1874 fue un año tan intenso como decisivo para la historia de España. El 3 de enero quedaron disueltas las Cortes, compuestas casi en exclusiva por republicanos que no se soportaban mutuamente. El país estaba inmerso en tres guerras. La colonial en Cuba, la carlista en el norte, y finalmente los residuos de la cantonal. Tras un año de muerte y pillaje contra la República y sus compatriotas, Cartagena resistía en espera de la caída de Castelar y la formación de un Gobierno que reconociera su cantón. Todo el mundo sabía que Pavía iba a dar un golpe si Castelar era derrotado en las Cortes. La prensa lo anunció desde un mes antes, y así lo reflejaban los embajadores en sus informes. Y así ocurrió. Pavía impidió con su golpe un gobierno favorable al cantonalismo, y propició la formación de otro de coalición nacional. El nuevo Ejecutivo, presidido por el general Serrano, decidió mantener la República para conservar la Constitución de 1869. Cánovas, jefe del alfonsismo desde agosto de 1873, no aceptó formar parte de ese gabinete. En la reunión preparatoria de ese Ejecutivo había propuesto la formación de un Ministerio-Regencia para la proclamación de Alfonso XII. Los coaligados no quisieron y Cánovas se retiró.
El general Martínez Campos quedó muy contrariado por la decisión del jefe de la Restauración. El viejo partido moderado y los militares alfonsinos golpistas criticaron la postura de Cánovas. Creyeron que había perdido una oportunidad. La oposición a Cánovas existió desde el inicio. Muchos lo veían indeciso y conciliador, cuando lo conveniente, decían, era aprovechar la debilidad del Ejecutivo y el cansancio de los españoles con la República para dar un golpe y sentar a Alfonso de Borbón en el Trono. En realidad, lo que querían era un ajuste de cuentas con los revolucionarios que los echaron en 1868.
El Manifiesto de Sandhurst, del 1 de diciembre, ya definía a Alfonso como un rey liberal para todos
Ese año de 1874, además, fue de reacomodo para Martínez Campos. En julio del año anterior aceptó el mando del Ejército republicano para acabar con el cantonalismo en Valencia, Castellón, Alicante, Murcia y Cartagena. Salmerón, presidente de la República, confió en su pericia y acertó. Martínez Campos sofocó el levantamiento contra la República en todo Levante menos en Cartagena. La falta de medios, negados por el Gobierno, hizo que renunciara al mando el 21 de septiembre de 1873. Esto no le alejó de la acción, porque en diciembre de aquel año Castelar le nombró capitán general de Cataluña. Al conocer el golpe de Pavía en enero de 1874, intentó un pronunciamiento por don Alfonso. Tenía «veinte batallones a mi disposición», escribió a Isabel II. Fue recluido en el castillo de Bellver, en Mallorca, donde comenzó una relación epistolar con Cánovas.
El plan canovista para la Restauración era la creación de un gran movimiento nacional que viera en Alfonso la paz, el orden y la libertad frente a una República caótica. Si una gran movilización había desterrado a los Borbones en 1868, otra de igual envergadura debía traerlos sin derramamiento de sangre. Esto suponía que hubiera un reconocimiento general de Gobierno, Cortes, partidos, sociedad civil y Ejército. Ese acto debía protagonizarlo un militar tras una derrota del carlismo que vinculara la victoria de la España liberal con la proclamación de D. Alfonso.
El oficial contra el carlismo
El único militar que podía hacerlo era el general Manuel Gutiérrez de la Concha –conocido como «el general Concha»–, el oficial de más prestigio que dirigía la campaña en el norte contra el carlismo. Entre los oficiales que acompañaban al general Concha estaba Martínez Campos, que escribió el 25 de abril a Cánovas diciendo que ese cuerpo de ejército estaba preparado para «proclamar a D. Alfonso». Concha, sin embargo, tardaba porque quería la gloria para él, convirtiéndose en un problema para todos. Martínez Campos escribió a Cánovas el 23 de mayo que Concha estaba «ávido de gloria militar» para «imponer su voluntad». De hecho, Concha impuso a Serrano que ese mes de mayo fueran cesados los ministros radicales y que solo hubiera conservadores. Martínez Campos se desesperó y escribió a Cánovas que Concha tenía una «soberbia satánica». Cánovas aguantó porque quería que, tras vencer a los carlistas en Estella, Concha enviara a dos oficiales a Madrid para proclamar a D. Alfonso y exigir al Gobierno que convocara Cortes para su reconocimiento. Pero Concha murió en el campo de batalla el 27 de junio de 1874 por una bala perdida. Cánovas confesó entonces a Isabel II que era «preciso comenzar de nuevo la partida».
