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Los topos que delataron la identidad como espía de John Le Carré

Se publica la correspondencia del escritor, que recoge cómo George Blake y el espía comunista Kim Philby lo traicionaron
John Le Carré, o David Cornwell, fue, además de un excelente novelista, un impecable escritor de cartas
John Le Carré, o David Cornwell, fue, además de un excelente novelista, un impecable escritor de cartasNadav Kander

Madrid Creada:

Última actualización:

John le Carré y David Cornwell. El intelectual y el hombre, y viceversa. Sujetando o no la pluma, fue una de esas figuras en peligro de extinción, de las que ya no quedan. Culto, crítico, analógico, de ingenio y con genio, el británico era pura personalidad y auténtica maestría literaria. Fue el creador de George Smiley, del agente secreto campechano y de martini, así como indiscutible crítico de la ambigüedad moral. Una figura a quien la experiencia le dotó de una palabra sabia, la cual supo reflejar en unas novelas que albergaban el mismo misterio que rodeó su vida. Fue padre afable e hijo superviviente, amigo visceral y amante secreto. Pero también espía, testigo crítico de su época y escritor empedernido. Es ese equilibrio (o mezcla, simbiosis) entre autor y persona, entre Le Carré y Cornwell, el que desgrana «Un espía privado. Las cartas de John Le Carré» (Planeta). En esta obra, su hijo Tim Cornwell, que falleció poco antes de ver este libro publicado y dos años después de su padre, en mayo de 2022, recopila y edita la correspondencia que mantuvo el autor de «El espía que surgió del frío», entre 1945 y sus últimos días. Unas cartas en las que interactúa con familia y amigos, pero también con políticos, escritores, guionistas, actores y otras figuras públicas. Un reflejo, por tanto, de una vida que fue de aventura.
Quizá, la labor de Le Carré como espía sea una de las más intrigantes para el gran público. Fue el único novelista que sirvió tanto en el Servicio de Seguridad de Gran Bretaña, el MI5, como en el MI6. Si bien en su obra catalogó las flaquezas sociales de su época y relató el viaje del mundo anglosajón hacia el siglo XXI, en esta correspondencia se comprueba su permanente interés por cuestiones de política internacional, desde sus años como agente en activo hasta los sonoros escándalos de la Guerra Fría, pasando por las traiciones de Kim Philby y George Blake, presentes en muchas cartas. En cuanto a esto asegura Nick Cornwell, otro de sus hijos, a este diario, que «conozco la historia, pero no la entiendo del todo. Los Cinco de Cambridge podrían estar íntimamente conectados con la Unión Soviética de Stalin. Para mi padre, fueron como el Covid, diría yo: un desastre natural, una catástrofe, que cambió su mundo. Se ha dicho más de una vez que a él le descubrieron como espía por parte de Philby, pero yo creo que fue Blake. Es un misterio, que cada cual piense lo que le parezca». En el libro, de hecho, se dice que al único hombre que el autor de «El topo» odió de verdad fue a Philby, lo que incluso le llevó a tener una polémica con su amigo y también escritor Graham Greene.
Mientras Cornwell trabajaba en el MI6, ocultó a sus superiores su identidad como un autor capaz de arrojar luz sobre las cloacas del Estado. Pero se cree que habría sido Philby el que reveló su doble identidad, desencadenando en la salida de Le Carré del servicio de inteligencia. Con esto, y a grandes rasgos, si bien Greene, dice Cornwell, «veía a Philby como un amigo, y entre amistades las cuestiones políticas no es que sean irrelevantes, pero se pueden apartar, mi padre no pasó ciertas cosas por alto. Y eso enfadó a Green. Me consta que discutieron. Philby fue parte de ese grupo de los Cinco de Cambridge que pusieron en peligro la vida de mi padre como espía. De hecho, se le invitó a Moscú a conocer a Philby, pero rechazó, porque dijo que no podía reunirse con un traidor. Más tarde, me diría que se arrepentía, que ojalá hubiera aceptado para reconciliarse, que le hubiera fascinado mirar a los ojos a Philby».
Un autorretrato de Le Carré, que se incluye en el nuevo libro
Un autorretrato de Le Carré, que se incluye en el nuevo libroPlaneta
Sea como fuere, algo que resulta indiscutible son las desavenencias entre Le Carré y su país natal. Su relación con Inglaterra era conflictiva, hasta el punto de que no aceptó galardones que le trataban de otorgar, o de que al final de su vida aceptó la nacionalidad irlandesa. «Su papel como gentleman británico era ficticio», afirma Cornwell, «era el hijo de un estafador, de un embaucador, vivió rodeado de esas grietas que deja la sociedad británica. Se fue en el 47 a vivir a Suiza, porque lo vio como un refugio para escapar, primero, de la violencia de su padre, y segundo del abandono de su madre». No fue hasta que alcanzó la fama que Inglaterra le reclamó, pero todo lo vivió como una fábula. Fue muy crítico para con su país hasta sus últimos momentos, pues con el Brexit, «el día de su cumpleaños, con unos 87 años, salió a la calle para manifestarse en contra. Estaba furioso, y se dio cuenta de que tenía unas raíces irlandesas que podía explorar. Para él, esta decisión le llenó el corazón y la vida de algo nuevo».
Un hombre, por tanto, testarudo y crítico con lo político: en una de sus últimas cartas, Le Carré alertaba sobre el ascenso del fascismo en su país y en el mundo, y eso le preocupaba. ¿Se volvió el autor, al final de su vida, un hombre de izquierdas? «Se podría decir que sí. Aunque sería más genuino decir que su convicción política siempre ha seguido un lema, que es la cuestión humana. Para él, lo individual era lo que más pesaba. A medida que envejeció, la política se fue polarizando, y no tenía paciencia para aguantar ni a un Trump ni a un Boris Johnson. Esa amenaza fascista dentro de la política anglófona le aterrorizaba», dice su hijo, también novelista.
