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La maldición de la mayor colección de estatuas del mundo

El patrimonio de los Torlonia asciende a 630 piezas que hasta ahora solo podían verse en visitas privadas y que iban a ser expuestas al público, pero la pandemia las ha devuelto al ostracismo
Torlonia Collection

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Tres filas de bustos de mármol vigilan la estatua de bronce del general Germánico, padre de Calígula. Los observadores parecen conformar desde su tribuna una especie de Senado. Entre los presentes están Marco Aurelio, Adriano, Plautilla o Septimio Severo, toda una alineación de lujo para dar la bienvenida al visitante. En realidad, es la primera vez que ocurre. Las figuras son parte del patrimonio de los Torlonia, que configuraron la mayor colección privada de estatuas del mundo y nunca quisieron exponerla al público. Durante casi un siglo sus mármoles estuvieron alojados en el Museo Torlonia, un palacio construido por ellos mismos, al que sólo podían acceder visitas privadas. Hace dos semanas los Museos Capitalinos de Roma destaparon por primera vez para los plebeyos una selección de 93 obras, pero la pandemia obligó a cerrar los museos y a devolver la colección maldita a su habitual ostracismo. Las autoridades romanas han abierto un reducido pase para la prensa, pero cuando el destino está en contra, no hay nada que hacer.
Los legítimos propietarios nacieron de forma algo anacrónica. Las grandes fortunas de Roma se habían conformado durante el Renacimiento, coincidiendo con el retorno de Aviñón de los papas y su inmediato esplendor. Mientras tanto, en Francia existía una familia campesina de apellido Tourlonias, cuyo descendiente Marin decidió viajar a Italia en el siglo XVIII. Comenzó trabajando como camarero de un cardenal, se casó e italianizó su nombre. Y, lo que son las cosas, un par de decenios más tarde su hijo pasó de tener un negocio de telas a prestar dinero a las tropas napoleónicas, que se encontraban en ese momento en Roma. Los Torlonia se transformaron en banqueros, se hicieron socios privilegiados de los papas y, para impresionar, amasaron todo el arte a su alcance. Los grandes mecenas habían vivido tres siglos atrás, pero si estos florecieron en el Renacimiento, los Torlonia lo hicieron durante el Risorgimento, el periodo de la unificación italiana.
Como buenos comerciantes, excavaron en villas y compraron piezas a familias con problemas económicos. Así hasta acumular las famosas 620 estatuas que ya no había donde meter. Alessandro Torlonia, ya príncipe, construyó un museo a mediados del siglo XIX en la Via de la Lungara de Roma, pero con el paso de los años las estatuas quedaron recluidas en sótanos polvorientos a los que nadie podía acceder. Las historias nobiliarias suelen degenerar en decadencia y ésta llegó en 1976, cuando el museo cerró definitivamente.
Medio siglo más tarde el Estado italiano consiguió llegar a un acuerdo con la familia, ahora en guerra por su herencia, para que la colección viera la luz. Ha costado cuatro años organizar la exposición, que debía ser el primer paso para una gira mundial y la construcción de una sede permanente en la que quedaría expuesta, pero el coronavirus ha sido más caprichoso. Mientras, ahí están los bajorrelieves de los trabajos de Hércules esculpidos en intactos sepulcros, una cabra restaurada por Bernini y dos guerreros en posición de ataque esperando su oportunidad. A la sombra, como están acostumbrados.

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