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Los libros de la semana: Del talento de un antipoeta como Nicanor Parra a los arañazos emocionales de Álvaro Pompo

En esta foto de 1992, Nicanor Parra escribe en la pizarra mientras imparte una clase en una escuela de ingeniería en Santiago, Chile.
Alvaro HoppeAP

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Crítica de “Nicanor Parra, rey y mendigo”: El antipoeta que dormía en una silla

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Ya lo dijo Bolaño: él, en todo, seguía a Nicanor Parra, el único autor interesante de Chile que valía la pena leer: un poeta que había cultivado una nueva ars poética llamada antipoesía, nada menos, y que si no hubiera sido por el Nobel que nunca le fue concedido, hoy estaría disputándole, si es que ya no lo ha destronado, el trono a Pablo Neruda, más allá de que «Pablito», como lo llama «el poeta que duerme en una silla», fue uno de sus primeros impulsores.
Rafael Gumucio, escritor y polémico columnista chileno, que seguramente no siguió a Bolaño, fue uno de los tantos jóvenes que a comienzos del nuevo milenio siguieron la estela de Nicanor Parra. Iban a visitarlo a su casa en Las Cruces, en ocasiones a conversar, pero la mayoría de las veces a escucharlo. Así, en una de esas ocasiones, Gumucio creyó, con inocente vanidad, que Parra estaba muy interesado en sus libros. Pero no: el antipoeta sólo estaba interesado en las columnas que Gumucio había publicado en los periódicos y la ilusión de Gumucio, pues, se borró de un plumazo.
El escritor y columnista, de todos modos, no se desanimó y siguió yendo a conversar con Parra de manera asidua, hasta el punto de que entre ambos surgió una relación y una amistad que perduró hasta la muerte del poeta, que murió con más de cien años, en enero de 2018 y que Gumucio, ahora, recrea y evoca en «Nicanor Parra, rey y mendigo», un libro que puede leerse como una biografía aunque, en el fondo, es algo más: un libro de memorias y recuerdos y conjeturas sobre uno de los poetas en castellano más importantes del siglo XX.
«Ésta no es una biografía de Parra. Ésta es una biografía con Parra. Es una biografía contra Parra. Parra es en este libro apenas un abrigo, una máscara más», dice Gumucio al comienzo de «Nicanor Parra, rey y mendigo», donde la vida del antipoeta, más que una máscara, es una presencia inteligente que todo lo impregna.
Aún así, Gumucio no puede evitar darle a su libro un tono biográfico y repasar la vida de Parra, más allá de que no pretende documentar ni verificar datos: su infancia en el sur de Chile, su familia, sus siete hermanos menores, sus constantes cambios de casa, sus años como profesor y su lugar, cada vez más destacado, en la poesía chilena. El resultado, en todo caso, es un libro necesario, que muestra, más que el lado humano de un poeta, el lado poético de un ser humano que se convirtió en un atipoeta.
Lo mejor
El tono, evocador pero no melancólico, y que ofrece datos biográficos sin resultar tedioso
Lo peor
No hay nada reprochable en este libro ameno que rinde tributo a una figura como la de Parra
Diego Gándara

Crítica de “El destino de un gato común”: Los profundos arañazos emocionales de Álvaro Pombo

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La narrativa de Álvaro Pombo (Santander, 1939) es, desde hace décadas, una muestra del mejor realismo psicológico. Elaborados personajes, incisivos conflictos argumentales y trabajadas atmósferas morales constituyen la urdimbre de una ya clásica literatura. En su nueva novela, El destino de un gato común, encontramos a un militar jubilado, el coronel Matías Ybarra, quien, por circunstancias familiares, pasa a convivir con Nicolás, su nieto de diez años, acompañados ambos de Rudyard, un astuto y desenvuelto felino.
Este singular triángulo permitirá al coronel recuperar la emoción de los sentimientos, que acaso no pudo o no supo experimentar con el padre del niño. Con ciertas ínfulas literarias, ha escrito unas memorias de los años recientes, pero será el presente junto a esos dos entrañables seres lo que le encarará a la proximidad de la muerte, el recuerdo de la juventud y la conciencia de la felicidad. No es casual, sino muy intencionado, que Rudyard se llame como Kipling, porque transita aquí por un figurado “libro de la selva” familiar, cotidiano e intergeneracional, asistiendo impávido a un torrente de desatadas emociones e imprevistas circunstancias. En epifánica conclusión, el coronel defiende que no hay nada absolutamente bueno, “a excepción de una buena voluntad”. Una novela de conmovedora e inteligente factura.
Lo mejor
La sensibilidad con la que se abordan las intensas emociones de los protagonistas
Lo peor
Nada destacable en una tan bien trabada novela por parte del académico de la RAE
Jesús Ferrer

