Por qué tienes que ver... “Oficina de Infiltrados”: el espionaje como nunca antes nos lo contaron
No faltan escenas de acción, pero sus ingredientes son la paciencia, la persuasión, el detalle realista...
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Los aficionados a las ficciones de espías han gozado de una amplia oferta televisiva últimamente, pero, si usted les pregunta, seguro que buena parte de ellos destacarán una serie en particular por su autenticidad y su capacidad para generar tensión. Centrada en las misiones clandestinas y las intrigas políticas que tienen lugar en el seno de la Dirección General de Seguridad Exterior –el equivalente francés a la CIA–, «Oficina de Infiltrados» observa a un grupo de agentes de inteligencia que recorren el mundo escondidos tras identidades falsas y se fija en el más dotado y problemático de ellos: Guillaume Debaully, alias Malotru (Mathieu Kassovitz), que en la primera temporada traicionó a su país por una mujer a la que había conocido de incógnito en Siria y que se ha pasado la mayor parte de las posteriores a la fuga, complicando la vida a sus colegas y buscando las cosquillas a homólogos americanos, rusos y del ISIS. Al principio de la quinta temporada, Malotru ha sido dado por muerto en la frontera ucraniana. Por supuesto, puede que no lo esté.
Sentido de la contención
Desde el principio, una de las grandes cualidades de «Oficina de Infiltrados» ha sido su impecable sentido de la contención. Aunque no anda escasa de secuencias de acción trepidante, sus ingredientes narrativos básicos son la paciencia, la negociación, la persuasión y, por supuesto, la atención al detalle realista. Mientras viaja de París a Moscú y de Argel a Damasco, la serie nos sume en el suspense gracias a su habilidad a la hora de elaborar «cliffhangers» perfectos, que nos hacen dudar sobre cuáles de sus personajes serán encarcelados, torturados o asesinados. Pero el relato permanece anclado en el naturalismo y, de ese modo, se distingue de todos esos títulos, como «Homeland», por ejemplo, que sacrifican la verosimilitud en pos del efectismo dramático.
Ritmo poco convencional
El creador de la serie, Éric Rochant, ha dedicado las cinco temporadas de la serie a pillarnos con el pie cambiado. Misiones condenadas al fracaso han acabado bien y viceversa. Personajes adorados por la audiencia han sido repentinamente aniquilados. Las traiciones y los engaños nos han acostumbrado a dudar en cada escena. Pero las sorpresas que «Oficina de Infiltrados» proporciona no están solo en sus giros argumentales; otro de los rasgos que la distingue de otras ficciones de espías son su ritmo poco convencional y su meticulosidad en la creación de atmósferas. Como los mejores relatos de John Le Carré, y como el cine conspiranoico estadounidense de los años 70 –películas como «Los tres días del Cóndor» o «Todos los hombres del presidente», ambas citadas por Rochant como influencias–, la serie está llena de escenas de oficina durante las que la tensión se puede cortar con un cuchillo.
Cursillo de espionaje
A lo largo de su metraje, asimismo, «Oficina de Infiltrados» ofrece un detallado manual de introducción al noble arte del espionaje. A lo largo de sus escenas, quienes estén interesados encontrarán consejos sobre, por ejemplo, cómo engañar a un detector de mentiras, cómo recibir una paliza, cuáles son los errores más comunes que llevan a un agente a exponer su identidad real y cómo sobrevivir a un encarcelamiento. En el proceso, además, nos proporciona una completa panorámica de todos los departamentos internacionales de inteligencia y contrainteligencia que operan en Europa. Y lo hace desde una perspectiva distinta, que poco o nada tiene que ver con la que mayoritariamente nos proporciona la ficción estadounidense. En buena medida, sin ir más lejos, a menudo la acción transcurre en países respecto a los que Francia aún sigue tratando de ejercer un derecho colonial de intervención.
Cierre de tragedia griega
Los últimos dos episodios de la quinta temporada han sido dirigidos por Jacques Audiard, que nunca antes había hecho televisión, pero que es considerado uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo gracias a películas como «El profeta» (2009) y «Los hermanos Sisters» (2018). Conocedor de la tendencia de Audiard a matizar la ficción de intriga dotándola de grandes dosis de melancolía y angustia existencial, Rochant le dio absoluta libertad creativa, y el resultado es un final de temporada propio de tragedia griega, que frustra las expectativas del espectador y que, justo por eso, es el cierre perfecto para otra tanda de episodios prácticamente perfecta.