El hormigón, un material bello y duradero
Desde el «opus caementicium» romano, forma parte de las construcciones más resistentes de la historia, y se sigue utilizando en nuestros días
Creada:
Última actualización:
El hormigón actual está compuesto de cemento, normalmente Portland, arena y grava que dan lugar a un mortero, es decir una pasta aglomerante y estable que permite tanto la construcción en bloque como la unión entre diferentes partes de un edificio. La principal característica estructural del hormigón es su notable resistencia a los esfuerzos de compresión, pero no tiene buen comportamiento frente a otros tipos de esfuerzos como la tracción o flexión. Por este motivo es habitual usarlo asociado a ciertas armaduras de acero, recibiendo en este caso la denominación de hormigón armado. Su aplicación implica primero crear un molde de la estructura deseada, colocar la armadura de acero dentro del molde y, finalmente, verter el hormigón. Una vez que se endurece, da lugar a estructuras duraderas.
Edificios públicos, presas, puentes, convierten al hormigón en material más utilizado en la construcción a finales del XIX. Un pionero fue Auguste Perret (1874-1954) quien empezaría a utilizarlo en la construcción de edificios residenciales, como el de la Rue Franklin en París (1903), donde el hormigón se usa en formas decorativas caprichosas. También lo usó en edificios públicos como el Teatro de los Campos Elíseos (1913) donde se adapta a las formas neoclásicas. Unos años más tarde, Le Corbusier (1877-1965), utilizó el hormigón con fines sociales en sus «unités d’habitation», edificios completos donde los pisos habitables se combinaban con servicios como guardería, supermercado o pequeñas tiendas. Ideó un sistema de propiedad cooperativa que permitía a los obreros del momento acceder a la vivienda. Le Corbusier pretendía cambiar el mundo a través de la arquitectura construyendo viviendas accesibles adelantándose casi cien años a un Plan de Ampliación Urbana, integrando viviendas en la naturaleza en ciudades como Nantes, Marsella o Berlín donde actualmente son visitables. Pero el hormigón tiene una larga andadura, en el Antiguo Egipto se usaron diversas pastas obtenidas con mezclas de yesos y calizas disueltas en agua, para poder unir sólidamente los sillares de piedra, como en la Pirámide de Guiza. En la Antigua Grecia, hacia el 500 a. C., se mezclaban compuestos de caliza calcinada con agua y arena, añadiendo piedras trituradas, tejas rotas o ladrillos.
Fueron los romanos los que mayor uso le dieron con el nombre de «opus caementicum». Vitruvio, quien había sido arquitecto de Julio César y autor del primer tratado de arquitectura de la antigüedad clásica con «De architectura» (27-23 a.C) describe distintos tipos de agregados apropiados para la preparación de morteros de cal. Para los estructurales, recomendaba pozzolana, arenas volcánicas de los depósitos de ceniza de color marrón amarillento-gris de Pozzuoli, cerca de Nápoles, o de color marrón rojizo de Roma. Vitruvio especificaba una proporción de una parte de cal y tres de pozzolana para los cementos utilizados en edificios y una proporción de una a dos de cal para el pulvis puteolanus para trabajos bajo el agua, esencialmente la misma relación de mezclas que se utiliza hoy para el hormigón en construcciones marinas con peores resultados.
Con estos materiales con piedra volcánica se construyeron desde tuberías a instalaciones portuarias, cuyos restos aún perduran, como los arcos del Coliseo romano, los nervios de la bóveda de la Basílica de Majencio, con luces de más de veinticinco metros, las dieciséis las bóvedas de las Termas de Caracalla, y la cúpula del Panteón de Agripa, de unos cuarenta y tres metros de diámetro, la de mayor luz durante siglos. Tras la caída del Imperio Romano, el hormigón fue poco utilizado, posiblemente debido a la falta de medios técnicos y humanos, la mala calidad de la cocción de la cal y la carencia o lejanía de tobas volcánicas. Sí se utilizaron morteros de cal como aglomerante en construcciones civiles y religiosas, pero no se encuentran muestras de su uso en grandes obras hasta el siglo XIII, en que se vuelve a utilizar en los cimientos de la Catedral de Salisbury o en la célebre Torre de Londres. Durante el Renacimiento su empleo fue escaso y poco significativo. Los ingleses Joseph Aspdin y James Parker patentaron en 1824 el Portland Cement, obtenido de caliza arcillosa y carbón calcinados a alta temperatura, el nombre Portland se asocia a su color gris verdoso oscuro similar a la piedra de ese lugar.
Isaac Johnson obtiene en 1845 el prototipo del cemento moderno elaborado de una mezcla de caliza y arcilla calcinada a alta temperatura, hasta la formación del clinker; el proceso de industrialización y la introducción de hornos rotatorios propiciaron su uso para gran variedad de aplicaciones, hacia finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Muchos edificios emblemáticos de Madrid son de hormigón como la sede del Instituto del Patrimonio Histórico de España y el edificio de viviendas para militares, de Fernando Higueras y Antonio Miró, así como las Torres Blancas, de Francisco Javier Sáenz de Oiza. También en Barcelona el hormigón sigue siendo protagonista como la torre Agbar terminada en 2004 diseñada por el equipo de arquitectos Jean Nouvel y Fermín Vázquez o el edificio Forum diseñado por Herzog & De Meuron. A pesar de su apariencia tosca su simplicidad y resistencia hacen al hormigón bello.