Juan Gabriel Vásquez: "Lo que estamos viendo con Trump es el reino de los indecentes"
Retrata en su nuevo libro la vida inconformista y rebelde de la artista Feliza Bursztyn, la mujer que "murió de tristeza"
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Feliza Bursztyn murió de manera fulminante durante una cena en París el 8 de enero de 1982. Su rostro quedó lívido por la llegada de esa hora fatal y a las 22:15 declararon oficialmente su fallecimiento. Quedaba atrás, de esta manera repentina, la vida de una de las esculturas colombianas más célebres y una artista que bregó contra las convenciones, los prejuicios y las restricciones morales de la época. El novelista Gabriel García Márquez, que compartía mesa con ella en esa noche fatídica parisiense, escribió una despedida dolida en la que aseguraba que «murió de tristeza».
Una expresión que, leída mucho tiempo después supuso la puerta de entrada a un relato biográfico que ha cuajado en «Los nombres de Feliza» (Alfaguara). Un texto que su autor, Juan Gabriel Vásquez, inició en París arrastrado por esas palabras de misterioso eco y que ahora, 28 años después, ve la luz para contarnos si es verdad o no lo que decía Gabo. «¿Se puede morir de tristeza? Esa es la semilla de este proyecto. Es la duda de si es verdad o no lo que escribe Gabo en 1996. Es un diagnóstico que no es médico, porque ella muere de un infarto, pero a la vez también es cierto porque muere de tristeza. Es un diagnóstico novelístico y solo puede ser juzgado desde una novela. Mi descubrimiento es que sí, que es cierto, ella murió de tristeza, pero para entender eso, se tuvo que escribir esta historia».
La novela para esclarecer la realidad.
Hay zonas del ser humano que no se pueden visitar desde una escritura de no-ficción. La biografía es imprescindible y la historiografía, también, para poder conocer los pasados fácticos de las personas, pero también existen partes de la naturaleza humana que necesitan otras herramientas importantes para esclarecerla y esas herramientas son la novela, la imaginación y la poesía. Ellas se justifican porque a través de su ejercicio podemos tomar un hecho visible, construido con datos, información, y ver lo que no muestran, lo que es invisible y que no se puede comprender mediante los datos corrientes. Estos relatos nos cuentan lo que no se puede contar de otra manera y que, al mismo tiempo, son rasgos indispensables para entender lo que somos.
«Gracias a las redes, todos nos hemos convertido en pequeños fundamentalistas»Juan Gabriel Vásquez
¿Qué aleccionamientos nos deja la vida de Feliza?
Los años que he convivido con ella me han dejado la imagen de una mujer libre que pagó un precio por eso. Su vida fue una larga empresa por definirse a sí misma en sus propios términos en contra de fuerzas poderosas, como la familia, el primer marido, el mundo artístico colombiano, que no entendía lo que hacía y que condenaba los materiales con los que trabajaba, y la política de esos años, de mucha convulsión tras la Revolución Cubana, la tensión de los movimientos revolucionarios de izquierda y las leyes represivas que se promulgaron contra todo aquello que parecía simpatizar con la Revolución de Castro. Enfrente de todos estos vectores tan diferentes, ella fue tercamente independiente y libre. Estaba convencida de que la única manera de vivir era según sus dictados. Su muerte en el exilio es su empeño constante de vivir como quería.
«Ninguna libertad viene sin miedos». Es una frase de su libro.
«Bolsonaro y Milei, son herederas emocionales de las dictaduras militares. Hacen lo mismo que Ortega y Maduro con sus estalinismos tropicales»Juan Gabriel Vásquez
Ella, tuvo que enfrentarse a las camisas de fuerza que mencionaba y que le ponía la vida por razones artísticas y políticas. Siempre tomó la decisión por ser la mujer que deseaba ser, pero eso era todo un riesgo, un sacrificio. Enseguida, comprendió que no podía ser artista sin abandonar su idea de familia, de enamorarse del hombre que quería sin sacrificar una reputación o una imagen pública. Nunca quiso encasillarse. No aceptó ninguna militancia, nunca permitió que sus amigos la metieran en el partido comunista o en una facción revolucionaria, porque condenaba toda violencia política. Su muerte de tristeza, también fue una consecuencia del aislamiento por defender estas libertades.
