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David Cronenberg: “Intereso poco en Hollywood porque ya no me pueden controlar”

El director canadiense, responsable de obras maestras como “Crash” o “Videodrome”, estrena “Crímenes del futuro” tras ser galardonado con el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián
Alvaro BarrientosAP
La Razón

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Hasta tres fórmulas de cortesía usa David Cronenberg (Canadá, 1965) para pedirse un capuccino. La célebre educación y amabilidad del maestro —el mismo capaz de hacer estallar cabezas en la gran pantalla y que no duda, en su última película, en convertir a Léa Seydoux en musa de la cirugía sexual—, es la antítesis del horror corporal de la Nueva Carne, es la paciencia para responder a todos los periodistas que cubren el Festival de San Sebastián y es también la generosidad con su tiempo, el justo para asistir a todos los compromisos que exige ser el flamante Premio Donostia de esta edición y compartir una animada charla con otro ilustre del género como Gaspar Noé, mientras ambos esperan sus respectivos transportes.
El director de «Crash», «Videodrome» o «Scanners», solo por nombrar algunas de sus obras, visitó Donosti para ser homenajeado y para presentar «Crímenes del futuro», filme que estrenó en el último Festival de Cannes y que ahora llega a los cines españoles. En ella, seguimos a Viggo Mortensen como un peculiar artista plástico, capaz de desarrollar órganos nuevos en su cuerpo y, por supuesto, darles una estética salida en forma de espectáculo. En su utopía, los humanos ya no sienten dolor. Otra vez, Cronenberg enseñándonos aquello que, se supone, no deberíamos estar viendo. Otra vez, lo prohibido.
Cronenberg, tantas veces padre de todo esto, responde a LA RAZÓN en formato de mesa sobre esa genealogía propia del horror corporal, esa misma que le ha generado vástagos biológicos (su hijo Brandon estrenará un nuevo largometraje este mismo año y su hija Caitlin debutará en la silla de dirección), de género (con más imitadores que ningún otro director de su quinta), y de profesión (recordando el papel que le dio a todo un Batman como Robert Pattinson, al que recuperó para la causa del cine independiente en la siempre recomendable “Cosmópolis”). Y así, repartido el cuerpo y la sangre en Donosti, se marcha dispuesto a seguir rodando: “The Shrouds”, donde repetirá con Seydoux.
-Usted hizo una película hace casi medio siglo con el mismo título, “Crímenes del futuro”. ¿Cómo se ha encontrado con el Cronenberg de entonces?
-Simplemente tomamos el título. Ni siquiera volví a ver la película antigua, no recuerdo nada de ella. Era una conexión interesante porque, originalmente, la había llamado “Painkillers”. Y claro, hace cincuenta años, aquello era un título original, pero se han hecho como cinco o seis películas con ese mismo título. A mi productor se le ocurrió “robar” el título de una de mis películas antiguas. No será la misma película, pero tendrá la misma pulsión, girará en torno a la misma idea de crímenes que solo pueden ser cometidos en el futuro. Esa es la razón real y la única conexión. Creo, de hecho, que cuando lancen el Blu-Ray, incluirán la anterior película.
-Usted habló ayer de perseguir los límites, no de la audiencia, pero sí de usted como director. ¿Siente que, en alguna película de su carrera, se quedó cerca de sus límites como creador, como autor?
-No, realmente. Esa es la respuesta corta. La larga pasa por cada película siendo un ente propio. No pienso mucho en mis películas como un todo, cada una tiene una personalidad propia. Diría que, cuando empiezo a escribir, es como hacer vida nueva, e incluso los personajes empiezan a decir cosas de las que nunca estoy seguro en un primer momento. Cuando eso sí funciona, es maravilloso, por cierto. No pienso mucho en los límites, pero entiendo por qué mis películas llevan a la gente a esas cuestiones. Como creador, no me planteo fronteras.
-Durante la rueda de prensa dijo que una película es un proceso creativo en el que uno encuentra la verdad. Durante el proceso de “Crímenes del futuro”, ¿qué verdad encontró?
-¡Eso era mentira! No he aprendido nada (ríe). Es difícil ponerlo en palabras, porque aprendes pero en el sentido de hallar verdad en tus personajes. Me he ido dando cuenta de que los personajes eran, realmente, metáforas del proceso creativo. Te estás abriendo a ti mismo como artista, estás enseñando tus vulnerabilidades y estás mostrando tus debilidades. Más allá del cambio climático, o la capacidad para comer plástico, creo que realmente los personajes son una manera de abrirse en canal.
-Se hacen muchas películas acerca de lo espiritual, lo que no se puede tocar. Pero aquí, y en su filmografía en general, importa mucho lo físico, lo material, el cuerpo y sus propiedades cambiantes. ¿Cree que nuestra cultura se centra demasiado en lo etéreo y se nos olvida que somos de carne y hueso?
