El regreso de Leonor de Aquitania, la reina indómita
Con motivo del rescate que la ganadora del Premio Planeta, Eva García Sáenz de Urturi, ha hecho de la primera etapa de la vida de esta apasionante mujer en “Aquitania”, recordamos la agitada existencia de esta figura excepcional. El historiador David Porrinas, autor de la biografía “El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra”, uno de los grandes expertos de este periodo
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Leonor de Aquitania es sin duda uno de los personajes medievales más atractivos para un amplio sector de la sociedad. Y es que la más de dos veces reina fue excepcional en algunos sentidos, y su trayectoria vital está cuajada de anécdotas cuando menos curiosas e impactantes. Esa peculiar vida suscitó pasiones y odios desde la propia Edad Media, añadiéndose a sus datos biográficos algunos relatos legendarios prácticamente desde el momento de su muerte.
Leonor nació en Poitiers en el año 1122 del matrimonio formado por Leonor de Châtellerault y Guillermo, el décimo duque de Aquitania, un vasto territorio situado en el sur de Francia, entre el río Loira y los montes Pirineos, superior en extensión, y tal vez también en poderío, a la región dominada por los reyes de Francia, que entonces no era sino una tierra no demasiado vasta situada en torno a París. Su abuelo había sido Guillermo IX de Aquitania, llamado “El Trovador”, hombre un tanto peculiar y excesivo, considerado uno de los primeros trovadores de la historia y autor de composiciones amorosas, algunas bastante procaces y provocadoras.
Un buen partido
El entorno trovadoresco aquitano en el que se crió, fomentado desde tiempos de su ilustre abuelo, sin duda marcó la personalidad de la joven Leonor. En aquella tierra, tan distinta a la que se encontraba más al norte, las mujeres eran educadas de manera similar a los hombres, y ese es otro hecho que imprimirá carácter a Leonor. En la primavera de 1137 el padre de Leonor murió mientras realizaba una peregrinación a Santiago de Compostela. Siete años atrás había fallecido su hermano mayor, algo que posibilitó que Leonor fuese elevada a duquesa de Aquitania, convirtiéndose con ello en un interesante partido para los hombres más poderosos de su tiempo, especialmente para el rey de Francia, quien contemplaba el poderoso ducado aquitano con una mezcla de admiración, respeto, temor y codicia.
Esa realidad allanó el camino para que Leonor terminara casándose con el futuro rey Luis VII de Francia, un año mayor que ella, durante 1137. Entonces Leonor tenía 16. A la muerte de Luis VI “el Gordo”, en 1145, su hijo Luis subió al trono de Francia, y Leonor se convirtió en reina consorte. Al instalarse en la fría corte parisina, comenzó a dar muestras de su peculiar estilo aquitano, más alegre y desenfadado que las encorsetadas costumbres y mentalidades cortesanas de los franceses. En aquellos momentos fue un escándalo que Leonor y sus damas vistiesen con pronunciados escotes y ceñidos corpiños que realzaban la figura femenina. Varios autores de la época consideraron esto, así como las fiestas con trovadores que cantaban el recién nacido amor cortés y las comidas peculiares que Leonor organizaba, “extravagante”, desmesurado y libertino.
No sorprende que la joven, revolucionaria y bella reina chocase con quien había sido y era el gran soporte ideológico, principal asesor espiritual y moral de los reyes de Francia, Suger, abad de Saint Denis, responsable, entre otras cosas, de dar impulso a ese nuevo estilo arquitectónico que terminaría siendo llamado Gótico. Y es que las formas de pensar de Suger, de las que participaba en buena medida Luis VII, y la propia Leonor, no podían ser más antagónicas en algunos aspectos. Algo parecido le ocurrió a Leonor con el intelectual eclesiástico más influyente de aquel tiempo, Bernardo de Claraval, creador de la reforma cisterciense, ideólogo del ethos de los templarios e impulsor de la Segunda Cruzada.
El matrimonio con Luis parece que no funcionó bien desde el principio. La propia Leonor acabaría quejándose al papa de que su esposo se comportaba en la cama más como un monje que como un caballero. Se dice que Leonor pudo mantener incluso relaciones con uno de sus tíos, pocos años mayor que ella y con quien se había criado desde pequeña. Sea como fuere, el joven matrimonio partió en 1147 a la Segunda Cruzada, predicada por Bernardo de Claraval e impulsada por el papa para defender una Jerusalén cada vez más presionada y hostigada por los turcos.
