"We Are The World", cuando la música quería cambiar el mundo
Un documental se adentra en la sesión de grabación del superéxito solidario escrito por Lionel Richie y Michael Jackson que reunió a 40 estrellas de la música y recaudó millones de dólares
Creada:
Última actualización:
Lograron lo que parecía imposible: reunir a 40 grandes estrellas de la música para cantar una canción... gratis. La grabación, de una enorme complejidad logística, se realizó en una noche completa, alargándose hasta la mañana del 26 de enero de 1985, durante unas horas en las que pasaron cosas delirantes y enternecedoras. Se trataba de un todo o nada, una sola sesión de trabajo sin posibilidad de repetición o retoques. Todo tenía que salir perfecto. Y no era fácil: había que reunir a artistas potencialmente conflictivos, egomaníacos e inestables para cantar a coro un tema solidario. Y aún peor: la grabación se llevaría a cabo después de una entrega de premios de la música americana, con el añadido de tensión que suponen esas ceremonias para la autoestima y los celos. Por eso, el productor Quincy Jones, que pilotó aquella la sesión, fabricó un cartel: “Deja tu ego en la puerta”. Y, contra todo pronóstico, salió bien.
La canción, ya olvidada, fue un enorme éxito, aunque la imagen que ha quedado para la
posteridad es, sin embargo, otra: la de Bob Dylan balbuceando apenas, con la mirada perdida y cambiando el peso de pie, mecido en un coro familiar entregado al éxtasis solidario mientras la cámara graba. Perdido, mirando al infinito, como un autómata, como alguien que se acaba de dar cuenta de que no sabe qué demonios está haciendo. Bueno, lo que estaba haciendo era responder a un impulso que todavía existía en la época: el propósito, ya caduco, de que la música podía cambiar el mundo. Aquella canción fue el comienzo de una era corta y bienintencionada. Estamos en un tiempo de cierta concordia internacional favorecido por el deshielo de los bloques (la caída comunista era inminente) y la bonanza económica. La música dominante era un pop puramente comercial e inofensivo y la escena estaba gobernada por superestrellas que competían en megalomanía. Aunque antes que ninguno estuvo el “Concierto para Bangladesh” de George Harrison y Ravi Shankar, “We Are The World” llegó en el momento justo, marcó una época y dio pie al surgimiento de los grandilocuentes y masivos eventos solidarios de Live Aid impulsados por Bob Geldof. El británico fue, en realidad, el iniciador de esta ola solidaria en noviembre de 1984, dos meses antes, con «Do They Know It's Christmas?», tema cantado por una mayoría británica y blanca entre los que estaban Bowie, McCartney, Bono, Boy George, Sting y Phil Collins.
“Eran blancos salvando negros, pero nosotros queríamos ayudar a nuestra gente”, dice Lionel Richie en el documental “La gran noche del pop” (Netflix), que bucea en la intrahistoria del hit solidario a través de material inédito hasta ahora, ya que toda la sesión quedó grabada en vídeo. La idea, sin embargo, partió de Ken Kramer, el manager más importante del momento -y blanco- en el negocio de la música. Harry Belafonte, otra de las instituciones de la escena americana, entra en el proyecto, que involucra a Quincy Jones, que a su vez tiene línea directa con Michael Jackson. No en vano, “Thriller” arrasa en el mundo y “Jacko” es el hombre más famoso de la Tierra. Llaman a Stevie Wonder, pero no contesta. A instancias de Kramer, abren el abanico para la entrada de artistas blancos, muchos de ellos, sus representados. Casi todo el mundo a quien contactan, acepta. Paul Simon, Kenny Rogers, Billy Joel, Tina Turner, Cindy Lauper, Willie Nelson, Ray Charles, Smokey Robinson, Diane Warwick... hasta Dylan, que estaba pasando por una época de gran confusión en los años 80 dice que sí. Y Springsteen también: “Me parecía que debía hacerlo, para ayudar”, dice en el documental. Pero ¿cómo van a reunir a las mayores personalidades de la música con agendas cerradas con meses de antelación? Tienen una idea: el mes siguiente se celebran los American Music Awards en Los Ángeles y sus vuelos, hoteles y dietas ya están reservados. Tiene que hacerse esa noche y Stevie Wonder sigue sin aparecer.
