Javier Gomá: «El problema que tiene la democracia es que ya no se puede mejorar»
El filósofo regresa con «Universal concreto», el libro que no pudo escribir antes y que supone un paso adelante en su filosofía
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No es una glosa ni un resumen ni tampoco podría considerarse un compendio. Es mucho más. «Universal concreto», el nuevo libro de Javier Gomá, es, en sus propias palabras, «una definición del ejemplo». ¿Y qué es un ejemplo?, se interroga él mismo en alto antes de adelantar una respuesta, «un universal concreto. Un caso que es llamado a ser repetido». El pensador, que regresa a la actualidad con la publicación de este nuevo volumen, no se detiene ahí y, sin apenas tomar aliento, explica: «Un señor que comparte pan con un necesitado es un caso concreto, individual, pero está llamado a la repetición y tiene una universalidad. Un universal concreto define la esencia del ejemplo, que se caracteriza por ser universal, pero no por ser abstracto. Sobre lo que no ha reflexionado el pensamiento es que existen cosas concretas que son universales. Hemos tendido a pensar el mundo y el comportamiento a través del lenguaje y del concepto, pero no la acción humana», asegura. Este libro, que se suma a su obra filosófica, «La tetralogía de la ejemplaridad» y sus obras dramáticas, que aúnan a la vez reflexión filosófica y literatura, algo esencial en la evolución y trayectoria de Javier Gomá, proviene de dos inquietudes principales de su pensamiento, que, en el fondo, suelen ser preguntas: qué hay en el mundo y qué hacer a través del universal concreto del ejemplo.
Dice que no pudo escribir esta obra antes, durante su juventud. ¿Por qué motivo?
Para mí este libro es una corona personal. Defiendo enérgicamente que la filosofía es literatura y toda auténtica literatura nace de una vocación y la vocación la define una visión y una misión. Desde que tienes esa visión tienes ansiedad para darle soporte material para que esté disponible tanto para ti como para los demás. Yo tuve esa visión a la edad de los 15 años, pero hasta los 35 viví con ansiedad, porque tenía la visión pero, en cambio, no acertaba con el soporte material. Me refiero a qué tipo de escritura necesitaba: si iba a ser novela, ensayo, poesía... Tenía la visión madura, pero también tenía cierta negligencia para darle forma. Se desatascó luego y al final la tracé en los libros de mi tetralogía y las obras de teatro. Ahora me he sentido con capacidad suficiente para contar de una forma directa, ordenada y clara la esencia de la visión.
¿El tiempo y la edad qué le ha aportado a su filosofía?
Hay ideas que estaban en otoño de 1980, pero otras son derivaciones de la idea originaria que se han ido matizando, verbalizando o han adquiriendo el sabor de la experiencia que da la vida. No soy un autor con etapas. He pensado lo mismo desde los 15 años. Pero nuevos conceptos han venido a completar el puzle. Al escribir, digamos, tienes 25 o 30 piezas, pero en esa familiaridad que da envejecer, esas ideas complementan otras. La mortalidad aquí ha sido importante. Otro concepto es la dignidad. Otro, que a mí me lo aportó la orfandad, la muerte de mi padre, ha sido lo inconsolable. Somos poseedores de una dignidad infinita, pero también estamos abocados a la cosificación y indignidad del cadáver. Tomarse la realidad en serio, la contemplación del cadáver, me lo ha dado la experiencia. La vida ha añadido nuevas facetas o reflejos a la visión original que tuve.
¿La realidad nunca le ha desalentado?
Hay dos clases de hombres y mujeres. Unos viven de la infancia y otros de la adolescencia. Los que viven de la infancia tienen en su memoria un paraíso de armonía y paz. Están en serenidad con el entorno el resto de la vida. Tienen cierto anhelo de nostalgia porque ven en la realidad algo inferior a esa infancia idealizada. Los que vivimos en la adolescencia, en cambio, estamos determinados. Descubrimos la importancia de nuestro propio yo y estamos embriagados por nuestra intimidad. Esto nos pone en conflicto con nuestro entorno. Tenemos una visión conflictiva de él. El resto de tu vida responde a una adaptación con la realidad. Los de la infancia viven hacia el pasado; los de la adolescencia, hacia el futuro. Somos inadaptados, partimos de una conflictividad de origen. Toda nuestra vida es una adaptación al entorno. Hay momentos de desaliento. Uno de ellos es la sensación de inconsolable.
