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José Coronado: "Siempre entendí igual el consentimiento, y eso que he jugado mucho"

El actor protagoniza "Verano en rojo", dando vida a un periodista de raza dispuesto a tumbar una red de abusos sexuales a menores
El actor José Coronado en el photocall de ‘Verano en rojoí de Belén Macías, en MK2 Cine Paz, a 4 de septiembre de 2023, en Madrid.
El actor José Coronado en el photocall de ‘Verano en rojoí de Belén Macías, en MK2 Cine Paz, a 4 de septiembre de 2023, en Madrid.Carlos LujánEuropa Press
La Razón

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Casi veinte años ha estado José Coronado (Madrid, 1957) sin interpretar a un juntaletras como el Luis Sanz de «Periodistas», la serie con la que se hizo un hueco en todas las teles españolas. Tras el éxito de «La chica de nieve» en Netflix, repite en el gremio de la tinta como un investigador de raza y de papel, de whiskey y amigos en la Policía, en la trepidante «Verano en rojo», de Belén Macías y que se estrena este viernes. En ella, junto a Marta Nieto, Francesco Carril o Luis Callejo, deberá cuidarse las espaldas a la hora de destapar un caso de abusos (y encubrimientos) en el seno mismo de la Iglesia. El actor, que atiende a LA RAZÓN en el Cine Paz de Madrid, volverá a la cartelera a finales de mes con «Cerrar los ojos», protagonizando el regreso de Víctor Erice al cine treinta años después.
Contada como un thriller, y rodada entre Navarra y Madrid, la película se centra en los bucles de silencio del máximo estamento eclesiástico, elevándolos a su expresión más extrema cuando comienzan a aflorar cadáveres de adolescentes. Con elementos del "true crime" y un reparto solvente, la película no se deja llevar por el "shock value" de un tema tan delicado y explora, en realidad, el doble trauma por el que víctimas y supervivientes tienen que pasar. Tras el abuso, los años de impunidad, las preguntas sin respuesta y, sobre todo, un silencio ensordecedor desde medios y estamentos afines que "Verano en rojo" se propone terminar desde la ficción. Coronado, sobre todo y sin rodeos, responde.
José Coronado en "Verano en rojo", el 8 de septiembre en cines
José Coronado en "Verano en rojo", el 8 de septiembre en cinesDEAPLANETA
-Veinte años sin hacer de periodista y de repente engancha dos papeles. ¿Qué tiene esta profesión de cinematográfico?
-Os respeto mucho, a los periodistas, desde los más de 120 capítulos de la serie “Periodistas”. Además me acuerdo de que, en su momento, quise hacer la carrera pero no me dio tiempo. Me planteé hacer la carrera por lo que me suscitó esta profesión vuestra y por la similitud que yo veo entre el periodista y el actor, que es la de llevarse el trabajo a la cama. Eso se lleva en la piel y las cosas que vivimos trabajando se quedan con nosotros y nos hacen evolucionar también como personas. Me ha encantado volver justo ahora, por cómo es el personaje de Luna en “Verano en rojo”. Me gusta de él que es un periodista de la vieja escuela. La película transcurre en 2010, que es cuando la era digital comenzaba a asentarse y empiezan a querer prescindir de esta gente que trabaja diferente a como trabajáis ahora. Los Luna de sucesos han trabajado en bajos fondos toda la vida. Entre policías, delincuentes y noches de whiskey. La película reivindica que se está empezando a hacer un periodismo sin alma.
-¿Qué se ha precarizado más, el periodismo o la interpretación?
-Cada vez hay más gente y gente más preparada. Tú no, pero cuando yo empecé fue en los tiempos de la Movida, cuando era más fácil ganarse la vida con esto. Estaba estudiando Medicina y Derecho y, al mismo tiempo, tenía una agencia de modelos, una de viajes, un restaurante… El que quería trabajar, podía trabajar. Y eso no ocurre ahora. Lo mismo pasó con la interpretación, en la que empecé por azar. Dije: “Hostia, es una maravilla, ¿se puede vivir de esto?”. Y entonces Cristina Rota, la profesora de interpretación, me dijo que sí me lo curraba sí, porque tenía planta y tenía voz. Entonces dije que sí, y que a por todas. Me metí. Al mes estaba con Luis Pascual estrenando un Lorca en Milán, haciendo un papelito de lancero. Y aprendiendo, sobre todo aprendiendo. Yo veo los trabajos de mis diez primeros años y digo, Dios mío, qué malo era. Pero a la vez había tan poquita competencia que no te echaban por el camino. Poco a poco fui viendo la luz y entendí que la fuente real de aprendizaje era el teatro. No fue hasta después de diez años de teatro cuando consideré que me podía sacar el carné de actor, si es que eso existe. Hoy en día es imposible. O despuntas o tienes detrás a diez más. Antes teníamos muchas más oportunidades. Me imagino que en el periodismo pasa lo mismo.