Lionel Richie y Michael Jackson son los encargados de escribir una canción. “Michael no sabe escribir música, solo tararea en cintas”, dice Richie en la película, donde cuenta que estaba espantado con el zoológico doméstico de Jackson, que incluía un chimpancé, una enorme serpiente y un estornino y un perro que se odian entre sí. Quedan tres semanas para la supuesta grabación y no han compuesto ni siquiera un estribillo. Stevie sigue sin contestar al teléfono y Quincy Jones les revela la lista de músicos involucrados, en la que no logran confirmar ni a Madonna ni a Prince. Entran en pánico, pero dos semanas antes de la gran noche, graban la maqueta. Y aparece Stevie Wonder, que ignora que ya han concluido el tema.
En la gala de los American Music Awards arrasa Lionel Richie y Prince sube a recoger varios galardones (acompañado de su guardaespaldas hasta en el atril del escenario) que disputa en abierta competencia con Michael Jackson por ser el artista del año. Michael no asiste a la gala porque, a muy pocos kilómetros, está en el estudio A&M de Los Ángeles, grabando las primeras voces de “We Are The World” y es el gran derrotado de la ceremonia. Al de Minneapolis no logran convencerle, y eso que incluso tratan de que Sheila E., percusionista de su grupo “y de la que está enamorado”, según dicen en el documental, le convenza. “Me sentí utilizada”, protesta ella en lo que podría haber supuesto la primera crisis de egos, que estaban presentes aunque rebajados gracias a la ausencia de representantes y publicistas, que tenían vetada la entrada. Faltan algunas estrellas, pero, como dice Paul Simon, “si cae una bomba en el estudio, John Denver vuelve a triunfar”.
Primero graban los cuarenta a coro, entre los que se encuentran Dan Aykroyd, Belafonte o Bette Midler. Ahí es donde se ve a Dylan, aturdido y desnortado, atravesar la dimensión espaciotemporal hacia otro lugar llamado confusión. Ya son más de las dos de la mañana y el calor, el tedio, los murmullos y la tensión empiezan a hacer mella. En la confusión se suceden las anécdotas. Stevie Wonder propone unos versos en suajili que no están en el guion, y le disuaden explicándole que en Etiopía no se habla suajili. El ruido de los pies de los cantantes se cuela por los micrófonos. La impaciencia ataca. Al Jarreau ha bebido bastante e improvisa la letra de “Banana Boat”, el clásico de Harry Belafonte, como divertido homenaje pero, más tarde, como sigue bebiendo, a duras penas puede cantar su verso solista. Comen pollo frito y unos se piden autógrafos a otros sin la menor vergüenza. Prince está en un restaurante mexicano y le llaman. Se ofrece a tocar la guitarra, pero no a cantar. Aparecen los celos y son las 4:40 de la mañana. La sesión terminó tres horas después con todo el equipo exhausto. Tres meses después, la canción obtuvo un Grammy, estuvo cuatro semanas en el número uno y recaudó 50 millones de dólares. El mundo, desgraciadamente, continuó siendo demasiado de lo mismo.
El meme representa la realidad. Bob Dylan estaba fuera de su elemento y cualquiera podía darse cuenta de ello. Tanto, que cuando llega su turno de cantar el verso solista, el icono legendario apenas murmura. No sabe cómo afrontarlo, qué hacer en el concurso de canto en que se ha convertido la grabación. Estaba confuso y Quincy Jones hace de psicólogo, pero no acierta con el tono. De la nada surge Stevie Wonder para rescatarle en medio del océano. En una esquina, toca al piano la canción junto a él y le indica el camino cantando haciendo de ventrílocuo en el tono de Dylan. Todos tratan de arroparle para que lo consiga. Y lo logra cambiando completamente el tono y la melodía. "No ha salido bien", dice con una sonrisa acatarrada. La verdad es que no, pero dan la toma por buena.