Fernando Aramburu: "Espero que Europa interprete lo de EE UU como una patada en el culo y reaccione"
El novelista publica 'Hombre caído', un conjunto de relatos de muy distinto corte que reflexionan sobre los afectos, el rencor y la venganza
Fernando Aramburu es un autor al que no le gustan las estabulaciones, los compartimentos estancos y al que le atrae moverse con libertad por los géneros literarios. Cultiva la poesía, como saben sus seguidores, y, también, el cuento, que es un formato en el que ha dado muestras de enorme solvencia, como prueba «Los peces de la amargura». Vuelve ahora a este territorio de lo breve con «Hombre caído» (Tusquets), una gavilla de narraciones bien cuidadas que inciden en la condición humana, en el papel de los principios y la moral en la cotidianeidad y en el protagonismo que en ocasiones tiene el azar.
–Regresa al cuento.
–Hacía 13 años que no publicaba un libro de relatos. Es verdad que alterno géneros y formatos distintos. No practico exclusivamente la novela. Me gustan también otros géneros más minoritarios, pero que son muy satisfactorios, aunque no tengan nada que ver con la novela. No me apetece estar tocando siempre la misma melodía; no necesito estar en las listas de más vendidos con todos los libros. Tengo aficiones poéticas. Me gusta lo ensayístico, los cuentos. Hay tres o cuatro palos que toco y a los que vuelvo.
–¿Cuál es la argamasa de estos relatos? Si tienen, claro.
Cuando escribo no soy consciente de que los cuentos tengan un hilo conductor. Me da igual que un libro de relatos posea unidad temática. Para mí, estoy escribiendo un solo libro de cuentos del que ofrezco, cada cierto tiempo, una entrega. Esta es la tercera y algún día espero que se integren en un volumen de cuentos completos. No hay que buscarles concomitancias argumentales. Me parece secundario, pero...
–¿Pero?
–Es cierto que repasando los relatos veía un tono compartido y, sobre todo, un tema: la dificultad humana de establecer relaciones armónicas duraderas. Probablemente, por esta razón abundan los relatos que están protagonizados por parejas, matrimonios, vecinos, hermanos, amigos. De todos modos, todos los cuentos los ha escrito la misma mano. Es posible que posean el mismo tratamiento lingüístico y que compartan las mismas torpezas.
–¿Y cómo surgen los textos?
–De tres estímulos diferentes. El primero es el cuento de encargo. El segundo es más complicado porque tiene que ver con el hecho de que a veces uno tiene pesadillas o pensamientos incómodos de los que no puedes librarte hasta que los escribes. Son historias que exigen ser escritas y que interfieren demasiado en mis otras tareas. Si no las escribo, siguen ahí molestando. La tercera motivación es lo que podríamos llamar la racha. Me dedico una temporada a escribir cuentos. Sigo un ritmo creativo... Los relatos pueden surgir en cualquier momento, a partir, por ejemplo, de una escena que presencio en la calle, en una casa, de una fotografía, de algo que he oído, de un recuerdo, un sueño.
–¿Las pesadillas del segundo estímulo son fructíferas?
–A veces ocupan demasiado espacio mental y para desprenderme de algún pensamiento o un episodio incómodo lo vuelco en una historia. En los relatos tenemos un catalizador de ideas. Pero estas pesadillas lo que suponen es un ultimátum: o me escribes o no te dejo en paz y te voy a perturbar tus pensamientos, tus noches de reposo, y cuando estés escribiendo tu novela voy a seguir ahí interponiéndome, molestándote.
–La vejez es uno de los temas.
–Quizá me he fijado porque tengo cierta sensibilidad hacia las personas mayores. Es una cuestión que me preocupa y que no tardará en afectarme. También tengo padres, tengo suegros que ya llegaron a la senectud y por tanto hay una presencia de la vejez en mi vida privada y soy testigo de anécdotas, problemas físicos y de todo lo que apareja la circunstancia de tener muchos años. No es raro que aflore en mi literatura.
–«Permítame la vida, solo es vida cuando puede disfrutarse», dice en su libro.
–Arrastro este pensamiento desde la adolescencia. Recuerdo un poema donde decía algo así como que la vida es solamente genuina cuando uno es joven. Bueno, hay algo de verdad en esto. No es lo mismo tener juventud, energía, futuro, lozanía, que andar ya renqueante, sin pelo, con problemas en las rodillas... La vida sigue siendo vida, pero no es lo mismo. La calidad de vida se va perdiendo y uno tiene que aceptarlo. Forma parte de la filosofía de la vida. Es bueno combinar esto con rasgos de humor. No me creo adepto del sentimiento trágico de la vida. El sarcasmo me libera un poco de las obsesiones. Hay gotas de humor en mis cuentos, pero no es comedia. Son rasgos de humor a menudo asociados al ejercicio de la crueldad y la venganza. Es el tipo de humor que yo practico y al que a veces tengo que echarle el freno.
–¿Crueldad?
–Los relatos resaltan algunos aspectos crueles del ser humano. Está presente la visión del hombre como un animal peligroso. La venganza también aparece bastante en los cuentos. Es un tema que me parece inspirador. Hay alguna historia conyugal que conduce a la venganza. Esto tiene que ver con el suelo sobre el que se fundamentan los relatos, que es la dificultad humana de establecer relaciones duraderas. Resulta curioso cómo vínculos como la amistad, que son gozosos, que son positivos en la vida, no se mantienen siempre. Nuestras biografías se llenan de culturas, de amistades, pero también de odio. La vida es como es, aunque no me recreo tampoco en la dureza. No hay más que leer el periódico y ver la televisión para encontrar aspectos más duros.
–«Dios no existe, es para mantener a raya las masas».
–Eso lo dice un personaje, no yo, pero tiene un fondo de verdad, naturalmente. Lo que sí considero beneficioso es vivir conforme a unos principios morales, el primero de los cuales es el respeto hacia los demás. Mis personajes abordan esta cuestión.
–Hoy los principios morales no están muy de moda.
–No es novedoso. Si no fuera así, no necesitaríamos leyes y todos nos respetaríamos. No harían falta los semáforos. Es cierto que no se puede dejar sin vigilancia al ser humano. Pero cuando hablamos de leyes, o sea, de principios morales, me refiero a normas que nos facilitan la convivencia y también en el plano privado. El respeto es el primero, porque funciona en todas las situaciones. Donde hay respeto, se convive. El respeto como ideal ético me parece muy valioso.
–¿Cómo ve la articulación del lenguaje en la política reciente?
–Ahora está todo sobredimensionado porque el planeta se ha convertido en un barrio y nos enteramos de cualquier cosa. Al instante. Si alguien dice algo en la otra punta del planeta, al rato lo tenemos en los ordenadores, y todo esto en cantidades excesivas y combinado con guerras, invasiones... Todo lo que está sucediendo me afianza más en mi promesa humilde, pequeñita, particular, de hacer que mi escritura sea un espacio de «mi verdad personal», no de «la verdad». Mediante las palabras, los seres humanos podemos compartir algo de verdad, algo que difícilmente encontraremos entre las personas que ostentan el poder en el mundo y en los países actuales.
–¿No le gusta cómo lo emplean esas personas?
–Hacen uso del lenguaje que es el que les conviene para lo suyo. Para ponerse a sí mismos bajo una luz favorable. Para decir lo que no sienten o aquello en lo que no creen. Esto a mí me inspira una enorme suspicacia y procuro no conformar mi mundo opinativo a partir de lo que dicen ciertas personas que tienen mucho poder en lo político o lo económico. Pero si uno entra en una librería, encontrará ahí poemarios, novelitas, ensayos donde alguien hace un uso verdaderamente humano y estético de las palabras. Los libros son la fuente donde uno puede realmente beber agua lingüística potable, no contaminada.
–¿Cómo ha estado viviendo estos momentos en Alemania?
–Lo que no podemos pensar es que la situación actual de Europa es repentina. Es consecuencia de un fenómeno que quizá sea biológico. En las sociedades se viven periodos de bonanza y, la población pierde vitalidad, disciplina. ¿Tienes capacidad de reacción si te va bien? ¿Para qué mejorar? ¿Para qué vas a salir a la intemperie si estás aquí calentito? Es lo que le ha sucedido a Europa. Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores, un alemán del partido verde, ya avisaba en un libro de la creciente debilidad económica y militar de Europa... justo él, un verde, o sea, que no era sospechoso de nacionalismo. Su profecía, efectivamente, se ha cumplido y ahora Europa está en una situación de debilidad geopolítica evidente.
–¿Reaccionará?
–Después de estas intervenciones, de estos despropósitos del actual presidente de Estados Unidos, me siento tentado a concebir esta esperanza en la Unión Europea y que interprete todo esto que proviene de Estados Unidos como una patada en el culo para que realmente reaccione, se apriete las tuercas y reanude la actividad industrial, pero también intelectual, que se reanime en el sentido de un vitalismo creativo. Me apetece albergar esta esperanza...
–¿Es su esperanza?
–Sería bueno, porque, en realidad, ¿qué podemos reprochar a la Unión Europea, que ha creado un espacio civilizatorio como nunca lo ha habido antes en la humanidad? Lo malo es que si estás ahí cómodamente y los demás, en otros continentes, están evolucionando, desarrollándose, pasándose por alto lo que para nosotros son valores, pues llegará un momento en el que vamos a tener que ponernos de pie otra vez, remangarnos la camisa y volver a darle duro. En todos los puntos de vista: el financiero, el militar, el intelectual...