-¿Qué le motiva más a hacer a la película, ese periodista de raza o el mensaje, la denuncia misma de los abusos en la Iglesia?
-Todo suma pero, cuando además de entretener estás lanzando mensajes de concienciación sobre temas que afectan a la sociedad hay un plus de satisfacción. Cuando hicimos “Poniente”, sobre la inmigración, por ejemplo. Siempre que hagas cosas en las que se pueda hacer reflexionar al ciudadano te sientes más satisfecho. Lo que pasa es que este tema es tan feo, el de los abusos en la Iglesia, que sigue sorprendiendo. Y siguen apareciendo casos, pese a lo que se ha avanzado, que es mucho. No quiero pensar cómo tuvo que ser la cosa en el siglo pasado. Hoy en día, gracias a actitudes como las de los últimos dos papas, Benedicto XVI y el Papa Francisco, parece que se ha decidido por fin coger el toro por los cuernos. Han decidido levantar las alfombras y poco a poco se van erradicando.
-Justo por la impunidad quería preguntarte. En España la Prensa ha tumbado gobiernos, empresas y hasta federaciones. Pero la Iglesia sigue ahí, ¿es el jefe final?
-Con la Iglesia hemos topado, sí. Es dura de roer. Tiene unas estructuras tan ancestrales en el tiempo, y tan arraigadas en el ser humano que yo creo que es de las instituciones más difíciles de controlar y de sanear. Es una especie de monstruo de diecisiete cabezas con el que es imposible acabar, para lo malo pero también para lo bueno, claro.
-Tu personaje, en la película, se acerca a los testimonios de víctimas y supervivientes de abusos. ¿Era una realidad con la que estabas conectado o te ha abierto los ojos? Normalmente nos quedamos con el aquí y el ahora, no con esas personas que tienen que vivir veinte años después con un crimen sin juzgar…
-Me he acercado mucho más ahora, porque Belén (Macías, la directora) ha completado un proceso de documentación extensísimo. Hemos ido a muchas charlas, y he visto todos los documentales posibles acerca de ello. Me pareció verdaderamente interesante “Examen de conciencia”, por ejemplo. Lo grave, como decías, es muchas veces la impunidad. Porque es un trauma añadido y totalmente innecesario, claro, evitable. Gente que vive atormentada por una cosa que ocurrió hace 40 años. Y sí, nos reunimos con gente abusada.
Marta Nieto en "Verano en rojo", película sobre los abusos en el seno de la Iglesia
Marta Nieto en "Verano en rojo", película sobre los abusos en el seno de la IglesiaDEAPLANETA
-La película indaga en esos círculos viciosos de silencio que perpetúan todo en el tiempo. ¿Cree que eso tiene más que ver con el machismo, hombres que protegen a hombres, o con la institución, cargos que protegen a cargos?
-Es más del estamento que otra cosa, no manchar el nombre de la Iglesia, por ejemplo en este caso. Es una cuestión de proteger el negocio. No es tanto de machitos. Porque cualquiera que abusa de un niño no es machito ni es nada, es un monstruo. Y quien lo encubre lo sabe. No tiene otro nombre. Protegen a los monstruos simplemente para salvar el buen nombre de la institución.
-Esos vicios aplican a todas las industrias. ¿Cree que el #MeToo no ha explotado en el cine español por esa fidelidad al estamento o porque realmente no han existido abusos de ese calibre?
