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Un cementerio de anclas fenicias y romanas en un fondeadero olvidado

Identifican en Jávea un puerto natural con más de un centenar de anclas de todas las tipologías y periodos que se remontan hasta 2.500 años de antigüedad
©Gonzalo Pérez MataLa Razón

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El motivo de aquella llamada no dejaba entrever la relevancia que tendría posteriormente. En apariencia era una invitación para que visitara un fondo marino en el que se habían encontrado durante unas prospecciones algunos restos y contar con su opinión. Alejandro Pérez Prefasi, arqueólogo y con muchas horas de buceo a sus espaldas, aceptó y se preparó para la inmersión. Lo típico: traje de neopreno, chaleco, botella, manómetro, gafas y demás. La zona es conocida por su tranquilidad y por disfrutar de unas aguas claras, transparentes y no muy frías que permiten una adecuada visibilidad. La bahía de Portitxol, en Jávea, es la destilación de la idea común que se entiende por lo que es el Mediterráneo. Un área de calas y cortados, con una playa de guijarros y pinares que padece la afluencia habitual de veraneantes de los meses de estío y que también es conocida por las escuelas de buceo.
En un primer instante, todo hacía pensar en una inmersión rápida, un paseo por un típico fondo de roca, arena y un lecho de posidonia con algunos altos apropiados para observar los hallazgos y dar una primera evaluación. Nada auguraba un descubrimiento arqueológico inesperado ni, tampoco, de esa relevancia histórica. «Mi primera impresión fue increíble –reconoce Pérez Prefasi a este diario–. Al principio la idea era colaborar con un proyecto y ayudar con la documentación. Se calculaba que hubiera entre dieciocho y veinte anclas, y que seguramente la mayoría de ellas serían modernas. Lo que me comentaron es que con toda probabilidad se trataba de una almadraba». Pero con la primera inmersión comenzó a identificar anclas fenicias, romanas, medievales, de brazos invertidos, que muchas veces se asocian a la época andalusí, aunque también se sabe que fueron una evolución de las romanas.
«No tardé en darme cuenta de que por lo menos había cuarenta y que abarcaban más de dos mil años». Empezaron a investigar inmediatamente y comprendieron que estaban ante un fondeadero natural que había sido utilizado en todas las épocas a lo largo de la historia. «Es la zona peninsular más próxima a las Baleares. Cerca estaba Denia, una ciudad más importante que Jávea, pero que no cuenta con fondeadero para protegerse».
Enfrente de la costa despunta una isla y según el arqueólogo quedan pocas dudas de lo que suponía esa porción de tierra para los navegantes de la antigüedad. «La isla es un fondeadero histórico. Cuando venía un temporal, las embarcaciones se refugiaban ahí. Es un sitio de poco calado y profundidad, que tiene buen resguardo, siempre que no se rompan las anclas, porque entonces no sales. Pero para un temporal potente es ideal». Aunque es prudente y no quiere aventurarse, sospecha también que pudiera haber barcos hundidos, pero no quiere precipitarse hasta haberlos encontrado. «Existen pruebas que evidencian que ha habido muchos naufragios en el pasado. Mi idea es que es un puerto natural no documentado. Las anclas que han aparecido demuestran que se trata de un fondeadero más importante de lo que supusimos al principio».
Entre las pruebas que alientan sus esperanzas hay una serie de materiales arqueológicos que le inducen a pensar que pudiera haber algún pecio. De todas maneras, prefiere aguardar hasta encontrar elementos más consistentes. «Hemos hallado entre ocho o diez ánforas iguales, cuando normalmente das con una sola. Sí es cierto que tenemos la ilusión de encontrar un pecio. Llevamos dos años sacando ánforas de una variante que parece no documentada y posiblemente del siglo IV. Los restos nos indican que ha habido naufragios. Este año vamos a realizar los sondeos en lugares que pensamos que podemos encontrar algo. De momento, afirmar que hay un barco porque existen muchas y están bien colocadas, que es lo que puede identificar una embarcación hundida, es precipitado y no se puede decir aún. Pero, eso sí, están bien puestas y hay vestigios de varios pecios».
La alta concentración de anclas deja pocas dudas de que la zona ha sido utilizada desde la antigüedad. Hasta ahora se han encontrado más de cien, desde la época fenicia hasta la actualidad, abarcando la romana y la griega. La cronología es amplia. Como dice Alejandro Pérez, un arco temporal que va «entre los 2.500 y los 3.000 años de antigüedad, al igual que una pieza cerámica documentada más antigua que se ha hallado en la bahía que corresponde a un ánfora fenicia del tipo Vuillemot R-1, datada entre la segunda mitad del siglo VIII y el VII a. de C. Las anclas líticas cumplen con la tipología de Frost y los lastres y cepos de plomo, documentados hacia el siglo IV a. de C y siglo III d. de C. con la de Kapitän y Haldane, aunque sin un pecio no se puede confirmar la cronología».
El proyecto, que también dirigen Jorge Blázquez y José Antonio Moya, se ha convertido en un reclamo científico, pero también espera transformarse en una atracción para el turismo. En esta investigación –que cuenta con el apoyo de la Universidad de Alicante y el Ayuntamiento Jávea, y la coordinación de Joaquim Bolufer, director del Museo Arqueológico y Etnográfico Soler Blasco de Xàbia, y Asunción Fernández Izquierdo, directora del Centro de Arqueología Subacuática de la Comunidad Valenciana– no solo pesa el interés histórico evidente que tiene, sino un plan para desarrollar una ruta para que las personas puedan sumergirse y convertir esta zona en un parque arqueológico submarino. Pero eso será más adelante. Ahora, lo principal es sopesar todo lo que esconde el mar.
Y, de momento, lo que ofrece es muy prometedor. Como explica Alejandro Pérez, «para nosotros la cerámica antigua es fundamental, pero en la antigüedad era material desechable. Una ánfora se abría, se consumía su mercancía y se arrojaba por la borda porque no tenía demasiada importancia. Eso explica la enorme cantidad que hay en esta bahía. Hemos dado con piedras de moler, ollas que se usaban para cocinar a bordo, un kalathos ibérico y platos griegos, romanos y medievales. Los restos cerámicos se echaban por la borda –continúa–. Para un romano, un ánfora era un tetra brik. Solo se usaba una vez. Luego se tiraba o se usaba como material de construcción. Las ánforas no tenían importancia, pero de un ancla dependía la vida de todo un barco. Hay que tener en cuenta que miles de personas morían antes en todo el mundo porque fallaban. El cargamento era esencial, pero el ancla se tratada de algo vital».
Este yacimiento no solo es prometedor en el mar, también en tierra. La isla esconde secretos. La bahía era una zona de mercado y de intercambio de productos. Pero hay más. «Ha suscitado un debate sobre su significación histórica. Se dice que podía haber albergado un santuario», comenta Pérez Prefasi. A falta de una excavación, parece ser que ahí podría estar el emplazamiento del monasterio visigodo de San Martín, que aún no se ha localizado. «Las transformaciones agrícolas a mediado del siglo XX permitieron dar con basamentos de muros, restos de pavimento de mármol y dos enterramientos. Es una descripción que nos hace pensar en una iglesia». Para Pérez Prefasi, «aparte de ser un fondeadero, aquí podría haber habido un santuario. Los enterramientos indicarían un lugar de culto. En la próxima campaña, sabremos más».