¿Y cómo se ve a sí mismo?
Más como ser que siente que como un ser de raciocinio. Este sentir me ha llevado a la inadaptación, porque siempre he tenido una intensidad de sentimiento muy poco común. En determinado momento esto te produce cierta sensación de inadaptación y esto despierta a su vez un apetito de adaptación. De hecho, otra de las aportaciones que tuvo la visión que menciono es la importancia de una filosofía mundana sobre el mundo, para todo el mundo y con un poco del mundo. Yo me he visto siempre como una persona que he sentido de una manera intensa. No como un pensador de manera intensa.
¿Qué ejemplo hay en una mala ejemplaridad. ¿Qué puede extraer de esto?
Distingo entre ejemplo y ejemplaridad. La ejemplaridad es siempre buena. El ejemplo, no tiene por qué. El ejemplo puede ser positivo o negativo. Todo ejemplo llama a su repetición, lo que ocurre es que esta llamada a la repetición tiene efectos diferentes si es positivo o negativo. Los negativos llaman a la desmoralización. Si es positivo, llama a la repetición y a adherirte a él: generosidad, solidaridad... Esto obliga a cambiar la vulgaridad de tu vida y seguirlo. Como el coste del ejemplo positivo es muy caro, como ocurre con mucha frecuencia, el ejemplo que es ejemplar suele morir de una forma violenta, desde Jesucristo o Sócrates hasta Gandhi o Luther King, porque el ejemplo positivo genera mala conciencia en quienes son sensibles a su llamada y no quieren reproducirlo. Si no lo sigues, solo te queda odiarlo. El ejemplo negativo produce una llamada a la repetición, pero también produce una serenidad de la conciencia porque tienes al lado, por ejemplo, a un profesional que no es competente: es negligente, torpe, desordenado. Este ejemplo negativo, cercano, te rehabilita, porque en comparación con él tú eres superior. El buen ejemplo genera mala conciencia.
¿Los ideales siguen siendo imprescindibles para avanzar en el mundo?
Defino «ideal» de cuatro maneras. Es un intento de perfección. Es prescriptivo. Da sentido a una experiencia individual y no es una cosa abstracta, y es capaz de suscitar un entusiasmo. Uno se enamora de un ideal. La principal característica del ideal es que no existe, porque es una propuesta de perfección y el mundo es imperfecto, pero tiene una enorme capacidad de movilización porque prescribe y dota de sentido a la experiencia individual y despierta entusiasmo. Ideal es el que es capaz de promover el progreso moral. Hoy día no es una gran época de ideales, pero, por ejemplo, el atropello del ideal de los derechos de los hombres o de las mujeres genera un asco insuperable en la sociedad y eso es lo que hace que los hombres y las mujeres sientan el entusiasmo para progresar material y moralmente.
Democracia liberal.
Me parece una virguería prodigiosa de la civilización occidental. La democracia liberal significa democracia y la democracia significa la voluntad general, y la voluntad general es que todos los hombres y las mujeres posean la misma dignidad. En la democracia lo importante no es quién tiene virtud o es más sabio o tiene mejor cuna o educación o dinero. El presupuesto de la democracia es que todos, al poseer igual dignidad, están autorizados a gestionar lo que más les conviene a ellos. Pero no con la tiranía de la mayoría, porque en ese caso tendríamos una democracia tiránica. La democracia debe combinarse con la minoría o con el individuo. Aquí funciona la dignidad. Ninguna voluntad general podrá acordar algo que sea la dignidad del individuo. Hay una fragmentación horizontal por la división de poderes y fragmentación, vertical, hacia la Unión Europea, las comunidades autónoma a través de los derechos del individuo. La fragilidad de la democracia es justo lo que la hace superior y la que la ennoblece.
¿El problema?
El gran problema de la democracia liberal es que ya no se puede mejorar. Se puede perfeccionar el sistema, pero no podemos cambiar la democracia por otro sistema. Y eso lleva a la desazón del presentismo. Los que invocan la utopía, lo hacen en contra de la democracia liberal porque esa utopía se ha convertido en un presente. Lo que sucede es que los ciudadanos tienen que ser educados para la imperfección del sistema, de la utopía. La democracia liberal exige una educación adecuada de los ciudadanos. Pero la democracia liberal es, sin duda, el punto de llegada. No se puede cambiar.