Ese hecho era algo realmente novedoso, porque Leonor no fue la única mujer que acompañó a su esposo en una campaña militar cruzada, ya que junto a ella fueron otras nobles en compañía de sus maridos, que se embarcaron hacia las peligrosas regiones de Tierra Santa. Hasta entonces las cruzadas habían sido un asunto exclusivamente masculino. No se sabe si Leonor partió por voluntad propia o por la de un celoso marido que no concebía dejarla sola en París.
El caso es que aquella expedición fue un desastre y no sirvió para que los esposos limaran asperezas, emprendiendo caminos separados de regreso. Ante la posibilidad de divorcio intervino hasta el papa Eugenio III, quien hizo lo posible por reconciliarlos, ordenando que les fuese preparada una cama lujosa y aderezada para que encontraran el entendimiento en el pomposo lecho. Pero parece que no funcionó, y Leonor consiguió en marzo de 1152 que el papa anulara el matrimonio, aludiendo una cierta consanguineidad que existía.
Todo indica que Luis estaba muy enamorado de Leonor, y que a Leonor Luis nunca llegó a gustarle del todo. De ese matrimonio nacieron dos hijas y no el hijo varón y heredero que anhelaba Luis para dar continuidad a su dinastía. Tan solo dos meses después de la anulación de su matrimonio con Luis, Leonor se casó con un joven príncipe de quien había quedado fuertemente impresionada nada más conocerlo: Enrique Plantagenet. Ese mismo año Enrique fue coronado rey de Inglaterra, título que vino a sumarse a los de duque de Normandía, conde de Anjou y de Nantes y señor de Irlanda.
El matrimonio de Enrique con Leonor configuró el más poderoso Estado de la Europa de la época, el llamado imperio Angevino, con posesiones en territorio francés que multiplicaban a los del rey de Francia, teórico señor feudal de Enrique y sus dominios. El matrimonio con Enrique, al contrario de lo que había sucedido con el de Luis, fue fecundo en retoños, ya que tuvieron entre los dos ni más ni menos que ocho hijos, de los cuales cinco fueron varones y tres mujeres. Entre ellos se encuentran Ricardo, que sería rey de Inglaterra, modelo de caballero cruzado y conocido con el sobrenombre de “Corazón de León”, y también Juan, igualmente rey y apodado “Juan sin Tierra”.
Parece claro que Ricardo siempre fue el hijo predilecto de Leonor y que ese amor fue algo recíproco. Leonor actuaría como reina regente mientras Ricardo llevaba a cabo sus numerosas guerras, y llegó a exigir impuestos extraordinarios al reino para hacer frente al rescate que el duque de Austria y el emperador alemán exigieron a cambio de la liberación del rey inglés, capturado cuando volvía de la Tercera Cruzada atravesando tierras centroeuropeas. Ricardo heredó de su madre el gusto por la poesía trovadoresca, llegando él mismo a componer algún que otro poema en ese género.
Entre la realidad y el mito
Antes de todo eso, el matrimonio de Leonor y Enrique se torció. Y es que parece que Enrique, a diferencia de Luis VII, era en la cama más bravo guerrero que monje y gustaba de frecuentar amantes, especialmente una, llamada Rosamunda Clifford, a quien incluso llegaría a reconocer oficialmente como su amante. Esa fue una de las causas, no la única, que llevó a Leonor a apoyar una sublevación que tres de sus hijos organizaron contra su padre entre 1173 y 1174, y que fue apoyada por Luis VII de Francia, el rey Guillermo de Escocia y distintos magnates.
Enrique logró sofocar aquella rebelión, y tras extinguirla ordenó confinar a Leonor en el castillo de Salisbury, donde permanecería encerrada y vigilada hasta la muerte de Enrique, acaecida en 1189. A partir de la recuperación de su libertad, Leonor centrará sus esfuerzos en ayudar a su hijo Ricardo, allanar el ascenso al trono de su hijo Juan a la muerte de Ricardo y actuar como agente necesario para sustanciar casamientos provechosos para algunas de sus hijas y nietas.
Tras una vida agitada e intensa murió, a los 82 años, en la abadía de Fontevrault, donde fue enterrada junto a los dos hombres que posiblemente más había amado en su vida, su esposo Enrique y su hijo Ricardo. Pocas mujeres medievales fueron tres veces reinas, dos por sus matrimonios y otra como regente de su hijo Ricardo, siendo, además, esposa de dos reyes y madre de otros dos. Su personalidad excepcional y su coraje hicieron que no se doblegase ante nada ni ante nadie. No sorprende que de la historia de Leonor brotaran leyendas, mejor o peor intencionadas, que confunden la realidad con el mito.
David Porrinas González es doctor por la Universidad de Extremadura y autor de "El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro)