Ridley Scott: “En esta película he competido conmigo mismo”
El director y productor británico retrata la historia real de la última justa medieval del siglo XIV introduciendo el punto de vista femenino nunca escuchado
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La historia es antigua, muy antigua, y claro, tiene sus defectos narrativos. Jean de Carrouges y Jacques Le Gris se batieron en duelo a muerte en el siglo XIV porque, según parecía, el segundo había violado a la mujer del primero. Fue la última vez que se administró justicia de esta manera, confiando en que Dios haría vencedor con la lanza y la espada al que tuviera la verdad de su lado. No diremos si se hizo justicia, en caso de que alguien quiera verlo en la versión de esta leyenda que ha rodado Ridley Scott y que llega a las salas hoy, una lectura cinematográfica que corrige el típico esquema medieval de las narraciones (los defectos, que decíamos al principio) según el cual solo tienen voz los hombres para contar. La mujer, víctima y sujeto pasivo de esta historia, apenas puede sollozar y limitarse a su condición oscuro objeto de deseo y premio para el vencedor.
Pero que no teman los amantes de las películas históricas. “El último duelo” da cumplida referencia de unos sucesos apasionantes del pasado europeo. Hablamos de los caballeros o señores feudales de Normandía, fervientes cristianos que no encontraron jamás descanso, batallando al oeste en la Guerra de los Cien Años, y lanzándose al este a las Cruzadas para detener al turco infiel. Y entre todos estos caballeros destacaba Jean de Carrouges, tan bravo como tosco -no deja lugar a dudas de ello en su piel Matt Damon peinado con un espantoso “mullet”- pero fiel servidor desde Normandía de la nobleza francesa cuya valentía premiaron nombrándole caballero. Del otro lado, el más atractivo y principesco Jacques le Gris (o al menos, así es como Scott le presenta en la piel de Adam Driver), quien, probablemente menos letal pero mucho más mujeriego, se gana el favor del conde Pierre d’Alençon (Ben Affleck) que ambos se disputan.
La partida “política” la gana este segundo y, a pesar de algunas afrentas territoriales, Jean de Carrouges acepta la derrota porque, al fin y al cabo, es feliz con su esposa, Marguerite de Thibouville. El relato histórico era una prioridad para Scott, que se centró en “conseguir la atmósfera más medieval posible. Me involucré en una competición conmigo mismo, en cómo conseguir llevarlo más allá todavía. A veces incluso fuimos demasiado lejos, pero me preocupaba encontrar el ambiente, no necesariamente pobre, pero sí en estado de necesidad”, explica en una entrevista por Zoom. “Quería presentar a Carrouges en un perpetuo trance de desaliño y cierto desbarajuste, en la necesidad de luchar para conseguir dinero que sostenga su pequeña hacienda y en esa lucha prioritaria por orgullo y por honor”.
Sin embargo, aquí comienza la leyenda del último duelo. En una ausencia de Carrouges, su rival trata de seducir a su esposa y, ante su negativa, la viola. La leyenda siempre ha contado que se celebró un juicio (con las maneras del siglo XIV) en el que fueron escuchados todos los implicados, y que finalmente, el noble ofendido retó en duelo al supuesto malandrín. En la leyenda tradicional no se cuenta el punto de vista de la víctima y por eso la película incorpora esa voz hurtada. “La denuncia de Marguerite es en sí misma un acto de valentía”, señala Jodie Comet, que interpreta en la cinta a un personaje histórico del que se sabe poco. “Ese era el primer desafío. Está acreditado que era una mujer bien leída y que hablaba varios idiomas. Y que dio el paso de denunciar en un momento en que ninguna mujer lo hacía. Por lo tanto, era valiente. Así que con eso, fuimos construyéndola, devolviéndole la voz que se le ha negado siempre”, comenta la actriz en una videollamada.
La “justicia” de aquellos tiempos tenía terribles consecuencias para las mujeres. Si su marido vencía, es decir, mataba a su oponente, se entendía que tenía razón y que ella había sido violada. Pero si perdía, eso quería decir que Dios sentenciaba que las acusaciones de ella eran falsas. Y entonces su destino sería arder en la hoguera. Por esta razón y porque su palabra valía menos que la de los hombres, muy pocas mujeres se atrevían a denunciar este tipo de afrentas. Cuando lo hacían, además, eran tomadas por mentirosas o bien por provocadoras y por tanto merecedoras de las consecuencias. Por supuesto, la violación cometida por su propio marido sistemáticamente en el propio hogar, no era considerada como tal. Así que el paralelismo con el #MeToo de este siglo y los casos a los que hemos asistido en España es más que evidente y nos sitúa no muy avanzados con respecto al medievo, cuando se plantea esta versión del “Yo sí te creo” en manos de Dios.
El otro mensaje que arroja la película es que solo nos acercamos a la verdad de la historia cuando escuchamos la visión de Marguerite, en lo que parece ser, de nuevo, una metáfora de voz que siempre nos ha sido negada en la Historia con mayúsculas y sin la que no se puede acceder a la verdad completa. La película, producida por Matt Damon y Ben Affleck, deja en el aire también las preguntas de hasta qué punto pueden compararse ambos tiempos históricos y cuánto de asentimiento tiene la justicia. Sucesos como los abusos sexuales, de los que no quedan más prueba que los testimonios, se basan en buena medida en la credibilidad de la víctima, tanto en el siglo XIV como en el XXI. Tampoco ha cambiado mucho, comparando ambos tiempos tan distantes, el terrible juicio público y social al que, en cuestiones de honor y sexo, se somete a las víctimas.