Quizá la esencia de «Un espía privado» resida en que descubre al lector facetas desconocidas o, quizá, poco apreciadas de Le Carré. Si bien fue un novelista excelente, también cosechó con maestría el género epistolar. «La carta la veía como una obra de arte en sí misma. Parece que las escribía sabiendo que las iban a publicar, hasta cierto punto creo que era consciente de que eso ocurriría en el futuro», opina Cornwell. Y el autor estaba en lo cierto. Por ello pensaría que una carta «debía ser un trabajo completo, íntegro, con identidad propia. Descubrimos nuevas facetas de mi padre. En mi caso, veo al hombre de antes de yo nacer, experiencias que vivió, y que para mí son difíciles de juzgar. Veo al hombre, a mi padre. Este libro es un autorretrato».
 David practicando esquí alpino: «Participé en la carrera de Lauberhorn cuando era un inglés de los más tontos, y casi me mato»
David practicando esquí alpino: «Participé en la carrera de Lauberhorn cuando era un inglés de los más tontos, y casi me mato»Cortesía de la familia Cornwell
No podía faltar el factor humano y, por tanto, familiar. Cornwell asegura que su padre era «cariñoso, siempre afectuoso. Era una pasada estar con él. Al morir, la mejor sensación fue que todos los temas entre nosotros parecía que habían quedado bien cerrados. Había dado amor, y eso no es nada británico. Un afecto que se destila en el libro, aunque a veces era, creo, un poco tímido». Pero, quizá, lo más llamativo es el papel de Le Carré como hijo. No faltan en estas cartas la figura de su padre: Ronnie Cornwell. Un hombre que le dio una infancia difícil, a quien trata en esta correspondencia como si de un personaje más de sus novelas se tratase. Pero, realmente, tal y como apunta el hijo del escritor, Ronnie fue «un tipo histriónico, malvado, manipulador. Hay algunos de los villanos de mi padre que tienen algo de él, pero lo cierto es que no era un buen hombre. Es una figura que pesa mucho en la vida de mi padre, y por tanto aparece en las cartas», continúa, «me llegaron anécdotas de que si estafó en un hotel o que si consiguió que le construyeran una piscina en Belice. Era un embaucador nato, y es fácil caer en esa trampa y pensar que era un tipo gracioso. Pero es importante subrayar que era un monstruo».
La obra editada por Tim Cornwell reúne 309 cartas (y algún e-mail) dirigidas a más de 140 destinatarios, y agrupadas en 24 capítulos temáticos. Se incluyen, además, fotografías y dibujos realizados por el escritor, quien en algún momento reveló su pasión por el arte. Asimismo, escritos personales y profesionales, íntimos y planificados, y que se nutren en gran medida del archivo principal de la correspondencia de Le Carré, ahora destinado, casi todo, a la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Un trabajo que, apunta Nick Cornwell, también funciona de alguna manera como legado de su hermano Tim: «Lo que hizo es extraordinario. Empezó a recopilar las cartas poquito después de la muerte de mi padre, por lo que fue muy valiente emocionalmente. A mí me hubiera parecido imposible. Encontró un hilo del que tirar, que nos diera un buen retrato de él, y funcionó como un acto curatorial brillante». Tanto ellos como el resto de los hermanos, coincidían en que nada de lo publicado habría avergonzado a su padre, pues «al final de sus días era muy consciente de su ridícula fama, pero también de lo que había hecho bien. A veces, uno lee estas cartas y puede pensar que qué engreído, qué arrogante... Pero, por favor, imagínenselo riéndose, pues él lo hacía de sí mismo constantemente».
El legado de Le Carré, por su parte, parece que no se queda aquí, sino que hay un archivo que promete novedades en un futuro. «No hay», apunta Cornwell, «ninguna novela oculta en un cajón, pero hay cosas de su archivo que sí podríamos trabajarlos». Una de las grandes revelaciones, de hecho, de estas cartas, es que el autor menciona obras inconclusas o inéditas, que por diferentes cuestiones no han llegado a salir a la luz. «Nos hemos hecho una promesa entre los hermanos, y es que no vamos a sacar nada de Le Carré que vaya a servir para imprimirlo en un mantel de sobremesa. Vamos a publicar lo que merezca la pena», continúa el autor, y avanza que, «aunque quiero ser discreto, pasarán cosas... Habrá algo más de John Le Carré», concluye.
Le Carré y Jane trabajando en "El topo" en su despacho de Tregiffian, en 1974.
Le Carré y Jane trabajando en "El topo" en su despacho de Tregiffian, en 1974.Cortesía de la familia Cornwell

UN AUTOR MUNDIAL DESESPERADO POR GUSTAR

La segunda esposa de John Le Carré, Jane, fue antes su amante. Por lo que lo de la infidelidad del autor no era novedad. En el retrato íntimo que trata de plantear «Un espía privado», destaca la faceta amorosa del británico. No son cartas, asegura Nick Cornwell, «que hayan sido fáciles de encontrar. Algunas fueron quemadas, destruidas». Opina Tim en la obra que «la mayoría de las veces se sintió atraído por personas importantes y capacitadas, y también, de forma inevitable, por aquellas cuya angustia se parecía a la suya». Su infancia, por tanto, afectó en lo caprichoso de sus relaciones: «Era desesperado por gustar, pero también por conservar la soberanía de su corazón».