sky». Y fin. A continuación llegarían unos discos de versiones agradables de viejo folk y un «Unplugged» sin el menor riesgo, lo que no era precisamente una manifestación de creatividad para un hombre que durante décadas no había dejado de facturar canciones. Y ocurrió que a finales de la primavera de 1997 contrajo una histoplasmosis, un grave virus que muy cerca estuvo de acabar su vida y que le postraría largas semanas en cama. «Casi veo a Elvis», sería su resumen del suceso. Aquel momento sería trascendental no solo para su vida, sino también para su carrera. Interrumpida su gira interminable, su máxima expresión artística del momento, agarró papel y lápiz para ponerse a escribir de nuevo. Obviamente, nada se sabía de esto. Y mucho menos de las secretas sesiones que tendrían lugar semanas después para registrar su primera colección de canciones en siete años.
Estaba claro que Dylan sabía que había llevado la composición a otro nivel con lo que tenía entre manos. Es fácil adivinarlo por la elección del productor. Sería Daniel Lanois, con quien ya había trabajado en «Oh Mercy», uno de los pocos hombres capaces de obligar a Dylan a «trabajar». El músico estadounidense sabía que tendría que sacrificar su gusto por la espontaneidad en favor del sacrificio y la repetición de tomas hasta dar con la adecuada, como exigía el productor canadiense. Acabó harto de Lanois, pero dejó grabada una obra maestra que no volvería a superar.
Dylan y Lanois tenían estilos de producción notablemente diferentes. A Dylan le gustaba hacer la mayor parte del trabajo mientras estaba en el estudio grabando la música. Él y su banda tocaban una toma y si esta no funcionaba, la volvían a hacer. Antes de terminar el día por lo general debían haber dado con la toma satisfactoria y no la volverían a tocar. Por contra, Lanois era un gran fanático del uso de la magia de estudio y le gustaba aprovechar al máximo los recursos y la tecnología de producción que tenía a su disposición. Usó micrófonos separados y especializados para cada instrumento y sugirió diferentes arreglos y repetición de tomas hasta dar con la adecuada. No es de extrañar que músico y productor chocaran frecuentemente durante las sesiones.
El hipnótico, oscuro y denso sonido (por cortesía de Lanois) sería una de las notas distintivas del álbum, pero eso llegaría después de comprobar el impresionante catálogo de canciones con el que Dylan llegó al estudio. Por primera vez en mucho tiempo tenía un material cohesionado y terriblemente inspirado. Sin poder hablar de un álbum conceptual, sí se podría decir que existía un tema dominante: la pérdida del amor y la desesperanza que produce el paso del tiempo. El disco explora el arrepentimiento, el aislamiento, la melancolía y la falta de dirección que surgen de un corazón roto mientras las arenas del tiempo se escapan entre tus dedos. El tiempo no cura heridas, solo perpetúa el dolor. Realmente, el álbum es una de las mejores y más conmovedoras colecciones de canciones sobre tristeza y dolor jamás grabadas. La tremenda voz de Dylan, todo un torrente de expresividad, elevaba cada frase. No se podía cantar mejor aquel material.
La apertura ya era impactante, tanto a nivel musical como lírico. «¿Escuché a alguien decir una mentira? / ¿Escuché el grito lejano de alguien? / Hablé como un niño / Me destruiste con una sonrisa / Mientras dormía», cantaba en «Love Sick» antes de concluir: «No sé qué hacer / Haría cualquier cosa / Por estar contigo». Más adelante estaba «Not Dark Yet», otra de las grandes gemas del álbum: «Aquí nací y aquí moriré contra mi voluntad / Sé que parece que me estoy moviendo pero estoy quieto / Cada nervio de mi cuerpo está tan desnudo y entumecido / Que ni siquiera puedo recordar de qué vine aquí para escapar». O «Cold Irons Bound»: «Hay demasiadas personas, demasiadas para recordar / Pensé que algunas de eran amigos míos / Me equivoqué con todos ellos / Bueno, el camino es pedregoso y el lodo de la ladera / Sobre mi cabeza nada más que nubes de sangre / Encontré mi mundo, encontré mi mundo en ti / Pero tu amor simplemente no ha demostrado ser cierto».
De toda esta extraña mezcla de estilos y personalidades surgiría un álbum único que todavía hoy sigue sonando fascinante, como se encarga de recordar cada toma de «Fragments», donde nada sobra. «Time Out of Mind» fue un triunfo artístico que también se vio acompañado de un gran éxito comercial y de crítica. Obtuvo tres premios Grammy, incluido el de Disco del Año, y devolvería a Dylan su título de campeón, entregado voluntariamente años atrás. A partir de entonces se convertiría en figura casi intocable, minimizándose incluso cualquier desliz.
Dylan nunca volvería a grabar con un productor externo ni con grupos de músicos ajenos a su banda de directo. Tampoco volvería a encontrar un nivel de canciones tan excelso como el de 1997, por mucho que su producción posterior nunca bajara del notable y en ocasiones rayara el sobresaliente. La realidad es que con «Time out of mind» había logrado el sueño de cualquier músico: grabar un álbum por encima de su leyenda. Nunca había hecho un disco así y nunca lo volvería a hacer. Venía de la miseria y recuperó la gloria para conseguir lo máximo a lo que puede aspirar un verdadero artista: la atemporalidad de una obra maestra.

LA IMPORTANCIA DE LOS MÚSICOS

Sonido, canciones y voz serían ejes básicos del álbum, pero un cuarto elemento completaría el cuadrado perfecto: los músicos. Dylan y Lanois propusieron nombres a partes iguales y en el estudio se juntaron auténticos genios. Para tocar con Dylan, más importante que dominar un instrumento es comprender las canciones y lo que necesitan. Es lo que entendieron tipos como Jim Keltner, Duke Robillard, Augie Meyers, Jim Dickinson, Bucky Baxter, Cindy Cashdollar, Tony Garnier o el propio Dylan, que tocó espléndidamente la guitarra en el álbum. Pocos discos suyos han encontrado una instrumentación tan mágica y definida como posee «Time out of mind».