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Las siniestras razones para desmontar las Humanidades

Los planes del Gobierno de estudiar solo los hechos más recientes, además de un intento ideológico por reescribir el pasado, supone un paso atrás cultural, ya que no se ama lo que no se conoce
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Según algunas fuentes, entre finales del siglo X y comienzos del XI, la ciudad de Córdoba, tras la decadencia del califato de Bagdad, fue aupada, como capital del Califato Omeya de Al-Andalus, a la categoría de gran capital del planeta, de forma acaso compartida con Constantinopla, cuando París o Londres eran casi villorrios. La urbe de Alhakén II habría llegado a superar el medio millón de habitantes y su biblioteca, espléndida sede de cultura y civilización de su tiempo, a atesorar casi el mismo número de libros. Tomaba el testigo de la de Alejandría y de la Casa de la Sabiduría bagdadí en cuanto a producción científica: por no hablar de los poetas, filósofos o científicos andalusíes que trajeron el platonismo, el aristotelismo y la medicina a Europa. Es difícil subestimar el esplendor de Al-Andalus. Pero, si rebobinamos en la historia, también brilla el reino visigodo de Toledo, con sus avances jurídicos y enciclopedistas y, si pasamos los siglos hacia delante, es difícil no asombrarse ante los logros universales de la monarquía hispánica entre los siglos XVI y XVII, políticos literarios y artísticos. ¿Damos un salto atrás? Ahí está la Hispania romana, cuna de los indudablemente mejores gobernantes del Imperio y del mejor filósofo que jamás escribiera en latín, amén de poetas satíricos y épicos inolvidables.

Personajes clave

Muy a propósito, no he querido mencionar ningún nombre, pues creo que a cualquier lector culto, es más, a cualquiera que haya cursado el bachillerato hasta ahora, le vendrán a la memoria de forma instantánea los personajes clave de nuestra historia romana, goda o islámica a los que me he referido. Pero, ¿sabrán de quién hablamos nuestros más jóvenes? Lo dudo mucho, si prosigue el calamitoso desmantelamiento de las humanidades que se da últimamente. Las recientes noticias sobre la reforma de la educación secundaria siguen causando conmoción entre todos los que nos dedicamos a la enseñanza de las humanidades. Primero, el latín y el griego, luego la filosofía y la música, todo esto en la ESO. Ahora le toca a la historia, en pleno bachillerato.
En efecto, tras la locura de relegar las clásicas a mera anécdota, trasciende que, en bachillerato, los estudiantes no tratarán ningún aspecto de la historia de España anterior a 1812, centrándose en el proceso histórico más reciente. Cabe preguntarse por qué obviar lo anterior sin dar una perspectiva humanística y global de la historia. Me recuerda al énfasis de las carreras de ciencias sociales y periodísticas en ignorar todo aquello que se remonte más atrás de la revolución industrial y positivista. Puede ser un viejo prejuicio, imitado de las muy respetables ciencias empíricas, que nos precipita aun más en la dictadura de lo pretendidamente «útil»; se olvida, como dice Nuccio Ordine, la utilidad de lo inútil y la insustituible necesidad de la cultura humanística para entender quienes somos. Obviar nuestras raíces, desde el mundo clásico al medievo, es perder toda noción de cómo pensamos, qué lengua hablamos y cómo hemos leído y soñado nuestro arte, literatura y música.
Hoy andamos perdidos en la pantalla del «smartphone», dominados por algoritmos y grandes corporaciones de internet y TV que nos imponen qué ver y qué pensar y, a través de sus títeres políticos, se empeñan en hurtarnos la filosofía, la historia, el latín y el griego de donde deben estar con preferencia: en secundaria. También la música. Promueven lo que, dicen, interesa más conocer a los bachilleres: lo reciente, lo actual, las redes sociales, el emprendimiento, la fiscalidad y cosas que algunos padres –ingenuamente convencidos por unas autoridades educativas que tienen mucho de lo primero y poco de lo segundo– piensan que facilitarán a sus hijos el acceso al mercado laboral. Es un error. No van a tener más trabajo por saber inglés, finanzas o gastronomía. Es más, de hecho, en breve nadie va a tener mucho trabajo, sustituido por robots y automatizaciones. Más nos valdría entonces no olvidar qué es lo que marca la diferencia para pensar, elevarse y entusiasmarse. Qué es lo específicamente humano e inspirador. Las humanidades: trivium y quadrivium, los saberes de siempre, los que forjaron las universidades y que, pese al avance de la ciencia, que se funda en ellos, no deben caer en el olvido. En fin, que estudiar historia de Hispania o las declinaciones del latín y el griego es más útil de lo que parece.
Por ello no se entiende el empeño de nuestras autoridades educativas en demoler los cimientos de las humanidades y sustituirlos por «saberes transversales», lo que sea que quiera decir esto. Si no se ha cursado un año de latín (al menos uno debería ser obligatorio para todos) estamos condenados a dudar, o a equivocarnos directamente, en la ortografía. Sin filosofía o retórica nunca podremos razonar libremente. Y sin música, como dice Nietzsche, la vida sería un error. Puede que los gobiernos convenzan a los padres de la necesidad de estudiar hipotecas, emprendimiento y turismo a los 15 años, pero sin mitología los adolescentes no tendrán las bases emocionales y culturales de su proceso iniciático en la civilización. Es difícil pensar en alguna razón, que no sea siniestra, para empeñarse en desmantelar así las humanidades.