-No, no hay esos círculos de silencio. O al menos no a esos niveles. Y lo sé porque este es un oficio de contacto continuo, donde podría ocurrir con mucha más facilidad. Y no lo hay. ¿Por qué? Porque lo que pueda hacer un actor o un director no mancha a toda la profesión, a la institución del cine. Si alguien no lo denuncia, no es por proteger al estamento. Por supuesto que ha habido abusos, y sobre todo abusos de poder. Se hablaba cuando yo llegué a esto de los productores y las chicas jóvenes, en los sesenta y setenta, a las que ofrecían relevancia a cambio de favores. Pero no creo que se haya extendido en el tiempo… Solo puedo hablar por mí, y yo no he visto abuso de poder. De hecho, creo que la nuestra es una profesión muy sana. Yo siempre he entendido igual el consentimiento, como algo primordial, y eso que he jugado muchísimo a lo largo de mi vida. He tenido muchas relaciones y todo se basa en la educación y el mutuo consentimiento. No hacía falta que me dijeran que no para saber cuándo no había consentimiento. Nunca me han tenido que parar los pies, ni denunciar, por supuesto.
-Sobre la salud de la profesión, precisamente, quería preguntarle. Todos los años, las nominaciones en femenino son un bendito problema, con muchas intérpretes y muy buenos papeles. Pero en cambio, en lo masculino, si nos salimos de los que suelen rondar el premio... hay problemas para rellenar la quiniela. ¿Se hacen menos papeles interesantes para hombres ahora que por fin están llegando las mujeres a contar sus historias?
-Creo que ha habido un exceso de premios y reconocimientos masculinos durante muchas décadas. Ahora, todo se está ajustando. Y está ocurriendo por la llegada del feminismo que, gracias a Dios, viene con una fuerza tremenda. ¿A qué lleva eso? A que haya más personajes y más interesantes para mujeres, a que haya más directoras, que haya más ganas de aportar al feminismo… Por lo tanto, se busca más ese premio por ese déficit histórico. Poco a poco se irá normalizando. El cine, y sobre todo la interpretación, es una de las profesiones más feministas que hay. Donde más conscientes somos de lo importante que es el feminismo y donde más arrimamos el hombro para que eso se consiga en forma de entrega de galardones y reconocimientos.
-¿Está contento con los papeles que le llegan?
-Estoy absolutamente feliz con lo que me ofrecen. Además, porque desde hace ya mucho tiempo aprendí a enamorarme de lo que de verdad tengo entre manos, lo que es tangible. Es muy fácil volverse loco en esta profesión, cuando sueñas con un personaje y al final no te lo dan. Según iba pasando el tiempo, e iba priorizando mi vida personal sobre la profesional, fui aprendiendo a apreciar a enamorarme de lo que tenía entre manos. Porque eso era lo que me iba a dar de comer y a hacer feliz. Siempre me quedará hacer un Rey Lear, en teatro, antes de morir, pero lo demás estoy muy satisfecho. Me suelen llegar cosas que están muy bien. ¿Quizá me gustaría también hacer de pirata para pasármelo bien? Pues sí, pero me adapto a la realidad.
-¿Ha cambiado mucho esa realidad? La última vez que hablábamos con Luis Tosar decía que el galán, claro, ya no se lo dan. ¿Lleva bien, ya desde el ego incluso, el paso del tiempo?
-Sí, es una aceptación de vida. ¿Acepto cumplir años y envejecer? Sí, claro, ¿cómo no lo voy a aceptar? Y con los papeles que conlleva, claro. Me siento privilegiado, también, porque quizá ya no soy el galán pero sigo siendo el abuelo galán. ¿Vale? Porque hoy podemos. Antes con 60 o 70 años eras un viejo, y hoy, cuidado. Damos mucha guerra. Reivindico ese abuelo galán. Me gusta ser de los pocos que puede hacerlo.
-Sobre ese paso del tiempo, y lo grave que es que Erice no haya rodado nada en tres décadas. ¿Qué tal con él?
-Ha sido una maravilla, hacer cine del que ya no se hace. Es una matriosca de cine, dentro de cine, dentro de cine. Homenajes continuos. Es un tipo que tenía absolutamente claro lo que quería contar, cerrar un círculo de vida profesional y personal. Y ahí contó con nosotros. Los departamentos técnicos y artísticos tuvimos que hacer un gran ejercicio de verdad y de amor al oficio, para estar a la altura de lo que este hombre quería y no volverse loco. Erice es un tipo muy especial a la hora de dirigir. Llevaba treinta años sin hacerlo. Es de los que en el guion pone una cosa, llegas al plató y te pide la contraria. Y dices: “¿Cómo?”. Y te lo explica. Pero tienes que entregarte humildemente y decir: “Venga, genio, fóllame”. Cuando ves el resultado de la película te das cuenta de que ha valido la pena. Y te sientes orgulloso de formar parte de la historia del cine español, porque así creo que será.