-Personalmente, no creo en la existencia del alma. Entiendo la metáfora, cuando alguien dice que algo tiene alma, o se refieren al alma como ese lugar donde habita la consciencia. Pero, en términos religiosos, no creo en el alma. Cuando morimos, se acabó todo. Lo que quedan son recuerdos y tu cuerpo, claro. Me gusta pensar que soy un existencialista, algo que ya no está muy de moda, pero que sigue siendo muy válido. Siempre fui mucho de Jean-Paul Sartre. O incluso Heidegger, que nunca fue mi filósofo favorito, pero describió muy bien lo de ser lanzados a la existencia sin saber nada. Hay algo de ello en todos mis personajes. Ninguno sabe siquiera qué hace allí, por qué existe. Para mí, el sentido de la vida es vivir, la propia vida. Ya está. No hay significados adicionales ni propósitos mayores. Eso es transversal a todas mis películas.
El cuerpo es, al final, la única realidad. Me gusta decir, aunque es una tontería, que si estás sentado en una habitación con tu perro y crees que ambos estáis en la misma realidad, estás muy equivocado. El perro percibe todo absolutamente distinto. Ve peor que tú, pero huele y escucha mejor. ¿Son dos realidades o son la misma? Eso es lo que me interesa explorar, aunque sea de manera inconsciente. De hecho, una de las cosas más bonitas de hacer entrevistas es tener que articular esos pensamientos, esos sentimientos, que no se dicen directamente en las películas.
-Durante décadas, sus películas fueron el patrón oro de los efectos especiales prácticos. Aquí, en “Crímenes del futuro”, usa una mezcla de efectos prácticos y digitales. ¿Es una cuestión técnica, de presupuesto, de los tiempos?
-Como cineasta, tienes ante ti toda una caja de herramientas. Antiguamente, esa caja era bastante limitada, pero lo digital la expandió fantásticamente. Siempre ha habido razones para que prime lo físico, pero ahora puedes combinar con lo digital. No es una obsesión o algo contra lo que pelear, es solo una herramienta más. Por ejemplo, recuerdo estar rodando “Una historia de violencia” y que, en la mejor toma que hicimos, la pistola no aterrizara fuera del plano, sino en el césped. ¿Qué haces? Antes tendríamos que haber repetido todo, pero ahora podía simplemente borrar aquella pistola y aprovechar el mejor trabajo de mis actores. Quizá no es el trabajo de crear algo de la nada, algo espectacular, pero creo que ahí, en lo sutil, radica realmente el poder de lo digital.
Y eso se aplica también a la seguridad, por ejemplo. Pongamos la escena de un suicidio, en la que un actor se pone una pistola en la cabeza. Algo que hice en “Cosmópolis”. Incluso aunque se esté trabajando con balas fogueo, hay riesgos. Es peligroso. Ahora simplemente puedes hacer el gesto y añadir todo luego. ¿Para qué vas a tomar riesgos innecesarios cuando el resultado es el mismo? Soy muy flexible respecto a mi caja de herramientas.
-Esta película nos lleva de la mano por el tiempo, como especulando por él. ¿Cree usted que el avance tecnológico definitivo será la desaparición del dolor?
-Es un poco un engaño. Quería tener escenas de operaciones, pero sin la parafernalia que pueden implicar. Hay actores que están preparados para eso, pero no quería que nadie tuviera que pasar por eso, llegar a sus límites, por así decirlo. Quería que fuese lo más simple posible, así que nos inventamos la desaparición del dolor. “Solo soñamos sobre el dolor”, llega a decir un personaje, como anhelándolo. Pero el dolor, en realidad, es un mecanismo fantástico de aviso. Hay niños que nacen sin la habilidad de sentir dolor, y eso les complica muchísimo la vida y la existencia. Se comen sus propias lenguas, porque no saben que es algo malo. Andan sin saber que se han roto un hueso. Hay una razón evolutiva para sentir dolor, pero eso no lo abordo en la película. Daría para otra película.
-”Crímenes del futuro” lidia con un clima post-apocalíptico y se estrena en tiempos complicados, con presidentes amenazando con lanzar misiles nucleares. ¿Cree que el momento en el que vivimos ahora es más peligroso, o da más miedo que otros períodos recientes?
-No quería transmitir los tiempos a la película. No suelo lidiar con la política coyuntural en mis películas. De hecho, si te fijas muchas películas post-apocalípticas lidian con ese aspecto, con cómo era el gobierno que cayó. A mí no me interesa lo inmediato. No tengo esa necesidad. En esta película vemos a la policía, pero no sabemos bajo qué intereses trabajan, con qué métodos. No me interesaba ese aspecto en concreto. Y tienes que recordar que, en los sesenta, tuvimos la Crisis de los Misiles de Cuba. Fue terrorífico. Recuerdo estar en la Universidad, en Toronto, pensando que estábamos ante el fin del mundo. Ese miedo no es nuevo, el de Putin y Ucrania. No lo hace mejor, pero no es nuevo. Pero por ejemplo, cuando yo era pequeño teníamos que lidiar con la polio, que era quizá más cruel porque afectaba sobre todo a los niños. La vacuna salvó a los niños, e incluso entonces había gente que se negaba a ponérsela. Pocas cosas son realmente nuevas. No creo que estemos ante la última pandemia, ni mucho menos.
