«El principito» y el aviador que soñó con una boa
Un cómic recrea la vida de Antoine de Saint-Exupéry y su arriesgada vida como piloto
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A veces la literatura hay que ir a buscarla a los cielos, como a Dios, porque la tierra no da para tanto. La aviación nos ha dejado una serie de pilotos/escritores que remiten a esas vidas adornadas por las ménsulas de la aventura y el latido fuerte que imprimen las emociones. Unas trepidaciones vitales que en estas horas de confinamiento y prudencias sanitarias promueven envidias insanas y nos empujan a reprendernos por ese montante de horas desperdiciadas y apenas aprovechadas, bohemias mal asumidas o tercas perezas. Son un escuadrón de tipos elegantes con finos modales y pañuelo al cuello que se paseaban como si fueran los últimos caballeros que quedaban en el mundo. Hombres forjados con otro temple y con imaginaciones dispares, como fueron las de Roald Dahl, James Salter o Joseph Kessel, por mencionar algunos de ellos, pero que a través de sus obras heterodoxas, sorprendentes o inesperadas nos brindan el gusto por las existencias sublimes, arriesgadas y ambiciosas, que quizá es lo que nos hace falta en estos tiempos de embalsamamientos vitales para no pudrirnos en las entrañas de lo cotidiano. Uno de estos cruzados del aire fue Antoine de Saint-Exupéry, para la mayoría el autor de «El principito» y, para otros, los menos, el tipo que firmó las páginas de «Tierra de hombres», donde guardó, como en un baúl privado, la magia de los recuerdos y las nostalgias de esos años de vuelos africanos a través del Sáhara. Esto de llevar cartas a través de grandes distancias, aunque muchos no lo recuerden en estas décadas triunfantes del email, fue un cantón del riesgo y una de las legiones extranjeras donde acudían a enrolarse los amigos del peligro y todos los prófugos de las vidas automáticas. El correo postal, que Trump ha intentado mermar en EE.UU. en aras del beneficio electoral y donde el buzón supone todavía una sólida institución, como la quinta enmienda de su Constitución, ha dado para escribir más de una página gloriosa, como prueba ahora un cómic de Norma editorial que llega apadrinado por la Fundación Antoine de Saint-Exupéry. Sus autores, P.-R. Saint-Dizier y C. Fernandez, glosan en estas páginas la biografía de este novelista, periodista y piloto que siempre vivió en el aire, incluso cuando estaba bien asentado en el suelo y que escribía, como si este mundo, con sus complejidades bastardas y obligaciones espurias, solo ofreciera mendicidades. Saint-Exupéry siempre vivió en el vuelo rasante de su imaginación o abriendo rutas aéreas en el continente negro o la distante Patagonia, que es lo que narra este álbum, el aliento de un alma que sabía que cada instante podía ser el último y que, más tarde o temprano, acabaría siguiendo los pasos de sus amigos Jean Mermoz o Henri Guillaumet, que desaparecieron en el mar y que es lo que hacen las leyendas.