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Ignacio Martínez de Pisón: «De Javier Marías aprendí que un escritor no puede caer en el cliché»

El autor se adentra ahora en el terreno memoralístico en «Ropa de casa»,
Ignacio Martínez de Pisón
Ignacio Martínez de PisónIván Giménez
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Considerado como de nuestros mejores escritores actuales, actuales, Ignacio Martínez de Pisón nos tiene acostumbrados a ahondar a veces en el pasado, como ha demostrado en títulos como «El día de mañana», «Enterrar a los muertos» o «Castillos de fuego». Sin embargo en su nuevo libro, «Ropa de casa», publicado por Seix Barral, el autor viaja a su propio pasado en unas memorias en las que recorre su infancia y adolescencia, además de sus primeros pasos en el mundo literario. Martínez de Pisón conversó con este diario.
¿Qué es más difícil, escribir sobre el pasado de los demás o sobre el propio?
Con la realidad histórica al final acabas encontrando rastros, huellas, documentos que permiten certificar cosas. La realidad personal depende de tu memoria y tu memoria tiende a falsear el pasado y modificarlo. Pero el hecho de que esos recuerdos puedan no coincidir del todo con la realidad de lo ocurrido no les resta verdad. Es decir, para mí, las cosas que uno recuerda por el simple hecho de recordarlas ya tienen algo de verdad.
¿Y por qué unas memorias?
Nunca me he planteado escribir sobre mí. De hecho, en mis novelas yo no salgo, y si es así es de forma muy encubierta y difícil de reconocer. Pero tras la muerte de mi madre, en 2018, empecé a darle vueltas a mi propio pasado y al pasado familiar. En este sentido, pensé que tenía que poner orden en él, organizarlo y reinterpretarlo. Y casi de una manera natural, empecé a pensar también en mi padre muerto en 1970 y en su ejecutoria como militar. De repente, un día fui al Archivo de Segovia a mirar su hoja de servicios y escribí un poquito sobre mi padre. Solo para recuperar su recuerdo. De ahí pasé a escribir sobre mi madre, era una manera de que no se perdiera. Cuando mueren ciertas personas, no solo mueren esas personas, sino también el enlace con un tiempo pasado y con unas historias, y con otros nombres y otras personas y otras vidas. La muerte de mi madre me dio la sensación de que era un poco eso: desaparecía todo un mundo que había sido muy importante para mí y tenía la responsabilidad de retenerlo.
¿Por qué fue la lectura de Valle-Inclán, como dice en «Ropa de casa», lo que lo animó a dedicarse a la escritura?
Aparentemente el mundo de Valle-Inclán es bastante distinto al de mis libros. Pero la trilogía carlista que guardaba mi abuelo son novelas de aventuras muy entretenidas que un chico de 14 años puede disfrutar perfectamente y al mismo tiempo están escritas de una manera especial. El escritor había querido hacer arte con esas historias. Y es verdad que hay cosas de Valle-Inclán que no encajan en, digamos, en mis gustos o preferencias. Pero para mí esas tres novelitas siguen siendo de lo mejor de la historia literaria española y las he releído muchas veces.
Me gusta mucho la escena en la que el joven Ignacio Martínez de Pisón coincide en Zaragoza con Luis Buñuel, pero no se atreve a decirle nada. ¿Qué le diría hoy?
Tenía hacia Buñuel una fascinación infantil y, por tanto, incondicional. No necesitaba ni ver sus películas para admirarlo. Cuando me lo encontré en Zaragoza ya había visto sus películas y en realidad no todas habían estado a la altura de mis expectativas. Pero sí me habría gustado de repente comentar cosas sobre su fascinación por Galdós, por ejemplo. Es decir, cómo el exponente máximo del surrealismo es al mismo tiempo un devoto de Galdós, del que ha adaptado varias novelas. Le habría comentado el hecho de cómo el surrealismo y el realismo no solo no están enfrentados sino que van de la mano.
A muchos les sorprenderá descubrir en su libro que Javier Marías actuó con usted como un maestro.
Javier Marías tenía esa visión de la literatura un poco jerárquica y él, del mismo modo que era discípulo de Benet, pues me adoptó como discípulo brevemente. Me sentía muy honrado porque yo lo consideraba un gran escritor cuando todavía no había escrito sus grandes obras, antes de que se hubiera consagrado con «Corazón tan blanco» y «Mañana en la batalla piensa en mí». Pero para mí, efectivamente, ya era un escritor y yo lo había leído desde el principio y lo admiraba mucho, con lo que sus consejos y su generosidad me sirvieron de mucho. Luego vino el distanciamiento por causas ajenas a nuestra voluntad. Él quería que tomara partido cuando se fue de la editorial Anagrama y en la última postal que me escribió parece que me sugiere que yo tendría que irme también de Anagrama. Pero no tenía ningún motivo para irme. Y ahí se acabó.
¿Qué aprendió en aquel tiempo de Javier Marías?
Que no me podía conformar con expresar las cosas de la primera manera que se me viniera a la cabeza, que un escritor no puede caer en el lugar común, no puede caer en el cliché.