Crítica de “Diario del viaje a Italia por Suiza y Alemania”: Montaigne o qué comían los italianos en el siglo XVI

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Leer a Michel de Montaigne (1533-1592) supone uno de esos placeres intelectuales que se paladean con fruición y dejan un largo «gusto en boca» como los buenos vinos. Esto suele ocurrir con su obra «Ensayos», que se puede abrir por cualquiera de sus páginas y tener acceso a inteligentes divagaciones sobre todo tipo de asuntos tratados con una prosa riquísima y exquisita que al mismo tiempo es sorprendentemente cercana.
Este «Diario del viaje a Italia por Suiza y Alemania (1580-1581)», que se publica ahora en España, no forma parte de sus famosos «Ensayos», pero comparte con ellos la misma naturalidad, sencillez y su maravilloso interés por todo lo que veía en dicho viaje, largo en su época y realizado a sus cuarenta y siete años. Montaigne lo hizo en compañía de doce personas, entre las que iba un secretario al que dictaba un diario que decidió escribir para poder recurrir a él «cuando el tiempo empieza a borrar la memoria» y, a lo largo del libro, es curioso ver cómo elogia a menudo la utilidad de los diarios, para sí mismo y para los descendientes.
A Montaigne le interesa absolutamente todo: cómo son las viviendas o las posadas y sus muebles, qué comen o beben en cada lugar en el que se detienen, cómo van vestidos hombres y mujeres, cuáles son las costumbres, fiestas y tradiciones locales... Nada se escapa a la mirada de un hombre que disfruta sobremanera de la vida. Al llegar a Italia no encontramos el esperado deslumbramiento ante la magnificencia de su arte: describe sucintamente interiores, bóvedas y arcos, pero le interesa más la disposición general de las urbes o la cercanía o no de los ríos, que la magnificencia de San Marcos o del Duomo y, ante todo, los usos y costumbres, cómo son y cómo se comportan los numerosos hombres y mujeres con los que se cruza en ese largo viaje que comenzó en Beaumont un 5 de septiembre y culminó en Roma un año después.
En uno de sus ensayos comenta Montaigne que en sus viajes, «para aprender siempre alguna cosa de la comunicación con los demás –que es una de las más bellas escuelas que existen–, observo la práctica de llevar siempre a mis interlocutores a hablar de aquello que mejor saben» y que «hay que esforzarse por llevar siempre al arquitecto, al pintor, al zapatero y a todos los demás a su terreno». Es lo que hace Michel de Montaigne, una continua escuela del conocimiento y la atención que solamente rompe para tratar asuntos de interés sobre la vida misma.
Lo mejor
La ingente y amena información que ofrece sobre la forma de vida de esa época en diferentes países
Lo peor
Absolutamente nada. Además, hay que destacar la completísima edición en la que se ofrece la obra
Sagrario Fernández Prieto

Crítica de “Dicen los síntomas”: El dolor y la muerte, sin tragedias

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Es bien conocida la relación entre las patologías y el impulso creativo; basta pensar en el celebrado ensayo de Susan Sontag. La enfermedad y sus metáforas, donde se especifica la dimensión literaria de algunas dolencias. Bárbara Blasco (Valencia, 1947), periodista y con formación en guion y cinematografía, publica «Dicen los síntomas», ganador del Premio Tusquets, en el que las afecciones protagonizan una conmovedora historia de desencuentros familiares y esperanzadas seducciones. Virginia, una mujer con la crisis de la mediana edad, permanece junto a su padre hospitalizado. No es hipocondríaca, sino que encara la realidad según los indicios de algún padecimiento, contemplando el cuerpo propio y ajeno como una alegoría de la íntima personalidad.
El compañero de habitación resulta ser un paciente de cierto atractivo y misteriosa existencia con el que Virginia establecerá una cómplice relación vinculada a la salud y la felicidad. Más allá de la trama asistimos a una meditación sobre el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, aunque obviando su lado trágico, entendidas estas experiencias como lección de vida. Muy apropiada la alusión a «Mortal y rosa», de Umbral, donde el dolor adquiere un espeso cuerpo literario y el dramatismo de la pérdida inevitable. Ágiles diálogos, bien planteadas situaciones y un curioso desenlace conforman lo mejor de esta historia.
Lo mejor
El desdramatizado planteamiento de difíciles situaciones relacionadas con la enfermedad
Lo peor
Algunos de los personajes de esta novela aparecen con un perfil algo desdibujado
Jesús Ferrer