Manuel Martín Cuenca: “Llamar contenido a una película es, en cierto modo, degradarla”
El director almeriense presenta “La hija” en el Festival de San Sebastián, un “thriller” en femenino en el que una pareja estará dispuesta a todo con tal de poder ser padres
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A pesar de que su película está fuera de concurso, ya que competía en el también prestigioso Festival Internacional de Cine de Toronto, “La hija”, de Manuel Martín Cuenca, está acaparando todos los titulares sobrepasado ya el ecuador de la 69.ª Edición del Festival de Cine de San Sebastián. Protagonizada por los ganadores del Goya, Javier Gutiérrez y Patricia López Arnáiz, y por supuesto, también por la debutante Irene Virgüez, la película de Cuenca es un duro “thriller” que parte de la idea de una pareja que no puede tener hijos. Ante su deseo irrefrenable de ser padres, intentarán convencer a una joven embarazada, fugada de un centro de menores, para que les de al futuro bebé en adopción.
Acostumbrados al “male gaze” o mirada eminentemente masculina del director de “Caníbal” o “El autor”, ambas excelentes películas, el nuevo filme del director almeriense es una exitosa lucha contra sí mismo, contra su propia concepción de la autoría y, en cierto sentido, también una reforma de su filmografía a través de personajes femeninos que sufren, sí, pero también son capaces de construir su propia realidad a golpe de guion. En “La hija” hay también género, del que se cuenta en estaciones del año, y salpicaduras de sangre, pero todo cabe en el animal interpretativo que parece haber nacido en Virgüez. La joven intérprete, que empezó el cásting con 14 y presenta la película con 16, evoluciona de la mano de un rodaje casi cronológico para que la alegoría final, más allá de lo argumental, sirva como clímax de la propia evolución de un director que se ha atrevido a hacer su zona de confort tan ancha como los parajes de la sierra de Jaén en los que tiene lugar la película. Martín Cuenca, unos días antes de presentar la película en San Sebastián, atendía a LA RAZÓN en Madrid.
-¿Cuándo terminó el rodaje?
-El año pasado, y la posproducción la tenemos lista desde enero. Ha sido un proceso extremadamente largo, por culpa de la pandemia, pero me alegro de estar por fin en una nueva página.
-¿Dónde nace la idea de la película? ¿Cómo se levanta “La hija”?
-La película surge de una premisa, la pulsión sobre hacer una película con una pareja que no pueda tener hijos y que se plantea la posibilidad de quedarse con el hijo de una adolescente que no lo quiere. Esa es la idea inicial. Y luego también de la necesidad propia casi de rodar en Jaén y en sus paisajes. Yo solo me imagino la película allí. Viajamos allí, con la premisa y con los primeros tratamientos, y surgió la película. Ahí vino el proceso más industrial, que para mí es muy importante porque necesito que la película viva y respire donde tiene lugar.
-Claro, cuando estrenó “El autor”, dijo que se había llegado a mudar a Sevilla para entender ese ambiente…
-He vivido en Jaén muchísimo tiempo, y he viajado muchas veces allí. He conocido todo lo que es el parque de manera minuciosa, conociendo incluso a los agentes del parque. Es un parque natural más grande de Europa, el de Cazorla, y el segundo de Europa. Y, efectivamente, es una película que me ha llevado 9 meses casi un año a ello. Es muy importante estar en conexión con la gente y con el paisaje en el que vas a hacer tu película.
-Sobre esa conexión: repite con Javier Gutiérrez como protagonista. ¿Es una especie de mariscal de campo, una extensión tuya en la película?
-En general, suelo mantener muy buenas relaciones con mis intérpretes, más allá de la película. En este caso en particular, estábamos ya moviendo “El autor” cuando surgió la posibilidad. Pensé de inmediato en Javier porque él tiene una cosa, que es que parece alguien en quien se puede confiar. Tiene ese carisma de la persona común, de a pie, y también simpática. Es un poco el López Vázquez de nuestro tiempo, en el sentido de la cercanía al espectador. El personaje, ese educador que lleva años ayudando a otros y ahora decide ayudarse a sí mismo, necesitaba eso. Ahí se convierte en ese gran manipulador. Pero tampoco quería hacer un retrato de un maltratador malo del todo, porque él es capaz de darle el matiz.
-¿Es “La hija” una película sobre la manipulación emocional?
-No estoy de acuerdo. Creo que la manipulación emocional ocurre en todas las relaciones entre seres humanos. Siempre. Entonces, las relaciones entre padres e hijos, o en los matrimonios siempre hay algo de manipulación. Aunque sea de forma inconsciente. El personaje de Javier Gutiérrez, aunque el tenga un amor y un respeto claros y obvios por la niña, de repente considera que hay un fin por encima de ello. Ser padre es mayor, en ese momento, que sus valores éticos. Y tiene que engañar a la niña. Pero creo que la película no va sobre eso, si no que son herramientas humanas que cualquier persona, en una situación extrema, podría usar.