Esto parece muy vigente hoy.
Vivimos en un momento de pequeños fundamentalismos, al que las redes han contribuido de manera especial. Todos nos hemos convertido en pequeños fundamentalistas, en sectarios, que, en cada instante, juzgamos la existencia a los demás, condenándolos. Una de las consecuencias de escribir una ficción sobre un personaje real, es lo que Kundera llamaba «abandonar el juicio moral». Entramos en la novela, no para juzgar, sino para comprender una vida distinta, extraña, y yo creo que ahora vivimos unos años de fanatismos digitales. Por eso, esto es necesario recordarlo. Es muy saludable abandonar la pasión que tenemos los seres humanos por juzgar al semejante en ausencia del entendimiento, aunque esto resulte cada vez es más difícil y raro. Pero ese intento de abrir caminos de diálogos con otros, incluso con nuestros enemigos, es necesario. Es nocivo, y lo han extendido las redes, este comportamiento ciudadano.
El París del «boom». Está en su libro.
Es un momento muy interesante de París como capital latinoamericana. Lo era porque Latinoamérica era un continente cruzado por dictadores militares. Estaba Gabriel García Márquez, y él cuenta con mucha gracia cómo vivía en una buhardilla y cómo las demás buhardillas de su barrio también estaban ocupadas por los exiliados latinoamericanos. De vez en cuando, alguien que había conseguido dinero para comprar un diario, gritaba por la ventana: «Se cayó el hombre». Y todos acudían para ver si el hombre que había caído era el suyo, porque todos los que estaban en el poder eran dictadores militares. Por eso París se convirtió en un lugar de exilio, aunque también eso propició que fuera un sitio de una efervescencia artística inusitada. Todavía no estaba Mario Vargas Llosa, pero sí Cortázar y más tarde, Octavio Paz. París se convirtió en el ombligo de la literatura latinoamericana. Es lo que fui a buscar en 1996. Perseguía ese mito, pero muy pronto descubrí que era una ingenuidad, una inocencia, porque había desaparecido.
«Trump es el punto de llegada a un régimen autocrático y oligárquico que conllevara resultados desastrosos para la democracia»Juan Gabriel Vásquez
Ahora sigue habiendo problemas políticos en América Latina.
Estos regímenes autocráticos, como Venezuela y Nicaragua, suponen una gigantesca violación de los derechos humanos y las libertades de expresión. Tampoco hay libertades electorales. Estos hombres son herederos directos de la Revolución Cubana, igual que estas otras figuras de la nueva derecha latinoamericana, como Bolsonaro y Milei, son herederas emocionales de las dictaduras militares. Milei ha denunciando las instituciones dedicadas a la memoria y miembros de su gobierno han visitado a los torturadores en la cárcel. Bolsonaro ha mostrado su admiración por la dictadura del 64. Hacen igual que Ortega y Maduro, con sus estalinismos tropicales de atropellos, censura y presos políticos. El paisajes es muy desastrado. Estos polos responden a la Guerra Fría y demuestra lo absurdo que es este continente que no logra cortar con esos ciclos de violencia anclados en legados ideológicos de la Guerra Fría. No se ve por dónde escapar.
Y ahora Trump.
Eso es frustrante, decepcionante. Es una derrota de la democracia, de la moralidad. Es el reino de los indecentes lo que estamos viendo. Trump es un delincuente que es un mentiroso compulsivo y lidera una cuerda de personajes igual, de indecentes, antidemócratas y autoritarios. También en Europa, que ahora tienen el apoyo sin restricciones de los gigantes tecnológicos. Trump es el punto de llegada a un régimen autocrático y oligárquico que conllevara resultados desastrosos para la democracia y los más débiles, que son los que le votan, son los que más van a sufrir con él.