Nerón: ¿gobernante inexperto, pirómano matricida o víctima de la propaganda?
El British Museum acoge una exposición que analiza, más allá del mito, el ascenso y caída del poder del emperador romano, tiránico para algunos y admirado por otros
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Si hay algo casi tan antiguo como el Imperio Romano es el uso de la propaganda. Lo que ahora llamamos “fake news”, entendiéndolas como información falsa que algunos poderosos lanzan para exaltar su figura y damnificar a otros, ya lo inventó Augusto: entre los años 12 y 14 d.C., este emperador redactó una obra (”Res Gestae Divi Augusti”) para ensalzarse a sí mismo. En ella relata todos los hechos significativos que acontecieron durante su reinado, pero ignoraba los negativos. Una información por tanto, y aunque admirable, incompleta. Y si en época romana esta propaganda también se difundía a través de grandes construcciones o esculturas, ahora se trata de exponer lo valioso de un gobierno mediante medios de comunicación o redes sociales. Las vías son diferentes, pero la esencia es la misma.
Durante la época del Imperio Romano, cada emperador hacía alarde de sus conquistas para conseguir la admiración del pueblo. No obstante, al igual que utilizaban la propaganda de manera positiva para sí mismos, también ésta, cuando era emitida por sus enemigos, les afectaba. Lo que sabemos de los romanos se limita a los históricos y numerosos documentos que se escribieron en aquella época. Evidentemente, no había ni cámaras ni micrófonos que guardaran una perspectiva de los hechos de primera mano. Tan solo conocemos lo que ocurrió fiándonos de las palabras que lo narran. Por tanto, y según expresa Franceca Bologna, curadora de la exposición “Nerón: el hombre detrás del mito” que recoge el British Museum hasta el 24 de octubre, “Nerón fue descrito como un tirano loco por los historiadores antiguos pertenecientes a la élite senatorial, pero debemos tener en cuenta que estaban lejos de ser imparciales. No es sorprendente que los miembros de este grupo, al escribir sobre Nerón, estuvieran interesados en representarlo de la peor manera posible”.
Nerón, como otros emperadores anteriores y posteriores a él, a menudo chocaba con el Senado, grupo que, no obstante, apoyó junto al ejército su ascenso al poder cuando tan solo tenía 16 años. De la misma manera que Calígula fue descrito como un déspota que se consideraba a sí mismo un dios, Caracalla hizo asesinar a su hermano para poder gobernar solo y Cómodo luchó como gladiador en la arena imaginándose a sí mismo como un nuevo Hércules. Por su parte, Nerón, según dice la tradición, se entretenía tocando la lira mientras Roma se sumía en un gran incendio que duró 9 días. Cada emperador romano tiene su historia, su mito, sus conquistas y su punto de crueldad. No obstante, Bologna defiende que todo pudo ser una cuestión de propaganda: “La desaparición de Nerón -se suicidó a los 30 años- trajo adelante un período de caos y guerra civil, que terminó solo cuando una nueva dinastía tomó el poder, los Flavios. Todos los autores que escribieron bajo ellos tenían interés en legitimar a la nueva familia gobernante, retratando al último de la anterior dinastía de la peor manera posible, convirtiendo la historia en propaganda”.
Emperador romano entre el 54 d.C. y el 68 d.C., Nerón Claudio César Augusto Germánico fue el último gobernante de la dinastía Julio-Claudia. Hijo de Cneo Domicio Ahenobarbo y Agripina la Joven, ambos nietos de Augusto, su padre murió cuando él tan solo tenía 3 años, y su madre se casó con el emperador Claudio. Hasta hoy, su figura se ha visto descrita como un asesino y un tirano: mató a su madre, a su hermano adoptivo y a su esposa, ordenó castrar a su liberto para convertirlo en su difunta mujer y participó en infinidad de sádicos y extraños juegos sexuales, así como vio arder Roma desde su castillo. No obstante, lo cierto es que, según aseguran estudiosos más modernos, Nerón participó en los trabajos de extinción de las llamas, implantando regulaciones para evitar nuevos incendios y proporcionando refugio a las personas que se quedaron sin hogar.
Asimismo, explica Bologna que bajó los impuestos, “construyó magníficos baños públicos y, mediante la construcción de un gran mercado cubierto y la mejora de las conexiones entre Roma y su puerto, se aseguró de que su gente tuviera acceso a alimentos”. El emperador, terrorífico o talentoso, proporcionó a su gente “lugares de entretenimiento, como un anfiteatro de madera ahora perdido”. Con esto, Nerón tan solo fue uno más de los muchos emperadores “que se describieron como tiránicos, despiadados y aspirantes a ser considerados dioses”, acusaciones que “fueron hechas por senadores insatisfechos para difamar a sus enemigos políticos”. Y añade la experta la pregunta clave: “¿Cómo juzgamos entonces? ¿Cómo podemos distinguir los hechos de la ficción, ya que lo que sabemos de estos emperadores proviene de fuentes que son todo menos imparciales?
Trump, entre Calígula y Nerón
Retomando la propaganda como elemento fundamental de la historia, conviene acudir al imprescindible Tom Holland y su “Dinastía” (2017). En esta obra, el historiador británico comparaba el populismo de Donald Trump con otras figuras históricas. Llegó a decir que, al igual que el estadounidense, Calígula era un manipulador político astuto que descubrió que el insulto a las élites tradicionales generaba popularidad. Nerón, por su parte, fue “un emperador populista” que ideó diversiones para el pueblo y se exhibía públicamente como Trump hace en televisión o Twitter. No obstante, el autor subraya que el de Estados Unidos nunca llegaría a tener la inteligencia política de Calígula y Nerón.
Tanto Calígula como Trump han gobernado con la mayor potencia militar y económica de su tiempo, aunque es cierto que ambos se enfrentaron a grandes deudas -ninguna novedad cuando se refiere a grandes mandatarios-. Por su parte, Nerón fue el responsable de una de las mejores etapas del Imperio Romano, y en la introducción de la exposición del British Museum se le presenta como “un líder populista” que, antes que ser visto como un tirano, fue admirado por su pueblo gracias a las políticas populares que propuso en un momento donde predominaban los cambios sociales.
Por tanto, y a través de unos 200 objetos espectaculares -desde una cabeza de bronce del emperador hallada en Suffolk en 1907, hasta el Tesoro de Fenwick, compuesto por monedas, brazaletes o joyas populares-, el espacio británico repasa la vida de Nerón más allá de incendios y asesinatos, siguiendo su ascenso y caída del poder y proponiendo una decisión al visitante: “¿Era un gobernante joven e inexperto que hacía todo lo posible en una sociedad dividida, o el megalómano matricida y despiadado que la historia ha pintado? Sea como sea, para sacar una conclusión el espectador no deberá perder de vista la existencia e influencia de un elemento clave: la propaganda.