Ese verano los militares alfonsinos golpistas rompieron con Cánovas. No había tiempo para más planes, dijeron, y comunicaron que harían rey a Alfonso en tres meses. Cánovas no quería una Restauración vengativa. El Príncipe era un joven maduro, bien educado, con inteligencia política, que aconsejado por el Duque de Sesto, su tutor, esperaba con paciencia y confianza en Cánovas. En respuesta a la precipitación de esos militares, Cánovas forzó la publicación del Manifiesto de Sandhurst el 1 de diciembre, que definía a Alfonso como un rey liberal para todos. Esto deshizo los intentos vengativos, pero no desarticuló la conspiración en marcha.
Primo de Rivera mostró su alfonsismo y afirmó que quería una Restauración
sin sangre
Martínez Campos ya había reclutado al general Primo de Rivera, capitán general de Castilla la Nueva, y al general Jovellar, que mandaba el Ejército del Centro, el más numeroso. El 21 de diciembre pidió permiso a Alfonso para pronunciarse porque Cánovas, escribió, no iba por «buen camino». Antes de salir para Valencia, dejó un documento al jefe del alfonsismo: si triunfaba debía formar un gobierno de coalición con tres antiguos moderados y cuatro del «partido más liberal». Terminó aclarando que la diferencia entre ambos estaba en los «distintos modos» del «alzamiento». Telegrafió a Luis Dabán diciendo «Naranjas en condiciones». Tomó un tren con el brigadier Bonanza y el coronel Antonio Dabán. El día 28 lo pasaron escondidos en Valencia, y por la noche llegaron a Sagunto vestidos de paisanos. A las tres de la mañana del día 29 desvelaron su plan a los oficiales. Era un pronunciamiento por Alfonso XII. Un capitán se retiró. El resto secundó la iniciativa. Arengó a los 1.800 soldados en Las Alquerietas, cerca de Sagunto, y esperó.
El Gobierno ordenó a Primo de Rivera que arrestara a Cánovas. El jefe del alfonsismo calificó el pronunciamiento de «calaverada» y pidió a los suyos que no lo secundaran. Incluso escribió una protesta para el periódico «La Época», pero su director no la publicó. En estas, el general Jovellar telegrafió al Gobierno para comunicar que apoyaba a Martínez Campos. Sagasta, que presidía el Ejecutivo, sentenció: «Esto no tiene remedio». El ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, comunicó que la tropa de Madrid era alfonsina.
El Gobierno se reunió a las 19:30 del día 30 para conversar por telégrafo con Serrano, que estaba en el norte. Defender la República era apoyarse en los federales, lo que era un disparate. Primo de Rivera, presente en la reunión, desveló su alfonsismo y afirmó que querían una Restauración sin sangre y «contar, hasta cierto punto, con el apoyo o el consentimiento del actual Jefe del Estado». Ulloa, ministro de Marina, propuso trasladar el Gobierno a Guadalajara o a Sigüenza. Serrano se negó por no empezar otra guerra civil. Sagasta contestó: «Nos despedimos de Vd. con lágrimas en los ojos». La conservación acabó a las 21 horas. Los ministros entregaron el poder a Primo de Rivera, que reunió a alfonsinos, exministros isabelinos y a viejos moderados. Allí, Primo, según contó el embajador italiano en Madrid, «imitando el trabajo del general Pavía» en enero de 1874 «les encargó la composición de un ministerio monárquico». Cánovas formó entonces el Ministerio-Regencia para preparar la vuelta a España de los Borbones.
"HASTA AHORA TODOS LO IGNORAN EN FRANCIA"
En el momento del pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, don Alfonso estaba en el Palacio Basilewsky, en París, residencia familiar, junto a su madre, Isabel II, y sus hermanas. Un personaje francés le entregó un papel que anunciaba el acto y concluía: «Hasta ahora todos lo ignoran en Francia; guarde V.A. profundo silencio». En el momento, escribió el historiador Miguel Morayta, nadie notó cambio alguno en su rostro o comportamiento. Marchó al teatro con la familia sabiendo lo que había pasado en España. A su vuelta estaba esperando en su casa el canovista Luis Elduayen. Al oír las noticias la familia saltó de alegría, menos Alfonso, que dijo: «Lo sé hace horas».