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Alain Delon, el triste final del hombre más guapo del mundo

El actor, que declara ante la Policía mientras sus familiares se pelean por la herencia, ya no puede más: "Quiero morir, la vida ha terminado"
Imagen de Alain Delon en 1959
Imagen de Alain Delon en 1959Euro International Films - Trans / Collection ChristopheL AFP

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En la vida no existe la justicia poética ni belleza que no encierre una maldición. Tampoco hay versos que valgan ante la prosa turbia de una herencia, el más triste inventario de una vida. Pero así terminan las cosas: «Quiero morir, la vida ha terminado», dice retorciéndose de decepción Alain Delon, el hombre más guapo del mundo, y a quien, a los 88 años, le han robado el descanso postrero. Delon agoniza, apenas articula frases coherentes y lucha por erguirse sobre las muletas. Ni siquiera el azul de sus ojos es el mismo, porque ya solo anhelan el fundido a negro.
Su salud sufrió un golpe terrible en 2019, cuando le sobrevino un doble derrame cerebral y, aunque se recuperó parcialmente, llegó incluso a programar su muerte, a pedir públicamente la eutanasia. Desde entonces su existencia ha sido una espera en vano de lo inevitable: «La vida ya no me aporta gran cosa. Ya lo he visto y conocido todo», proclamó el actor de «A pleno sol». Aquel revés fue también un letrero luminoso para los buitres que, desde entonces, vuelan en círculos sobre su cabeza sin el menor disimulo. Los tres herederos del actor mantienen una enconada disputa con la cuidadora de su padre, Hiromi Rollin, a la que acusan de haber abusado de su estado de debilidad para conseguir que le concediera el matrimonio y así aparecer en sus últimas voluntades. Pero los herederos naturales tampoco dudan en apuñalarse entre sí por la espalda a la menor ocasión. Según dicen, su hija Anouchka, la preferida del actor, se llevará la mitad de sus bienes, mientras que los otros dos hermanos se repartirán la otra mitad. Igual no tiene nada que ver, pero los dos varones se han apartado de su hermana por diversas razones como haberles ocultado pruebas médicas que aclaraban el verdadero estado de salud de su padre, o la intención de su predilecta de sacarle del internado suizo donde Delon sigue esperando y esperando. Los varones levantaron la voz en los medios contra su hermana y el propio Delon amenazó con presentar una demanda contra ellos. El actor siente los aleteos negros de dos aves rapaces con su apellido.
Como película, esta historia tan prosaica no pasaría de un telefilme. Seguro que Delon, detrás del velo de su conciencia agotada, detesta el qué y el cómo de su final por no estar a la altura del peor guionista de melodrama. Todo es tan burdo que los tres hermanos sí se ponen de acuerdo en una cosa: prefieren que su padre muera, seguramente cuanto antes, en Suiza, para que no pierda la condición de residente fiscal en el país y evitar tener que pagar más impuestos por la aceptación de la herencia. La última voluntad de Delon era encontrar el descanso en su residencia de Douchy, cerca del Loira. Pero no existe la justicia poética. Ni siquiera para los guapos.

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