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La "gota" que colmó a Fernando VII

El rey comió sin medida y fue un fumador empedernido, aunque apenas bebía
El monarca Fernando VII con manto real pintado por Goya
El monarca Fernando VII con manto real pintado por GoyaMuseo del PradoMuseo del Prado

Madrid Creada:

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La fecha: 1814. El monarca sufrió su primer ataque grave de gota con treinta años, tras la llegada a Valencia una vez recuperada su corona por el Tratado de Valençay.
Lugar: El Escorial. Fernando VII y la reina dieron en la báscula pesos distintos: el rey, 9 arrobas (103,500 kilos), y María Josefa, 5 arrobas y 24 libras (68,556 kilos).
La anécdota. Uno de los partes médicos del monarca era así de explícito: «Tiene gota en los riñones, hernia vieja, retención en la orina, no puede casi ni andar».
La anárquica vida de crápula del rey Fernando VII le generó un mermado estado físico para su edad. Escudriñar en su día en el Archivo de Palacio, entre desconocidos y sorprendentes legajos, me llevó a descubrir valiosos tesoros documentales. Uno de los partes médicos del monarca señalaba así: «Tiene gota en los riñones, hernia vieja, retención en la orina, no puede casi ni andar». Solamente de vez en cuando los dolorosos ataques de gota del soberano le devolvían la templanza perdida con sus cuatro esposas y otras tantas mujeres. El primero de ellos lo padeció con treinta años, el 16 de abril de 1814, al llegar a Valencia una vez recuperada su corona por el Tratado de Valençay. A primeros de mayo de 1816 volvió a sufrir otro ataque. Enterada su madre, le escribió desde Roma el 15 de junio: «Veo por tu carta del 17 de mayo que el ataque de gota, del que te resentiste ya en otra ocasión, se te ha repetido con tal vehemencia hasta obligarte a guardar cama. Espero, hijo mío, que aprovechando tu edad y robustez, no descuides en ponerte un remedio para evitarte en la vejez sus terribles consecuencias, teniendo en memoria el ejemplo de tu padre».
Desde Roma también, su hermana María Luisa, ex reina de Etruria y duquesa de Luca, le escribió el 14 de junio: «Siento infinito que tengas gota; es una enfermedad muy dolorosa, y yo extraño infinito que tan joven como tú eres la padezcas ya». Meses después de su boda con María Josefa Amalia de Sajonia sobrevino el levantamiento del general Riego en Cabezas de San Juan para restablecer la Constitución de Cádiz, que el rey se apresuró a jurar de mala fe con su célebre frase: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional».
Pero las articulaciones del rey, maltratadas por la gota, poco o más bien nada podían andar ya por aquella difícil senda. Así, el 16 de agosto de 1821, según reflejaba María Josefa Amalia en su diario, salió de Madrid con la reina hacia La Granja «bastante incomodado por la gota, ha empeorado por el viaje y no pudo salir del cuarto aquel día ni de la cama en los dos siguientes». El obligado reposo y la buena vida acentuaron la obesidad de Fernando, que el 22 de septiembre se pesó en El Escorial con la reina. El resultado fue parecido al que darían en la báscula un púgil de peso mosca y otro pesado: el rey, 9 arrobas (103,500 kilos), y María Josefa Amalia, 5 arrobas y 24 libras (68,556 kilos).
Fernando VII era un insaciable comilón y un fumador empedernido, aunque, sin ser abstemio, apenas bebía: únicamente un poco de vino, preferentemente de Graves. Escojamos uno cualquiera de los cientos de menús que hubo en Palacio para ilustrarlo. Por ejemplo, el ofrecido el primero de diciembre de 1822: «Dos sopas: Albondiguillas liadas, de fideos de fraile, de cocido. Seis entradas: Fritos de calamares, sesos en buñuelo, fritelas a la napolitana y salchichas. Patos con champiñones. Pollos a la española. Morcillas con arroz. Escalopes de filete de lenguado. Empanadas de piñón. Dos asados: Pavo con castañas y salchichas. Dentón. Cuatro entremeses: Espinacas a la crema. Tortilla de jamón. Pepitos de marrasquino. Casitas de almendra. Extraordinario: Espárragos de S. M.». Por si no bastase con semejante menú semanal, los cocineros prepararon al rey uno no menos suculento el primero de marzo de aquel mismo año. Y eso que aquel día era vigilia: «Sopas: Potaje de judías. Arroz con puré de cangrejos. Relebé: Dentón. Seis entradas: Frito de andulletas de pescado, buñuelos, calamares y perlanes de merluza. Abadejo a la provenzala. Salmón con salsa de anchoas. Filetes de merluza. Escalopes de filetes de lenguado. Pastelitos de Mansarine. Anguilas de regalo de S. M. Lenguado frito. Cuatro entremeses: Cardo en blanquete. Alcachofas a las finas yerbas. Quaxado de limón. Empanadillas de masa fina con confituras. Extraordinarios: Colespino de regalo del señor infante don Carlos»·
No resultaba extraño así que, cuando su médico Castelló le impuso meses después una severa dieta, tras haber sufrido un desvanecimiento en el Coro de la Basílica escurialense, el propio Fernando dijera a su secretario Grijalva: «No puedes figurarte lo ligero que me encuentro ahora». Aquella violenta caída, que hizo revolcarse al rey entre el reclinatorio y la silla, era sintomática, según el doctor Manuel Izquierdo, de la arteriosclerosis que ya invadía a Fernando VII como consecuencia de su herencia, de su gota y de su copiosa alimentación.