-La mitomanía como eje vertebrador de su filmografía…
-Tendría que pensarlo. Mis personajes, según lo entiendo yo, son comunes. Son como tú y como yo, con pasiones comunes a todos. O a la gran mayoría. Quizá ninguno de nosotros dos sea un psicópata, pero apretando las tuercas necesarias todos podemos llegar a hacer algo terrible. Lo excepcional, de hecho, es la grandeza y la dignidad en las situaciones extremas. Lo normal es dejarse llevar y cometer actos atroces cuando somos presionados para ello. Por eso siempre me han interesado mucho los personajes, los malos, que ejercen el mal, pero que no son psicópatas, si no que son comunes. Esos que se sienten legitimados por la razón que sea, en este caso la imposibilidad de ser padres, para traspasar líneas. Eso les obliga, entre comillas, a abandonar su dignidad. En eso sentido son personajes comunes, normales, y hacen lo que la mayoría de la gente hace, que es no tener el gran gesto. El ser humano es gregario, y suele hacer lo que le dicen que haga y es muy obediente. En este último período que hemos vivido de pandemia me ha resultado muy curioso lo obediente que ha sido la gente. Pero supongo que siempre hemos sido así salvo excepciones.
-Quería preguntarte por el descubrimiento de Irene…
-Fue un proceso largo de cásting, porque lo hicimos en Jaén, Málaga, Sevilla, Madrid y Barcelona. Después de ver a muchas chicas, Irene tenía algo muy poderoso y una seguridad en sí misma que la diferenciaban del resto. También me gustaba esa manera sobria que tiene de actuar, que lo hace de manera natural. No es una mujer estridente. Estamos acostumbrados a actuaciones más exageradas, y ella lo hace todo desde el interior. De hecho, cuando trabajo con algún intérprete más externo, trato de contenerlo continuamente. Desde las primeras pruebas me pareció adecuada, pese a que era un poco joven para lo que buscábamos. La elegimos con catorce y terminó rodando con 16.
Sobre la explosión final de ella, como animal interpretativo, también se pudo dar porque quise rodar de manera cronológica todo lo que pude. Ella había crecido como persona y como actriz. Del final, ese final tan duro, no quise ensayar apenas nada. Quería que estuviera impregnada por la fuerza y la rabia que desata en la película. Fuimos ascendiendo de la mano, y trabajando con ella de manera gradual para que ella pudiera entender a su personaje. Un momento clave en la película es cuando preparamos la bronca de Javier Gutiérrez a ella, en el que solo hubo una toma, ella rompió y fue real. Igual que la escena en la que le cortamos el pelo, porque era el suyo. Era importante, porque de algún modo ese sacrificio la iba a unir a su personaje. Ves a Irene, que la están violentando, y también al personaje. Hace puente entre la vida real y el personaje.
-¿Podríamos decir que es su primera película eminentemente femenina?
-No sé, a mí las etiquetas… Igual que las del género cinematográfico, no sé, nunca podría encajar una película mía ahí. Sé que hay dos mujeres entre los tres protagonistas, y que contamos la historia de dos madres, en realidad. La biológica y la de fantasía. No me gusta definir tampoco. Palabras como “thriller”, “terror”, “feminista” o “no feminista” prefiero que las pongan otros, la verdad. Ponedlas vosotros. Yo no sé lo que es, realmente.
-¿Crees que los festivales se han vuelto más importantes después de la pandemia? ¿O a la gente que no está en el día a día de la industria le dan un poco igual?
-Es un tema importantísimo, porque creo que los festivales se han vuelto cruciales. Son la última resistencia para el cine en salas. Siempre han sido importantes, porque dan un impulso y un brillo distinto a muchas películas para que el gran público las conozca, pero hoy en día que ha calado lo de “lo que puedo hacer en casa…”, pues tiene que cambiar su labor. Gracias a la pandemia, las tecnológicas han adelantado un proceso que creían que les iba a llevar diez años en apenas dos. Y eso es terrible, porque el cine tiene que seguir siendo una experiencia completa. Lo que uno ve en casa no puede tener la misma huella en uno que lo que uno ve en una sala, sobre todo porque hay un acto físico, hay un ritual. En ese sentido, espero que los festivales ayuden a recuperar eso.
¿A la gente le ha dejado de importar el gran cine, el que va a festivales? Puede ser, pero ante esa indiferencia está la mía. A mí no me importa que no os importe. Hace un tiempo discutí con una pareja por el tema de la piratería. Y me decían “yo siempre las veo piratas, no pago, y tienes que estar orgulloso de que no haya pagado, porque la he elegido”. Y para mí es como “no no, a mí me importa tres cojones que tú veas o no mi película, yo lo que quiero es que pagues por ella a todos los profesionales que la han hecho”. Yo vivo de esto. Y ellos: “¿Entonces no quieres que vea tu película?” Pues si no quieres, no la veas, de verdad que no hace falta, pero si la vas a ver hazlo pagando. Por mucho que las veas, si no pagas igual no puedo hacer más películas. ¿Qué va a pasar? Pues que las plataformas probablemente se lo van a comer todo. Si los festivales se rinden a las plataformas y a sus empresas, acabarán devorados por ellas.
-Cuando alguien se refiere a una película tuya como “contenido”, ¿usted qué piensa?
-Es una palabra fea. “Contenido audiovisual” puede tener un pase, pero contenido es una palabra muy fea. Porque así parece que solo importa la trama, la información… El cine es eso, pero también es muchas otras cosas. La historia y el contenido es algo que tiene que venir después del cine. El cine es un retrato del espacio y el tiempo, fotografía en movimiento, de Lumiére a Chaplin. Referirse a una película como contenido es una degradación. Pero bueno, es normal un poco que nos traten así, en este mundo capitalista. Las plataformas y los ejecutivos, supongo, hablan así, en términos de resultados, productos y así. Es inevitable. Como romántico, me encantaría mantener un lenguaje más correcto, porque el cine no está en la historia, está casi en todo lo demás. En lo inmaterial, quizá.