James Gray y Jerzy Skolimowski anuncian el Apocalipsis en el Festival de Cannes
En una jornada con Ucrania presente de nuevo en Cannes, el director de «Z, la ciudad perdida» y el de «La partida» propusieron películas con el fin de la Humanidad como telón de fondo
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El título de la notable película de James Gray, “Armageddon Time”, parece describir las convulsiones apocalípticas de nuestro tiempo. Ayer, Cannes se posicionaba con urgencia contra la guerra de Ucrania con la proyección de “Mariupolis 2″, cuyo director, Mantas Kvedaravicius, fue asesinado el mes pasado por las fuerzas rusas mientras estaba filmando desde las trincheras la invasión en terreno ucraniano. Gray, que concursa por quinta vez en Cannes, habla de otro apocalipsis, el que anunciaba Ronald Reagan durante su campaña presidencial si América se empeñaba en convertirse en Sodoma y Gomorra. En “Armageddon Time”, la política estadounidense sirve para ofrecer un marco temporal a una historia semi-autobiográfica donde se debate, a través de los tropos del relato de iniciación, otro tipo de política, la impuesta por los lazos familiares, uno de los temas favoritos de su autor.
El protagonista de “Armageddon Time” es Paul, un niño de once años que sueña con ser artista. En menos de lo que dura un curso escolar, y en el barrio neoyorquino de Queens en 1980, Paul aprende que la base del sueño americano, la fantasía de la ascensión social del capitalismo liberal, pasa por aceptar la traición a la amistad como mal mayor y, de rebote, por entender que los desfavorecidos, sobre todo si son negros y carecen de recursos, están condenados a ser víctimas del sistema eternamente. Mientras tanto, la familia como institución (la madre (Anne Hathaway), el padre (Jeremy Strong), el abuelo (Anthony Hopkins), todos excelentes) sobrevive a duras penas a las crisis cotidianas, aunque sus presiones no pueden apagar la fuerza de ese sueño que, soñamos, hará que Paul siga su camino. Es difícil describir qué hace de una historia tan aparentemente manida una película tan especial. Será lo que denominamos puesta en escena: costumbrista y contenido, emotivo pero nunca sentimental, el neoclasicismo de Gray se desliza a través de las imágenes con una sensibilidad atinada y sobria, sin falsas nostalgias, diríamos que sin ganas de llamar la atención sobre sí misma, solo con la verdad sobre algunas cosas fundamentales de la vida -la honestidad, la ética personal, el aprendizaje de la pérdida y la decepción- como auténtico faro.
El apocalipsis de “Eo” es más contemporáneo, y el cuerpo de un asno capta sus vibraciones como de un barómetro moral se tratara. Si están pensando en “Al azar, Baltasar”, la obra maestra de Robert Bresson, no se equivocan, porque es la fuente de inspiración directa de Jerzy Skolimowski, la única película que, según dice, le ha hecho llorar en el cine. El director polaco se enfrenta a un imposible de la forma más inteligente, que es separándose por completo del método bressoniano. En ese sentido, “Eo” está más cerca de ciertos ejemplos recientes de cine animalista -pensamos en “Gunda”, de Kossakovsky, o en “Cow”, de Andrea Arnold- que del rigor jansenista de las “Notas sobre el cinematógrafo”. Si Bresson hizo un filme sobre la condición humana, Skolimowski lo hace sobre la condición animal.
Lo que aquí prima es el cine-experiencia, construido a partir del punto de vista de un asno. Ver, sentir, pensar, recordar como un asno, que, de mano en mano y de fuga en fuga, atraviesa los estados de ánimo de la contemporaneidad -el maltrato animal, por supuesto, pero también la desprotección de la inmigración ilegal o la violencia ultra- en una película que reduce los diálogos a la mínima expresión para que sea otra mirada la que nos ayude a entender el mundo desde otro lugar, lejos del antropocentrismo.
“Eo” es la película de un pintor: roja, vibrante, cambiante, que avanza a brochazo limpio. En momentos muy puntuales -una gratuita aparición de Isabelle Huppert, por ejemplo- Skolimowski baja la guardia y traiciona su propuesta, pero, en general, la intensidad de sus imágenes -muy parecida a la que ofrecía “Essential Killing”, el filme que dirigió en 2010 con Vincent Gallo como un talibán en estado de fuga permanente- es puramente física. Si el asno de Bresson era una figura crística, trascendente, espiritual, el de Skolimowski tiene la ternura de un animal que llora cuando le separan de su dueña en un circo. Sus lágrimas son saladas, no se evaporan, no son alegóricas, se quedan con nosotros durante todo el metraje.