El día en que Primo de Rivera escribió al abogado de su ejecutor
José María Gil Robles dio a conocer un fragmento de la misiva en su ya clásica obra «No fue posible la paz»
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La Historia reciente de España encierra todavía hoy macabras paradojas. Presentemos, antes de nada, a Julio Moreno Dávila, un joven y prestigioso abogado y periodista granadino que en 1936 presidía en la provincia el partido confesional católico Acción Popular, denominado Acción Nacional al proclamarse la Segunda República y convertido en núcleo aglutinante de la CEDA. De hecho, Moreno Dávila había sido elegido diputado de la CEDA por Granada en las elecciones de febrero, aunque la Comisión de Actas anulase el 31 de marzo los resultados en aquella circunscripción. ¿Por qué aludimos a Moreno Dávila? Enseguida lo comprenderá el lector.
Por increíble que parezca, José Antonio Primo de Rivera llegó a escribir una carta desde la Cárcel Modelo al mismo abogado que luego, según me contó en su día Clara Toscano, sobrina nieta de Guillermo Toscano, mientras componía mi libro «Las últimas horas de José Antonio», se ocupó de los asuntos legales del miliciano que le dio el tiro de gracia en la sien al fundador de Falange en el patio de la cárcel de Alicante. La epístola nos interesa por la gran paradoja histórica que encierra y por lo que a continuación comprobaremos también. Fechada el 2 de mayo del año 1936, José María Gil Robles dio a conocer un fragmento de la misma en su ya clásica obra «No fue posible la paz».
José Antonio aludía al principio de su misiva a Leopoldo Panizo Piquero, Palma de Plata y carné número 7 de Falange, quien, como nota curiosa, era abuelo del hoy popular mago y mentalista Anthony Blake, llamado en realidad José Luis Panizo González. «Panizo –escribía José Antonio a Moreno Dávila– me ha completado su información acerca del espectáculo de barbarie que es en esa provincia el simulacro de luchas electoras. No cabía más que retirarse, como han hecho ustedes...».
Tres días antes, el 29 de abril de 1936, Moreno Dávila había escrito a José Antonio por indicación de Panizo. He aquí la carta que el líder de Falange conservaba entre sus papeles personales en la cárcel de Alicante: «Sr D. José Antonio Primo de Rivera. Distinguido amigo: Le remito copia del manifiesto por el que los candidatos del Frente Nacional hemos hecho pública nuestra retirada. Así me lo ha indicado Panizo. Un abrazo de Ramón Ruiz Alonso y mande a su buen amigo, Moreno Dávila. ¡Arriba España! Ruiz Alonso».
En casa de los Rosales
Salía a relucir así, curiosamente, el nombre de Ramón Ruiz Alonso, la persona que detuvo a García Lorca en casa de los hermanos Rosales, donde se escondía el poeta, y a quien su homólogo Luis Rosales señaló como cómplice de la muerte de su amigo del alma Federico. Ruiz Alonso había sido también diputado por la CEDA en las elecciones de febrero. José Antonio aludía a él despectivamente como «el obrero de la CEDA», negándose a pagarle las mil pesetas mensuales que pedía por abandonar las filas del partido de Gil-Robles para ingresar en las de Falange.
En abril de 1936, Ruiz Alonso había visitado con tal fin a José Antonio en la Cárcel Modelo acompañado por José Rosales, hermano mayor de Luis. La negativa del líder de Falange alentó desde entonces el espíritu revanchista de Ruiz Alonso y de sus compañeros para desprestigiar a la Falange granadina y a los Rosales en particular. Y Federico García Lorca resultó ser al final el chivo expiatorio.
Señalemos un hecho significativo: Esperanza Rosales, hermana de José y de Luis, aseguraba que Ramón Ruiz Alonso «fue el que llamó [a su casa] y el que dijo que traía la orden» para llevarse detenido a García Lorca, quien ya nunca más volvió allí con vida. Y a continuación, ella misma señalaba: «Luego parece que no hubo tal orden, ya que mi madre ni la leyó».
¿Mintió entonces Ruiz Alonso, llevándose consigo al poeta sin la preceptiva orden de detención? Hallamos ahora la respuesta a esa pregunta en los papeles privados de Luis Rosales, entre los cuales localicé en su día unas desconocidas anotaciones suyas: «No podía haber orden escrita –negaba Rosales, categórico– porque no las había. ¿Es posible suponer que Valdés hubiera dado miles y miles de órdenes escritas y que no se conservase ninguna? Pero además, porque si la hubiese tenido Ruiz Alonso, me la habría enseñado cuando fui a reclamar a Federico al Gobierno Civil para taparme la boca. “¿Por qué ha ido usted a mi casa?”. “En cumplimiento de esta orden y punto en boca”». Así se escribe la Historia.