La tragedia persigue a Samanta Schweblin: "Argentina vive en el futuro"
La escritora publica seis cuentos en 'El buen mal', un libro en el que sus personajes viven a un solo paso del abismo


Madrid Creada:
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Samanta Schweblin se presenta como una «cuentista». Su prosa es directa para no soltar al lector. Huye de titubeos, pues bien sabe ella lo que es abstraerse en la lectura. «Como lectora soy jodida», confiesa: «Abandono mucho. No termino más de la mitad de los libros que comienzo. Me distraigo con facilidad y estoy constantemente pensando en qué me está pasando a mí. Me interesa mucho saber por qué me fui. Vuelvo atrás e intento descubrir el momento preciso en el que desconecté. Luego, también me pasa que vuelvo a un texto muchos años después y no entiendo por qué lo dejé».
Para no caer en su propia trampa, esta escritora argentina afincada en Alemania atrapa a su presa y no la suelta. Combate lo que denomina «el problema»: «La atención, o desatención, es con lo que debemos lidiar porque no hay literatura sin lector».
Así lo hace en su nuevo libro, «El buen mal» (Seix Barral), donde comienza fuerte, con un salto al vacío: «Me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar. Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor».
Una autora «lenta»
De este modo comienza el primero de los seis relatos en los que la tragedia está siempre a un solo paso. Tres años ha tardado en reunirlos. «Me critican que soy lenta», ríe una mujer que hace «escritura con los pies», dice en referencia a un primer borrador en «bruto» y a esos largos paseos en los que «mastica» lo que está por venir. Más tarde, todo salta por los aires: «Cambio el 80% de lo escrito».
Sus personajes están atrapados en el momento en el que lo extraño se asoma a sus vidas para cambiarlas por completo. Cuando el lector llega al libro de Schweblin, el texto lleva un rato en marcha. «No hay tiempo de presentación», defiende. «Entras a un mundo en el que tienes la sensación de que lleva tiempo en movimiento».
La autora tiene claro hacia dónde van sus palabras. Busca desenmarañar el laberinto de «las fuerzas invisibles que nos forjan; las tradiciones de las que venimos, las familias de las que descendemos, las culturas en las que crecemos... Esas que te llevan a preguntarte quién eres de verdad o cómo has llegado hasta este punto». Pero además de ello, hay otro punto de partida en esta escritura de la argentina: la muerte. «Está muy presente. Es casi como lo policial en Netflix, que parece que no hay otra cosa. Está en todos lados. Quería empezar desde ahí para ver si era posible mantenerme en el realismo durante todo el cuento o, por lo contrario, me llevaría a lo fantástico».
Huye la muerte como tabú, aunque eso sí, advierte, le angustia la pérdida de sus seres más cercanos. No así la propia: «Ni me enteraré». La de su gente sí le «angustia» especialmente: «Literalmente, me podría destrozar».
Para ello, cuenta con la escritura como vía de escape; para liberar tormentos propios como la distancia con su tierra. Schweblin vive desde hace una década en Berlín, «la menos alemana de las ciudades alemana», y echa de menos su casa. Aunque esta ya no esté en Buenos Aires, sino «más al sur», adonde se mudó su familia «y se cortó un poco mi relación con esta ciudad».
Asegura que siempre se sintió «un bicho raro» que trató de entender «qué les pasaba a otros obsesionados con pertenecer a la mayor de las ficciones que tenemos, que es la idea de la normalidad». Para la escritora, lo normal es necesario porque «estandarizar y automatizar todo nos hace la vida más fácil», aunque a nivel literario «no es interesante» y que «lo que de verdad sucede y toca al lector es un personaje único, auténtico, vulnerable y extraño».
Habla con nostalgia de Argentina, y «más ahora...» –coge aire– «que está atravesando un momento delicado». «Bueno, en Alemania también», se detiene. «Lo que sucede es que nosotros empezamos un año antes», dice en referencia a la llegada de Milei al poder y la subida de AfD en Alemania. «Vivimos en el futuro. Podemos decirles qué va a pasar. Lo dice el propio presidente con sus palabras y con toda la tranquilidad: es una batalla cultural». ¿Y qué va a suceder? Responde: «Va a haber que rearmarse. Ir contra la cultura en un país en el que esta ha sido un lugar de resguardo no es inteligente. Hemos pasado por esto antes y nos volvemos a poner en pie».
Desde luego que el presidente argentino podría aparecer en muchos de sus relatos, pero los personajes de Samanta Schweblin salen de su cabeza y de su día a día, como el hombre del último de los episodios, «El Superior hace una visita». Asegura que nunca se entendió con él, pero que le debe el sentido del cuento: «Con él aprendí por fin a levantar pesas sin que me dolieran las lumbares. Parece algo menor, pero siempre le estaré agradecida», escribe en el libro de un tipo de «aires milicos» que conoció en un gimnasio de Barcelona. «Me fascinó», asegura.
- «El buen mal» (Seix Barral), de Samanta Schweblin,208 páginas,19,90 euros.