Francisco Rico: «Hoy todo es anónimo, a través de Google, se perdió la dimensión personal»
Evoca a los grandes maestros de las humanidades en «Una larga lealtad», que incluye semblanzas de Martín de Riquer, Steven Runciman, Menéndez Pidal y Dámaso Alonso, entre otros
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Francisco Rico aduce en las primeras páginas de este libro que «no podría escribir mis memorias, porque sencillamente no las tengo». Alega que las «incidencias ordinarias» que traen los trabajos y los días no dejan en su caso sedimento alguno de recuerdos y vivencias. «A la altura de los ochenta años se me han olvidado», confiesa a renglón seguido. Quizá a este motivo principal obedece la publicación de «Una larga lealtad» (Acantilado), conjunto de semblanzas y retratos que también puede interpretarse como una suerte de recorrido intelectual propio en el que asoman maestros, admiraciones y amistades. Un hombre es él más la suma de aquellos nombres que le han acompañado en los hitos que jalonaron su existencia.
Así, por estas páginas discurren desde Ramón Menéndez Pidal hasta Darío Villanueva sin obviar a Dámaso Alonso, Martín de Riquer, Claudio Guillén, Fernando Lázaro Carreter, María Rosa Lida, Inés Fernández-Odóñez o José María Valverde. Un repaso por las personalidades que han marcado la filología y las humanidades en España desde el siglo XX hasta hoy. Y un conjunto de eruditos en el que no faltan hispanistas como Marcel Bataillon, historiadores de la talla de Steven Runciman e intelectuales del peso de Roberto Calasso.
¿Esta obra es un homenaje a los maestros?
Sí, es un libro de homenajes. Solo hay apreciaciones positivas porque se trata de amigos que son maestros. Es un elogio del humanismo. En realidad, de todas las humanidades, porque forman un cuerpo. Tienen un vínculo. La cultura europea ahora posee un aspecto que es bueno y otro que es débil. El bueno, que existen grandes trabajos y, dentro de lo que cabe, hay cierta protección. El débil, que se ha tecnificado mucho. Se está perdiendo la dimensión individual, personal. El trabajo en equipo. Hoy se trabaja mucho con instrumentos.
El «mundo www» que menciona en su libro.
Sí. Todo se ha despersonalizado demasiado. Ahora todo es anónimo, a través de Google, y se ha perdido la dimensión personal que existía entre los investigadores que estudiaban los mismos temas. Sin esa mirada personal, no hay tanto provecho y, sobre todo, no se disfruta del trabajo. Y considero que es importante disfrutar del trabajo. Ahora esta tarea se hace a través de dispositivos. Lo que ha individualizado mucho las humanidades.
¿Esta cultura está quedando relegada?
Sí, sin duda. Hoy todo el mundo depende de un guía, de un recurso de búsqueda. Google es valioso. Absolutamente indispensable, pero en ocasiones tengo la impresión de que es como esas aplicaciones que usas para ir de un sitio a otro y te marca un recorrido de diez kilómetros cuando, en línea recta, supone un minuto. Estamos en un nuevo principio, pero muchas veces puede ser un falso principio.
¿Imaginó alguna vez que un día se encontraría también entre estos maestros?
Sí, qué carajo. (Risas). Siempre pensé que valía para esta labor y que podía hacer cosas que fueran buenas. Cuando hablo de «maestro» no me refiero a tener alumnos, sino a llevar a cabo estudios con una enorme pulcritud y un afinado conocimiento. Hoy, además, los medios suplantan las relaciones personales. El vínculo entre discípulo y maestro hoy es menos personal. A veces, ni siquiera lo has visto... En todos los estudios hay una parte técnica de especialización y otra parte que procede de la creatividad, que es de reflexión, de gustos, de las maneras personales de cada uno. Pero probablemente es verdad que cada vez se busca menos a los maestros, se cuenta menos con ellos. Cada cual se atiene a su área y, por eso mismo, se tienen perspectivas menos amplias.
¿Influyen las redes sociales en este punto?
Ahora todo el mundo puede opinar a través de ellas... Sobre todo, en esa que no tengo, la que se llama...
¿Twitter?
Sí, ahí todo el mundo opina y hay millones de opiniones en circulación. Es lo más parecido a un caos. Esos maestros, en cambio, son ejemplares, suponen unas líneas de imitación y de cultivo.
Marca el sentido del humor que tenían ellos.
Es cierto. Muchas veces no trascendía cuando se leían sus trabajos. Y los había que resultaban muy irónicos. Esta es una cualidad que se nota, pero de la que se prescinde bastante a menudo. Era muy bueno hablar con ellos. Eso lo echo de menos, sí. Incluso con los que no hablaban tanto, como Blecua, que era sordo y tenía una conversación prefabricada. Pero no era importante, porque aunque no hubiera respuestas, uno siempre tenía preguntas.
Lázaro Carreter. ¿Qué pensaría del uso que se hace del lenguaje actual y de desdoblar el género masculino?
Lo obvio, que cada vez es más pobre, más reducido a tópicos y fórmulas estereotipadas y menos creativo... Lo otro es totalmente artificial. Es hacer de la lengua un mecanismo sin alma. Son perjuicios nuestros, sin duda. Parece que cada vez resulta más difícil expresar ciertas cuestiones. O encontrar para muchas la formulación adecuada si se salen de los consabidos tópicos.