Carlos Ruiz Zafón, el escritor que quiso comprar la casa de Marilyn Monroe
El autor de «La sombra del viento» falleció ayer a los 55 años en Los Ángeles. Fue el escritor más leído en español durante las últimas décadas.
Pocos sabían que hacía tiempo que luchaba por superar una batalla dolorosa, pero desgraciadamente no ha podido vencer a la enfemedad. Carlos Ruiz Zafón ha muerto en Los Ángeles a los 55 años. Padecía un cáncer contra el que ha estado luchando durante los últimos años. Autor de varios libros, entre ellos destaca especialmente «La sombra del viento», ganadora de numerosos premios y seleccionada dentro de la lista confeccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles con los mejores 100 libros en lengua española de los últimos 25 años. Su repentina desaparición ha conmovido al mundo literario, que recibió ayer con incredulidad y como un enorme mazazo el fatal desenlace. Y es que el escritor siempre hizo gala de una enorme discreción en lo relativo a su vida personal que mantuvo hasta el último momento de su vida.
Había nacido en Barcelona, la ciudad a la que dedicaría su producción literaria, el 25 de septiembre de 1964. En la ciudad de los dragones precisamente en el año del dragón. Quizá por ellos sentía una especial predilección por ellos y los coleccionaba. Tras estudiar durante los primeros años de su formación en los Jesuitas de Sarrià, cursó estudios de Ciencias de la Información y fue un brillante director creativo de agencias de publicidad, hasta que a principios de los noventa decidió trasladarse a Estados Unidos y dedicarse de lleno a la literatura como a la revisión de guiones para la gran pantalla. Allí establecería su residencia, su cuartel general. Ruiz Zafón ha sido uno de los autores más leídos y aplaudidos tanto por público como por crítica en las últimas décadas. Su despegue literario tuvo lugar con «El príncipe de la niebla», una novela juvenil con la que se alzó con el Premio Edebé en 1993, un título que formó parte de la llamada «Trilogía de la niebla» formada también por «El Palacio de la Medianoche» y «Las luces de septiembre». Sin olvidar otro de sus grandes éxitos, «Marina» con la Barcelona de 1980 como escenario. Es allí donde transcurre la historia de Óscar Drai, quien se propone resolver un doloroso enigma del pasado de la ciudad de la mano de la mujer que da título a la obra, a quien conoció en una de sus escapadas. El escritor, que guardaba un apego especial por esta obra, la consideraba su libro más personal.
La insistencia de Terenci Moix
El salto a la narrativa de adultos en 2001 supuso su consagración internacional. La bendita culpa la tuvo «La sombra del viento». La novela había sido presentada previamente al Premio Fernando Lara, donde fue defendida por uno de los miembros del jurado, Terenci Moix, y por el editor José Manuel Lara Bosch. Aunque no se alzó con el galardón, pero sí consiguió ser editada. La historia de Daniel Sempere y el misterio del Cementerio de los Libros Olvidados se convirtió en uno de los más grandes fenómenos literarios que se han visto en los últimos años. La serie se extendió con «El juego del ángel», «El prisionero del cielo» y «El laberinto de los espíritus», su última novela. Durante años «La sombra del viento» fue el libro más vendido en España. El éxito también viajaría más allá de nuestras fronteras con una elogiosísima recepción de crítica y lectores en Italia, Francia, Holanda, Alemania, Reino Unido, donde «The Times» y «The Guardian» hablaron de él como un nuevo «clásico contemporáneo».
«Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él», puso en boca de Antoni Sempere, cuando llevó a su hijo Daniel a descubrir el poderoso secreto de «El cementerio de los libros olvidados», ese lugar que visitaba con inusitada frecuencia, y que recorría en sueños.
El escritor era consciente de que había reconvertido a Barcelona en un género literario por sí mismo, mucho más allá que el simple escenario de sus novelas. Pero a Ruiz Zafón no le preocupaba este hecho, sino que llegaba a divertirlo aunque admitía que no le gustaban las imitaciones. Por eso aaseguraba que «es normal que cuando algo funciona y alcanza cierto éxito genere imitaciones. No recuerdo quién decía que un buen escritor copiaba y que los grandes robaban. Tampoco leo a quienes tratan de imitarme. Yo, como muchos lectores, acumulo libros. Nunca sé qué será lo próximo que tendré entre manos. A veces me han pasado un libro que no sabía que era una imitación. Mientras paso las páginas me pregunto: «¿Y esto qué es?», porque me suena».
El éxito no impidió que él buscará su propia libertad en el momento de enfrentarse a la hoja en blanco. Sabía que sus editores esperaban sus nuevos libros, pero no estaba dispuesto a entregarlos hasta estar totalmente satisfecho con el resultado final. «No firmo contratos previos, ni plazos. No tengo adelantos por trabajos no escritos, lo que me coloca en una situación de libertad para poder hacer lo que me apetece. Cuando acabo es el momento de buscar un hogar, pero prefiero trabajar en mi estudio, estar solo con los personajes del libro. La propia abstracción de la escritura hace que desaparezca el resto. Obviamente, me preocupa la reacción del público, como a todo escritor, pero mientras escribo el propio proceso ocupa tanto espacio en mi cabeza que no hay tiempo para esas preocupaciones que ya llegarán», aseguraba en una entrevista al autor de este texto.
La literatura de folletín
Por encima de todo, en sus libros había una reivindicación de la lectura. Con su serie de «El cementerio de los libros olvidados» también abría la puerta al lector para que buceara en autores como Dickens o Dumas, a los que calificaba como sus maestros. Seguía la llamada literatura de folletín, término sobre el que le gustaba puntualizar: «Es una denominación que solamente escucho en España y que parece referirse a una telenovela mala. El folletín era una manera de publicar, no un género. En el siglo XIX, normalmente los libros no se editaban como hoy, en tomos. Los escritores lo hacían con sus novelas por entregas en revistas y diarios. Después, se recopilaban, y alguno realizaba correcciones de ellas, como Dickens, porque habían tenido que improvisar obras de 800 páginas en las que dejaban algún cabo suelto. Así funcionaba la industria. Oigo por aquí grandes discursos y teorías sobre el folletín, pero no lo tratemos como un género. Son Tolstói, Zola, Dumas... Una manera de publicar. Yo reivindico a grandes clásicos, la gran literatura del siglo XIX, la narrativa que cuenta cosas y que se moja. Es el arte de narrar».
Zafón también trabajó como guionista en Los Ángeles, donde vivía desde hacía tiempo. Nunca quiso que sus libros fueran llevados a la gran pantalla, pero sí fue el responsable de la banda sonora que él mismo compuso e interpretó al piano para su serie sobre cementerio de los libros olvidados». En este sentido, en el Palau de la Música pudo escucharse una suite en 2014 basada en la serie de novelas y con el apoyo del mismo autor.
Con el autor de estas líneas habló en numerosas ocasiones de algunos de los temas que más le gustaban, como la fotografía de Francesc Català-Roca que se convirtió en el emblema de las portadas de sus libros, o del dragón diseñado por Antoni Gaudí y que pasó a ser su personal símbolo. Pero había un tema por el que sentía un interés especial y ese no era otro que Marilyn Monroe. El vivir en Los Ángeles le permitió estar más cerca del ambiente que envolvió a la rubia platino. Cuando alcanzó el éxito por «La sombra del viento» llegó incluso a acariciar la idea de comprar la que fuera última residencia de la actriz. La visitó, incluso, aunque finalmente no se atrevió a comprarla. «Imagínate para un escritor vivir en esa casa por la que pasan tantos turistas», decía con su personal sentido del humor.