La fecha: 1910
Una de sus primeras noches en el noviciado de Morcone, el Padre Pío vio ya las fauces del diablo antes de ordenarse sacerdote, el 10 de agosto.
Lugar: Morcone
Asomado al ventanuco, se topó, en el alféizar, con un enorme perro negro; gritó asustado y, pirueteando en el aire, el monstruoso animal se esfumó.
La anécdota
El Padre Pío escribía: «Mi cuerpo está totalmente magullado por tantos golpes como he recibido hasta el momento de manos de nuestros enemigos»
El «cosaco». Así llamaba al demonio el
Padre Pío, el sacerdote italiano estigmatizado a quien Juan Pablo II elevó a los altares en 2002, 34 años después de su muerte, acaecida en 1968. En mi libro «El Santo» (Martínez Roca), para el cual consulté los volúmenes de la «Positio» o proceso de canonización del Padre Pío, saco a relucir episodios truculentos sobre apariciones del demonio bajo las formas más espantosas e increíbles: primero, como un gran perro negro; luego, bajo la apariencia de una adolescente desnuda que bailaba lascivamente ante él; otro día, sin aparecerse, le escupió en la cara; más tarde, se encarnó en un verdugo que le flageló...
Llegó incluso a tentarle bajo el falso aspecto de su Ángel de la Guarda, de San Francisco y de la mismísima Virgen María. Finalmente, se mostró tal y como era, con sus horribles facciones, rodeado de un ejército de espíritus infernales.
Sólo con exclamar «¡Viva Jesús!», el Padre Pío distinguía enseguida si se trataba de una aparición diabólica o no. Una de sus primeras noches en el noviciado de Morcone, antes de
ser ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1910, vio ya las fauces del diablo. Tras el rezo de los maitines, fray Piuccio, como le llamaban sus hermanos, no podía conciliar el sueño. De repente, escuchó ruidos y lamentos en el pasillo provenientes de la celda de fray Anastasio. Decidió entrar y asomarse al ventanuco. Fue entonces cuando se topó, en el alféizar, con un enorme perro negro que le clavó su pavorosa mirada. El joven novicio gritó, a punto de desmayarse. Pirueteando en el aire, el monstruoso animal saltó al tejado de enfrente y se esfumó en la noche de luna llena.
Fray Pío confirmó luego que su vecino de celda estaba ausente desde la víspera. Preguntó a los campesinos por el mastín, pero nadie supo darle pistas del sabueso. Más tarde, en su epistolario, él mismo contaba otros episodios infernales: «La noche última –escribía– la pasé malísimamente. Sobre las diez, hora en que me acosté, hasta las cinco de la mañana, no hizo otra cosa este “cosacchio” que maltratarme sin descanso... Creí que aquélla iba a ser la última noche de mi vida y también que, sin llegar a morir, iba a perder totalmente la cabeza... A las cinco de la mañana, cuando al “cosacchio” le dio la gana de marcharse, se apoderó de mí un frío tal que me puse a temblar de pies a cabeza, como caña expuesta a impetuosísimo viento. Duró un par de horas. Terminé echando sangre por la boca».
Con 25 años dejó también constancia de otro terrorífico suceso: «Llevo ya 22 días seguidos –relataba– en los que Jesús permite a estos “brutti ceffi” [hocicones asquerosos] desfogar su ira contra mí. Mi cuerpo, Padre mío, está totalmente magullado por tantos golpes como he recibido hasta el momento de manos de nuestros enemigos. Más de una vez han llegado a despojarme hasta de la túnica y en esta situación me han vapuleado a su gusto. Añada todavía que, después de que esos infames se han alejado, he quedado desnudo durante largo tiempo, en una época del año tan fría como ésta, ya que me sentía imposibilitado para moverme».
El testimonio del padre Emilio de Matrice constituye una prueba inequívoca de ello. Contaba él que antes de que el Padre Pío llegase al convento de San Giovanni Rotondo, se había instalado un seminario de «fratini», jóvenes que se preparaban para la vida monástica. Era agosto de 1916, cuando Italia entera se movilizaba para la Primera Guerra Mundial. Cierta noche, el entonces seminarista Emilio de Matrice durmió en una cama habilitada en la misma celda del Padre Pío y fue testigo de la peor pesadilla de su vida: «Me desperté –evocaba él mismo– presa de enorme sobresalto, debido a un ruido ensordecedor. No sé qué fue lo que ocurrió, porque, aterrorizado, me envolví lo mejor que pude entre las mantas. Oía sollozar al Padre Pío, mientras decía: “¡Madonna mía...!”. “¡Virgen María, ayúdame!”. Oía también carcajadas horribles y ruido de hierros que se retorcían y que caían al suelo y de cadenas que se arrastraban por él. Recuerdo que, a la mañana siguiente, a la luz de la candela, pude ver los hierros que sostenían las cortinas y que rodeaban la cama del Padre Pío totalmente retorcidos y tirados por el suelo. El pobre Padre Pío tenía un ojo hinchado y el rostro también muy golpeado». Así se las gastaba el perverso diablo.
MENUDA NOCHECITA
El padre Nazareno d’Arpaise, superior del convento de Foggia, dejó a su muerte un manuscrito repleto de anécdotas «diabólicas». Una noche, mientras la comunidad franciscana cenaba en el refectorio, se produjo un fuerte estallido en la habitación del Padre Pío. El padre Nazareno envió enseguida a fray Francesco da Torremaggiore, sospechando que el causante de la detonación había sido el propio Padre Pío, quien, ante una necesidad imperiosa, había logrado lanzar una silla para hacerse oír. Una vez arriba, el hermano preguntó desde el otro lado de la puerta. Su ocupante le tranquilizó: «No llamé ni necesito nada». Finalmente, los hermanos decidieron subir a la habitación. El superior comentaba cómo encontraron al Padre Pío: «Estaba bañado en sudor».