Crítica de «Mandíbulas»: Dos tontos y una mosca gigante ★★★☆☆
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No es extraño que el público del Festival de Sitges, tan susceptible al disfrute sin prejuicios, adoptara como mantra celebratorio el peculiar, polisémico saludo amistoso que repiten con despreocupada constancia los protagonistas de «Mandíbulas». Con las manos cornudas al grito de «Toro», Manu y Jean-Gab festejan cualquiera de sus éxitos, por ridículos que estos sean, añadiendo una palabra «ad hoc» a tan bravío sustantivo animal. Como el noventa por ciento de los gags de la irresistible cinta de Quentin Dupieux, la idea tiene mucho menos gracia contada que vista. Y, si no, atiendan a su argumento: dos colegas que viven, quién sabe cómo, de trapicheos y trabajos basura se encuentran con una mosca gigante en el maletero de un coche y deciden amaestrarla para hacerse (un poco) ricos.
Cuando le preguntaban a Beckett por el significado de «Fin de partida», decía que en la historia de dependencia entre Hamm y Clov no había nada más que lo que se desprendía del texto. Beckett no la concibió como una metáfora de nada. Dupieux podría decir lo mismo que Beckett: aunque «Mandíbulas» pudiera ser el reverso tierno de «Fin de partida», no es más que la historia de dos amigos que se topan con la mascota de sus vidas. Como en «Dos tontos muy tontos», la delirante ópera prima de los Farrelly, la lógica interna del relato despliega con una naturalidad pasmosa un imaginario surreal, a medio camino entre el post humor y la «bromantic comedy» tradicional, que funciona desde una modestia que rechaza cualquier subtexto pretencioso para convencernos de que hay que tener fe en las buenas intenciones aunque sean estúpidas.
Sobre el papel, da la impresión de que la premisa de «Mandíbulas» se agotará en lo que dura un corto. Lo mismo ocurría con el anterior, y magnífico, filme de Dupieux, «La chaqueta de piel de ciervo», pero, como en aquella, la aparición de un personaje femenino (la invitada que dice la verdad a gritos y que Adèle Exarchopoulos encarna con hilarante convicción) relanza la fuerza de la propuesta a cotas de un absurdo nunca vistas. Un absurdo, ojo, lleno de cariño.