-Antes ha mencionado “Cosmópolis”. Y es que usted fue el primer gran director que confió en él como un actor sólido, más allá de su aspecto o de la legión de fans que arrastra. ¿Qué vio en él que le hiciera apostar por su presencia?
-Hay en Rob una especie de carisma, de magnetismo para el cine que es inalienable. Por eso, incluso cuando no era un gran actor, en los tiempos de “Crepúsculo”, era alguien a quien seguías viendo, alguien a quien te apetecía seguir escuchando. Vi algunas películas suyas, sobre todo las de “Crepúsculo”, y pensé: “Vale, este tipo tiene algo especial”. Fue intuitivo. Pero él tenía mucho miedo, me decía que no sería capaz, que no sabía cómo hacerlo porque no se consideraba un gran actor. Llegados a un punto, incluso, me llegó a decir que no sabía qué demonios estaba haciendo y fue ahí cuando le dije: “Exacto, no pares. Lo estás haciendo genial”. Como director, no me gusta mucho interferir. Jamás le diría a un actor cómo actuar, es ridículo. Una parte muy importante de la dirección es la elección del elenco, con ella puedes estropear del todo una película o salvarla. Ahí hay política, dinero, tiempo… Es muy difícil. Pensé que había algo natural en él, y lo acabó encontrando sin apenas direcciones. Fue todo mérito suyo. Sabía cómo hacerlo, pero no creía que pudiera hacerlo.
-Su productor dijo en la rueda de prensa que, de dar un consejo, le diría a la gente que se quiera dedicar al cine que huya. En su caso, no se aplica, con su hijo Brandon Cronenberg…
-Y, de hecho, mi hija menor va a debutar como directora dentro de nada. Pero a lo que yo creo que se refería es a que tienes que ser realista respecto a tu talento. ¿Lo tienes? Yo me he hecho esa pregunta muchas veces. Cuando creía que sería escritor, luego cuando hice cortos underground, y luego cuando hice películas profesionales. Y en mi carrera, muchas veces, ¿sigo teniendo algo interesante que contar? ¿Sigo entendiendo el proceso? Si no pudiera hacerlo, no haría el idiota. ¿Para qué? Eso es lo que le tiene que quedar claro a los jóvenes, que tienen que ser realistas respecto a su talento y sus límites. Por ejemplo, mi hijo es un escritor y puede hacer sus guiones, pero mi hija no, tiene un gran talento visual, para imaginar, pero no para escribir. Así que no escribe su guion. Es así de complicado y de sencillo a la vez. No hizo falta que yo les dijera nada, ellos conocen sus límites. Y hay que saber que la profesión del cine es muy complicada, muy intensa, donde la posibilidad de la decepción y del colapso están muy presentes. Llegó un momento, cuando me planteé no hacer más películas, en el que le dije a mi hijo que no estaba dispuesto a sufrir más. Y él me respondió: “Yo sí”. Y le dije: “Genial, porque te va a tocar”. Y así pasaron casi ocho años entre sus dos últimas películas estrenadas.
-Cuando usted empezó a hacerse un nombre, el género de terror era “blockbuster” de verano o serie Z, pero acabó abriendo un camino para la autoría en el mismo. Una tercera vía artística, quizá. ¿Se siente pionero?
-Creo que todo empezó a cambiar a partir de “La profecía”, de 1976. No era una gran película, pero era una película de terror y de estudio. Algo que apenas se veía. Siempre existió el gueto para el género, para el terror, pero nunca se les abrió el camino de lo clásico, de tener a Gregory Peck en el papel protagonista, por decir algún nombre. Con “La profecía” se rompió esa dinámica, aunque “El exorcista” ya había provocado el seísmo. Por esa brecha nos colamos los Carpenter, los Landis, los Romero… Le presentamos a Hollywood una oportunidad para hacer género de calidad con el apoyo de un estudio. Lo que sí creo que ha cambiado es que, entonces, lo que más importaba era lo buena que era o no tu idea. Es lo que pasó con “Vinieron de dentro de…” (“Shivers”, 1975), mi primera película profesional. La idea era interesante, distinta, aunque si decimos que trataba de una pandemia ahora… Ese género estaba listo para que los jóvenes directores se lanzaran, incluso sin ningún tipo de prestigio. Hoy en día tienes directores que, después de unos años dedicados a los videoclips, reciben proyectos de 200 millones de dólares. Eso tiene mucho que ver con el control que quieren tener los estudios sobre las películas. Yo no les intereso porque no me pueden controlar. Y no es una cuestión paranoica, se trata de un modelo de negocio en el que yo ya no encajo y que es perfectamente legítimo. Es algo que siempre ha ido cambiando en la industria, y que volverá a cambiar seguro en el futuro. Lo que yo hiciera en el pasado es irrelevante y no puede ser un modelo para nadie.
-A lo largo de su carrera, ¿hay alguna película que se haya quedado con ganas de hacer?
-¡La siguiente! “The Shrouds”, de la que ya he hablado, y después quizá una versión de mi novela, “Consumed”.